Glennon Doyle: «¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?»

Glennon Doyle: «¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?»

Nunca desaparecí del todo. Mi chispa siempre estuvo dentro de mí, latente. Pero les aseguro que la creí extinta durante mucho tiempo. La bulimia de mi infancia mudó en alcoholismo y consumo de drogas, y permanecí embotada durante dieciséis años. Más tarde, a los veintiséis, me quedé embarazada y dejé de consumir. La abstinencia fue el prado en el que empecé a recordar mi naturaleza salvaje.

Sucedió de la manera siguiente: empecé a construir la clase de vida que en teoría deben construir las mujeres. Me convertí en una buena esposa, madre, hija, cristiana, ciudadana, escritora, mujer. Sin embargo, mientras preparaba almuerzos para el cole, escribía libros testimoniales, me apresuraba por los aeropuertos, charlaba de trivialidades con las vecinas y sacaba adelante mi vida exterior, notaba un desasosiego eléctrico que zumbaba dentro de mí. Era como un trueno constante que vibrara allí mismo, a flor de piel: un trueno hecho de alegría, dolor, rabia, anhelo y un amor demasiado profundo, hirviente y tierno para este mundo. Se me antojaba como agua muy caliente que amenazase siempre con romper a hervir.

Sentía miedo de lo que había dentro de mí. Me parecía tan poderoso como para destruir hasta el último pedazo de la maravillosa vida que había construido. Algo parecido a que nunca me sienta segura en un balcón, porque ¿y si salto?

No pasa nada, me decía. Siempre y cuando mantenga mis sensaciones internas a buen recaudo, mi gente y yo seguiremos a salvo. Me sorprendía que me resultase tan fácil. Llevaba dentro una tormenta eléctrica, agua al borde de la ebullición, oro y rojo vivo, pero me bastaba con sonreír y asentir para que el mundo me tomara por apacible azul. En ocasiones me preguntaba si acaso yo no sería la única que usaba su piel para contenerse. Puede que todas fuéramos fuego envuelto en piel, aunque aparentásemos frialdad.

Mi punto de ebullición fue el instante en que Abby cruzó aquel umbral, La miré y ya no pude contenerme. Perdí el control. Turbulentas burbujas de oro y rojo vivo hechas de dolor, amor y anhelo me inundaron, me pusieron de pie, abrieron mis brazos de par en par según insistían: es ella.

Durante mucho tiempo consideré lo sucedido aquel día como una especie de cuento de hadas. Pensé que el cielo me sopló las palabras “es ella”. Ahora sé que venían de mi interior. Ese revuelo salvaje que llevaba tanto tiempo bullendo en mí y que después se tradujo en palabras y me levantó era yo. La voz que por fin escuché aquel día era la mía —era la niña a la que encerré cuando tenía diez años, la chica que yo era antes de que el mundo me dijera quién debía ser— y declaró: “Aquí estoy. A partir de ahora yo me hago cargo”.

Durante la infancia, sentía lo que necesitaba sentir, me dejaba llevar por mis instintos y solamente hacía planes a partir de la imaginación. Fui salvaje hasta que la vergüenza me domesticó. Hasta que empecé a esconderme y adormecer mis sentimientos por miedo a resultar excesiva. Hasta que empecé a dejarme guiar por el consejo ajeno en lugar de confiar en mi propia intuición. Hasta que me convencí de que mi imaginación era absurda y mis deseos, egoístas. Hasta que me sometí a las jaulas de las expectativas ajenas, de los imperativos culturales y de las lealtades institucionales. Hasta que enterré a la persona que era con el fin de convertirme en la que debía ser. Me perdí a mí misma cuando aprendí a complacer.

La abstinencia fue mi concienzuda resurrección. Fue mi regreso a la naturaleza. Fue un largo acto de recordar. Fue darme cuenta de que la ardiente tormenta eléctrica cuyo chisporroteo notaba dentro era yo tratando de llamar mi atención, suplicándome que recordase, insistiendo: “Sigo aquí”.

Así que por fin abrí el candado y la desaté. Liberé mi hermoso, revoltoso y auténtico yo salvaje. Tenía razón acerca de su poder. Era demasiado grande para la vida que yo llevaba, así que la desmantelé pieza a pieza, sistemáticamente.

