La sombra personal: un monstruo que nos visita

La sombra personal: un monstruo que nos visita

Imaginemos que tenemos dos grandes bolsas: en una, vamos a meter todos los aspectos de nosotros mismos que nos gustan. Ponemos, por ejemplo, nuestra amabilidad, buen humor y capacidad de ayudar al otro. En la otra bolsa, por el contrario, guardamos lo que nos desagrada: la tendencia a la mezquindad, los pensamientos nocivos y nuestra ira. Ambas serán, sin duda, dos bolsas grandes y pesadas. Dos bolsas llenas de nosotros.

A lo largo de nuestra vida, llevamos ambas bolsas a todos lados. Los elementos de la primera nos sirven para construir nuestra “imagen ideal” o “ego”; los de la segunda, en cambio, se convertirán en algo enorme, oscuro y temible, algo que, al rechazar y no identificar como propio, se convierte en lo que la psicología denomina como sombra personal

El arquetipo de la sombra fue definido por Carl Gustav Jung como el aspecto inconsciente de nuestra personalidad, creado por todos esos aspectos que nuestro Yo consciente decide ignorar por considerarlos “malos e inaceptables” según estándares personales, sociales y culturales. Supongamos, por ejemplo, que uno nace en una familia donde no está permitido ser grosero. Ese aspecto rechazado pasará a formar parte de nuestra segunda bolsa. También puede ocurrir que se valore la inteligencia racional por sobre la creativa, desestimando las facetas más artísticas de la personalidad, incluyéndolas, también, en la segunda bolsa. Así, poco a poco, vamos armando al “otro yo”. 

Reconocer la sombra personal no es nada fácil. Nos asusta tanto y nos parece tan abominable, que nos volvemos muy hábiles en ocultarla en lo más profundo de nuestro inconsciente. Pero acercándonos a la noción de “integrar”, cabe preguntarse si es, realmente, tan mala como tememos. 

Decía Jung que “la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención.” El escritor Rainer María Rilke, señaló lo mismo en un poema que dice:

Quizás los dragones que amenazan nuestra vida

no sean sino princesas anhelantes

que sólo aguardan un indicio de nuestra apostura y valentía. 

Quizás en lo más hondo 

lo que más terrible nos parece 

sólo ansía nuestro amor. 

La propuesta de integrar tiene que ver con reconocer, de manera amorosa, todas las partes nuestras que nos asustan o creemos inadmisibles. Esa parte oscura y tenebrosa, en realidad, esconde una potencia enorme, y el trabajo de integrarla se convierte en el camino para volvernos seres más completos. Como dice el escritor y analista junguiano, James Hillman: “amarse a uno mismo es una tarea nada sencilla, porque eso significa amar todo lo que hay en nosotros, hasta la misma sombra que nos hace sentir inferiores y socialmente inaceptables.”

Uno de los mejores ejemplos utilizados desde la psicología para explicar el poder de los aspectos de la personalidad no integrados, es el cuento clásico El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El relato —que nació a partir de una pesadilla que tuvo su autor, el escritor escocés Robert Louis Stevenson— narra la historia del respetable y honrado Doctor Jekyll, quien logra convertirse, por momentos, en el señor Hyde, un alter ego sin escrúpulos ni sentimientos de culpa, capaz de cometer las peores atrocidades. El texto nos muestra cómo la aspiración extrema del doctor por ser una persona admirable e impoluta (considerando, sola y exclusivamente, los elementos de su primera bolsa), termina conduciéndolo por la ruta opuesta. 

¿Qué es lo que revela este grandioso relato ficcional? El analista junguiano y sacerdote episcopal estadounidense John A. Sanford, explica en un ensayo que el principal error del Dr. Jekyll —que hablaba de “la eterna guerra entre mis mitades”—, fue “pretender escapar de la tensión entre los opuestos que se desplegaban en su