A continuación me construí una vida propia.

Lo hice resucitando esas partes de mí que había aprendido a mirar con desconfianza, a ocultar y abandonar para que el resto el mundo se sintiera cómodo:

Mis emociones

Mi intuición

Mi imaginación

Mi valor

Esas son las llaves de la libertad.

Todo eso somos nosotras.

¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?

¿Tendremos el valor de liberarnos?

¿Saldremos por fin de nuestras jaulas y nos diremos a nosotras mismas, a nuestra gente y al mundo: “Aquí estoy”?

Llaves

Llaves, fragmento del ibro Indomable (Urano), de la escritora estadounidense Glennon Doyle.

Dos pretendientes, una parábola

Dos pretendientes, una parábola

Por Richard Tarnas*

Imaginá, por un momento, que sos el universo. Pero para los propósitos de este experimento mental, imaginemos que no sos el universo mecanicista desencantado de la cosmología moderna convencional, sino más bien un cosmos de alma profunda, sutilmente misterioso, de gran belleza espiritual e inteligencia creativa. E imaginá que se te acercan dos epistemologías diferentes: dos pretendientes, por así decirlo, que buscan conocerte. ¿A quién le abrirías tu realidad más profunda? ¿A qué enfoque sería más probable que revelaras tu naturaleza auténtica? ¿Te abrirías más profundamente al pretendiente (la epistemología, la forma de conocer) que se acerca a vos como si esencialmente carecieras de inteligencia o propósito, como si no tuvieras ninguna dimensión interior de la cual hablar, ni capacidad o valor espiritual? Quien te veía como fundamentalmente inferior a él (démosles a los dos pretendientes, no del todo arbitrariamente, el género masculino tradicional); alguien que se relacionaba contigo como si tu existencia fuera valiosa principalmente en la medida en que pudiera desarrollar y explotar tus recursos para satisfacer sus diversas necesidades. Y cuya motivación para conocerte fue impulsada en última instancia por un deseo de mayor dominio intelectual, certeza predictiva y control eficiente sobre vos para su propia superación personal.

¿O vos, el cosmos, te abrirías más profundamente a ese pretendiente que te viera al menos tan inteligente y noble, como un ser digno, impregnado de mente y alma, imbuido de aspiraciones y propósitos morales, dotado de capacidad espiritual, profundidades y misterio, como él? Este pretendiente busca conocerte no para explotarte mejor, sino para unirse contigo y así generar algo nuevo, una síntesis creativa que surja de las profundidades de ambos. Desea liberar aquello que ha estado oculto por la separación entre conocedor y conocido. Su objetivo final en materia de conocimiento no es aumentar el dominio, la predicción y el control, sino más bien una participación más ricamente receptiva y empoderada en un desarrollo co-creativo de nuevas realidades. Busca una realización intelectual que esté íntimamente ligada con la visión imaginativa, la transformación moral, la comprensión empática y el deleite estético. Su acto de conocimiento es esencialmente un acto de amor e inteligencia combinados, de asombro y discernimiento, de apertura a un proceso de descubrimiento mutuo. ¿A quién sería más probable que le revelaras tus verdades más profundas?

Esto no quiere decir que vos, el universo, no revelarías nada al primer pretendiente, bajo la presión de su enfoque objetivador y desencantador. Sin duda, ese pretendiente provocaría, filtraría y constelaría una cierta “realidad” que naturalmente consideraría como conocimiento auténtico del universo real: conocimiento objetivo, “los hechos”, en comparación con los engaños subjetivos del enfoque de todos los demás. Pero podríamos permitirnos dudar de cuán profunda es la verdad que este enfoque podría ser capaz de proporcionar, cuán genuinamente refleja la realidad más profunda del universo. Tal conocimiento podría resultar profundamente engañoso. Y si esta visión desencantada fuera elevada al rango de única visión legítima de la naturaleza del cosmos sostenida por toda una civilización, ¡qué pérdida incalculable, qué empobrecimiento, qué deformación trágica, qué dolor sufrirían en última instancia tanto el conocedor como el otro, el conocido!

Creo que el desencanto del universo moderno es el resultado directo de una epistemología simplista y una postura moral espectacularmente inadecuada para las profundidades, la complejidad y la grandeza del cosmos. Asumir a priori que el universo entero es, en última instancia, un vacío sin alma dentro del cual nuestra conciencia multidimensional es un accidente anómalo, y que el propósito, el significado, la inteligencia consciente, la aspiración moral y la profundidad espiritual son atributos exclusivos del ser humano, refleja una larga tradición. inflación invisible por parte del yo moderno. Y la arrogancia heroica todavía está indisolublemente ligada, como lo estaba en la tragedia griega antigua, a la caída heroica.

¿Cuál es la cura para la visión arrogante? Quizás sea escuchar , escuchar de forma más sutil, más perceptiva y más profunda. Nuestro futuro bien puede depender del grado preciso de nuestra voluntad de ampliar nuestras formas de conocimiento. Necesitamos un empirismo y un racionalismo más amplios y verdaderos. Las estrategias epistemológicas establecidas desde hace mucho tiempo por la mente moderna han estado limitando implacablemente y “construyendo” inconscientemente un mundo que luego concluye que es objetivo. El racionalismo y el empirismo ascéticos objetivadores que surgieron durante la Ilustración sirvieron como disciplinas liberadoras para la naciente razón moderna, pero aún hoy dominan la ciencia dominante y el pensamiento moderno en una forma rígidamente no desarrollada. En su miopía simplista y unilateralidad, limitan seriamente nuestra gama completa de percepción y comprensión.

Se puede decir que la estrategia desencantadora sirvió bien a los propósitos de su época: diferenciar el yo, empoderar al sujeto humano, liberar la experiencia humana del mundo de estructuras incuestionables de significado y propósito preestablecidas, heredadas de la tradición e impuestas por una autoridad externa. . Proporcionó una nueva y poderosa base para la crítica y el desafío a los sistemas de creencias establecidos que a menudo inhibían la autonomía humana. También logró, al menos en parte, disciplinar la tendencia humana a proyectar en el mundo necesidades y deseos subjetivos. Pero se ha luchado por lograr esta diferenciación y empoderamiento del ser humano con tanta determinación que ahora resulta hipertrófica y patológicamente exagerada. En su austero reduccionismo universal, la postura objetivadora de la mente moderna se ha convertido en una especie de tirano. El conocimiento que proporciona es literalmente estrecho de miras. Semejante conocimiento es a la vez extremadamente potente y profundamente deficiente. Un poco de conocimiento puede ser algo peligroso, pero una enorme cantidad de conocimiento basado en un conjunto limitado y aislado de suposiciones puede ser realmente muy peligroso.

Se debe preservar la notable capacidad moderna de diferenciación y discernimiento que se ha forjado con tanto esfuerzo, pero nuestro desafío ahora es desarrollar y subsumir esa disciplina en un compromiso intelectual y espiritual más abarcador y magnánimo con el misterio del universo. Tal compromiso sólo puede ocurrir si nos abrimos a una variedad de epistemologías que juntas proporcionen un alcance de conocimiento más multidimensionalmente perceptivo. Para encontrar las profundidades y la rica complejidad del cosmos, necesitamos formas de conocimiento que integren plenamente la imaginación, la sensibilidad estética, la intuición moral y espiritual, la experiencia reveladora, la percepción simbólica, los modos de comprensión somáticos y sensoriales, y el conocimiento empático. Por encima de todo, debemos despertar y superar la gran proyección antropocéntrica oculta que virtualmente ha definido la mente moderna: la proyección omnipresente de la falta de alma en el cosmos por parte de la propia voluntad de poder del yo moderno.

Cosificar el mundo ha dado un inmenso poder pragmático y dinamismo al yo moderno, pero a expensas de su capacidad para registrar y responder a las profundidades potenciales de significado y propósito del mundo. Contrariamente a la autoimagen fríamente distante de la razón moderna, las necesidades y deseos subjetivos han impregnado inconscientemente la visión desencantada y han reforzado sus supuestos. Un mundo de objetos sin propósito y procesos aleatorios ha servido como base y justificación muy eficaz para el autoengrandecimiento humano y la explotación de un mundo que se considera indigno de preocupación moral. El cosmos desencantado es la sombra de la mente moderna en todo su brillo, poder e inflación.

A medida que asimilamos los conocimientos cada vez más profundos de nuestro tiempo sobre la naturaleza del conocimiento humano, y a medida que discernimos más lúcidamente las intrincadas implicaciones mutuas entre sujeto y objeto, yo y mundo, debemos preguntarnos si esta cosmología radicalmente desencantada es, en última instancia, todo eso plausible. Quizás no fue tan verdaderamente neutral y objetivo como suponíamos, sino que en realidad fue un reflejo de imperativos evolutivos y necesidades inconscientes históricamente situados, como cualquier otra cosmología en la historia de la humanidad. Quizás el desencanto sea en sí mismo otra forma de encantamiento, otro modo de experiencia altamente convincente que ha hechizado la mente humana y desempeñado su papel evolutivo pero que ahora no sólo es limitante para nuestra comprensión cosmológica sino también insostenible para nuestra existencia. Quizás sea hora de adoptar, como hipótesis y punto de partida heurístico potencialmente más fructífero, el enfoque del segundo pretendiente sobre la naturaleza del cosmos.

El “progreso del conocimiento” y la “evolución de la conciencia” de la humanidad se han caracterizado con demasiada frecuencia como si nuestra tarea fuera simplemente ascender una escalera cognitiva muy alta con escalones jerárquicos graduados que representan etapas de desarrollo sucesivas en las que resolvemos acertijos mentales cada vez más desafiantes, como problemas avanzados en un examen de posgrado en bioquímica o lógica. Pero para comprender mejor la vida y el cosmos, tal vez debamos transformar no sólo nuestra mente sino también nuestro corazón. Porque todo nuestro ser, cuerpo y alma, mente y espíritu, está implicado.

Quizás debamos ir no sólo alto y lejos sino también abajo y profundamente. Nuestra visión del mundo y nuestra cosmología, que define el contexto de todo lo demás, se ven profundamente afectadas por el grado en que todas nuestras facultades (intelectuales, imaginativas, estéticas, morales, emocionales, somáticas, espirituales y relacionales) entran en el proceso de nuestro conocimiento. La forma en que nos acerquemos al “otro” y cómo nos acerquemos unos a otros dará forma a todo, incluido nuestro propio yo en evolución y el cosmos en el que participamos. No sólo nuestra vida personal sino la naturaleza misma del universo puede exigir de nosotros ahora una nueva capacidad de autotrascendencia, tanto intelectual como moral, para que podamos experimentar una nueva dimensión de belleza e inteligencia en el mundo, no una proyección de nuestro propio deseo de belleza y dominio intelectual, sino un encuentro con la belleza y la inteligencia del conjunto que se desarrollan de manera impredecible.

Texto original en ingles, publicado por Jung Society of Washington www.jung.org

Lecturas para impulsar tus ganas de hacerlo posible

Lecturas para impulsar tus ganas de hacerlo posible

¿Qué te gustaría intentar en este año que recién comienza? ¿Dónde vas a poner tu energía, tu corazón, tus ganas? Ale de El Gato con Lentes tiene algunos libros pensados para ayudarte a encontrar esas respuestas. Tomá nota: El arte de lo imposible, de Steven Kotler, El libro de las posibilidades, de Albert Liebermann y 12 meses, 12 oportunidades, de Àngels Navarro, tres títulos que sin duda van a darte una nueva visión sobre la vida y sobre las oportunidades que se abren cada día ante nosotros (y cómo aprovecharlas). Para escuchar el por qué de sus propuestas y conocer en detalle cada una de estas recomendaciones, poné play en los audios que vas a encontrar a continuación. ¡Después contanos cuál elegiste! Y acordate que, usando el cupón circulosophia, tenés 10% de descuento en toda la tienda www.elgatoconlentes.com.ar.

Ser posibilidad para alguien

Ser posibilidad para alguien

Por Laura Aguirre

Tomó el último sorbo de leche chocolatada y me devolvió la taza sosteniéndome la mirada.

Transcurrían esos días en que debíamos quedarnos en casa, aunque cada mañana sus golpecitos en la puerta me recordaban que ese era un privilegio de algunos. 

E. empezó a llamar a nuestra puerta en busca del desayuno, su única comida diaria. Por ese entonces desconocíamos que su visita significaría tantas cosas más. 

Poder elegir las galletitas y tomar la taza con sus manos limpias. El banquito para sentarse tranquilo, mientras tanto. Algo de alimento para Huesito, su perro. Una charla cuando su estómago dejaba de rugir. 

La pregunta: ¿cómo estás? Y esa escucha atenta acompañando su respuesta. Una palabra cuando el miedo, el hambre, el frío invadían sus sueños y la oscuridad teñía sus vivencias. 

Saber cómo le había ido en la escuela, que útiles le faltaban, ayudarlo con alguna tarea y que nos expresara qué necesitaba. Podía ser abrigarse los pies con medias secas, jugar un rato, hojas blancas para poder dibujar o cortarse las uñas. 

Mi hija sentada en otro banquito al lado aprendía a compartir y conocía una historia tan distinta a la suya. 

En nuestra casa recibió su primera torta con velitas, se la llevó para compartirla con sus hermanos, preparamos bolsitas con golosinas. Recuerdo que muy tarde por la noche volvió con la fuente vacía:

-¡Gracias! Estaba muy rica y no te olvides  el próximo año que el 14 de julio es mi cumpleaños.

Una mañana vino, ya le habían dado comida en la casa del vecino y me dijo que quería charlar. Simplemente eso. Recién ahí caí en la cuenta de lo que les estoy contando. 

Para E. éramos una posibilidad.

Y así pasaron los años, acopiamos anécdotas, se animó a manifestarnos sus deseos, ideas a concretar proyectos. Fabricaron con mi esposo un avión con un viejo motorcito que encontraron desechado, recolectaron botellas, palitos de helado para las hélices, una pila bien cargada. ¡Funcionaba! 

Sus ojos tomaban brillo con cada experiencia compartida. 

Pintamos su bici con aerosol, aprendimos los nombres de su familia, dónde y cómo vivía. 

Un día mientras mencionaba especies que aparecían en el jardín y recitaba las características, me contó sobre su pasión por los pájaros. Quería un libro, anhelaba saber mucho más sobre ellos. 

Fui a una librería y elegí uno muy lindo, de tapa dura e ilustraciones coloridas, compartimos ese gesto con una amiga y se lo regalamos para Navidad con dedicatoria.   

¡Le gustó tanto! Era su tesoro. Decidió dejarlo en mi casa, dijo que en la suya nadie lo iba a cuidar. Cuando el sol bajaba aparecía con su perrito y lo leía un rato en el banquito de siempre. Sus visitas se hacían cada vez más extensas. 

Una tarde le propuse ponerle su nombre y guardarlo en una mochila, de esa manera -pensé- encontraría un lugar seguro y lo podía tener con él siempre. 

No fue una buena idea.

El libro desapareció la mañana siguiente. Se angustió y abrió su alma para contarme mucho más.

El avión estaba destrozado, su perro no estaba. Tampoco las medias ni el abrigo. 

Pasaron un par de semanas y recibí el llamado de otra amiga: en la escuela a la que asistía habían dado intervención al equipo interdisciplinario y la asistente social quería ponerse en contacto con nosotros para charlar sobre la posibilidad de ser familia de contención, de esa manera iban a aislarlo un par de días del núcleo familiar. 

Teníamos que contestar a la brevedad, la cosa era urgente. 

Charlamos con Ale en la cocina, hicimos muchas preguntas, nos abrazamos y lloramos. 

Decidimos que hasta ahí había llegado nuestro rol en la vida de E., traerlo a nuestra casa iba a ser muy difícil. Lo queríamos y él a nosotros. 

Aceptar que hasta ahí llegaba nuestra posibilidad de sostenerlo fue un golpe duro. 

Los años pasaron y E. dejó de golpear la puerta de casa. 

Desde el verano pasado no supimos más de él pero tenemos la certeza que siempre sabrá de nosotros: lo que nos dimos quedó tatuado en su alma.

«Educar desde el arte, un puente a la posibilidad»

«Educar desde el arte, un puente a la posibilidad»

Por Victoria Llorente

“Las posibilidades se presentan cuando estamos atentos. Atentos a lo que leemos, atentos a la información que consumimos, atentos a saber con quiénes nos relacionamos, atentos a lo que comemos y a los hábitos que practicamos. Mirarnos, reconocernos, nos abre a descubrir posibilidades”. La que habla es Claudia Iturralde, abogada, socia fundadora de la consultora Iturralde y Asociados, y presidente de Arte con Voz, una de las excusas que nos reúne en esta entrevista. 

Cuando nos encontramos, pantalla de por medio, vamos directo al grano. O directo a lo profundo. No hablamos de política, ni del clima, ni de banalidades. Hay algo en su manera de conversar que me lleva a entrar de lleno a Imán, su primer libro, publicado en octubre por editorial Dunken. “Todo lo que planteo allí surge de mi propia experiencia y de mis búsquedas”, cuenta la autora de este pequeño tesoro con consejos para tener una vida más saludable. Los tiempos de pandemia le dieron el espacio para poder escribir y llevar al papel muchos de los escritos que tenía registrados entre sus diarios, que tomaron forma de libro (Imán es la primera parte de una serie de tres libros más).

Pero una de las cosas que me impulsó a buscar un encuentro con Claudia, como ese magnetismo que ella menciona, fue su trabajo en Arte con Voz. La misma voz que le da forma a las palabras, con la que dice, con la que se lanza de la mano del arte para generar ecos y réplicas en los más chicos. La organización, de la que ella es socia fundadora, nació cerca de 2003 y trabaja, desde entonces, en la zona del delta del Tigre. “En ese momento la idea era llevar artistas emergentes que trabajan con la posibilidad de educar en el arte a chicos entre los 5 y los 14 años. Como dice el investigador estadounidense Howard Gardner, vos les das arte y ellos pueden trabajar lo que es su don, que es la posibilidad de desarrollar aquello para lo que vinimos a este mundo”, cuenta Claudia.

—¿Con qué se encontraron cuando llegaron por primera vez a aquellas escuelas tan alejadas? ¿Cuál fue el punto de partida para empezar a trabajar con los chicos?

—Queríamos mostrarles que había otra posibilidad. Cuando entramos en una de las escuelas, se había hecho una estadística sobre qué era lo que querían ser cuando fueran mayores y todos querían ser lancheros. Para ellos significaba ocupar un rol fuerte en la sociedad. Con el tiempo pudimos ir mostrándoles que podían ser otra cosa. Que podían ser veterinarios, que podían ser músicos. Los talleres que dábamos no eran solo de plástica. Empezamos a dar circo, filosofía, escultura y materias que en las escuelas no se solían destacar, porque siempre estaban con las materias básicas.

¿De qué manera pudieron plantear la propuesta en las escuelas?

—Teníamos un plan de acción que nos admitieron en la currícula escolar en 2007 y trabajamos hasta 2017 en forma  ininterrumpida. Después vinieron talleres más esporádicos que aún seguimos haciendo, aunque con la pandemia tuvimos que cambiar un poco la dinámica. En muchos casos los chicos nunca habían trabajado el color y se encontraban, por primera vez, con las témperas y miraban cómo se generaban. Las materias de arte, en general, habían sido excluidas en la currícula escolar porque era muy caro darlas. Nunca pasamos al secundario. La idea siempre fue hacerlos de primero a tercer grado para ver qué efectos provocaba en los años posteriores, y revisar estadísticamente qué pasaba cuando habían tenido arte y cuando no habían tenido. Y ahí es donde veíamos la posibilidad de generar algo distinto en ellos.

Carencia no es tener poco

“Yo creo que cuando uno educa en la caricia, cuando uno educa en contemplar lugares cálidos y en hacer pequeños hogares en las escuelas, está dando una nueva posibilidad, aunque no se tenga nada”, señala Claudia cuando hablamos sobre educar a pesar de las faltas materiales. Durante todo estos años de trabajo en la fundación, fue testigo de cómo chicos de 8, 9, 10 años se abrían a nuevas posibilidades al descubrir cómo los colores cambiaban al mezclarse y cómo cambiaba la mirada cuando uno —valga la redundancia— mira con atención sabiendo lo que busca, aunque lo sorprenda lo que encuentre. “Descubrimos, nosotros también, cómo se amplía la consciencia de los chicos sobre lo que suponían que eran sus posibilidades y, de pronto, se daban cuenta de que el abanico de posibilidades era tan grande como quisieran plantearlo”, resume.

¿Cómo se hace para dar un mensaje de “que es posible” cuando hay tanta carencia, cuando hay chicos que llegan a la escuela con zapatillas prestadas y con apenas algo en la panza?

—Aunque la frustración que viene de la casa sea dura y a pesar de no tener elementos para poder trabajar, sigo creyendo que educar desde el arte es un puente de posibilidad. Porque cuando no tengo nada, los recursos son los que salen desde mi interior. De esa luz que tengo adentro, de esa posibilidad de verme un poquito mejor que lo que estoy hoy. 

Ese es el mensaje que das en Imán

Imán, justamente, busca darle fuerza a las posibilidades a partir del compromiso con uno mismo, que se genera al poner atención plena a nuestros actos, al celebrar el ser único que cada uno es, al observarse, al darse la oportunidad de redireccionar la consciencia. Somos lo que atraemos. Somos los que nos permitimos. Somos lo que posibilitamos. Somos la gracia que atrae nuestra voluntad.

Desear bien

Hay que desear mucho, pero también hay que tener cuidado con lo que uno desea”, comenta Claudia. Imán tiene que ver con los deseos, pero también es un libro que apela a la experiencia, a las rutinas. Algo así como un manual donde ella logró reunir herramientas prácticas para que esto de “imantar” lo que uno anhela no quede en el aire. Hay rutinas, hay prácticas, hay cuidados que nos habilitan para estar dispuestos (y más atentos) a recibir aquello que queremos de verdad y a consciencia. “Muchas veces creemos que deseamos cosas, pero en realidad estamos buscando algo que no es tan clave”, comenta.

¿Cómo reconocemos esas posibilidades? ¿Quiénes creés que nos pueden ayudar en esa tarea?

—Yo creo que las posibilidades se presentan cuando estamos atentos. Atentos a lo que leemos, atentos a la información que consumimos, atentos a saber con quiénes nos relacionamos, atentos a lo que comemos, atentos a los hábitos que practicamos. Nos ayuda nuestro entorno, nos ayudan los maestros que nos presenta la vida. Nos ayuda ponernos en el lugar del otro y entender que todos tenemos problemas, preocupaciones, pero que todos también tenemos siempre la alternativa de elegir en qué lugar nos ponemos. Si nos quedamos en la queja o nos posicionamos en lugar de resolución; si nos quedamos en el sufrimiento o agradecemos las enseñanzas que puede traernos; si nos quedamos en el enojo o nos movemos hacia el perdón…

¿Qué lugar ocupan en ese proceso el arte y la esperanza? 

—A mí me ha ayudado mucho el arte en todas sus disciplinas. Contemplarlo y producirlo. Animarme a hacer. A poner manos a la obra y pintar, escribir, esculpir, tejer. 

En tu libro también hay un capítulo dedicado a la escritura…

—Sí. Yo creo que cuando uno escribe puede elegir las máscaras que necesita, salir de las que no y evitar las que nos conducen a un grado de culpa interior. Escribir sana. El arte sana. 

¿Qué creés que podemos enseñar como adultos a los chicos y a los jóvenes sobre este tema? 

—Creo que tenemos la responsabilidad de enseñar con el ejemplo, más allá de la palabra. Los actos desinteresados son el verdadero milagro. Un pequeño acto de bondad vale más que la intención más grande.

Fundación Arte con Voz
Comenzó a trabajar formalmente en 2006 en 12 escuelas de Tigre y San Fernando con artistas emergentes y la intención de dar tres bases:
✓ Dejar cultura instalada
✓ Formar formadores
✓ Generar oficios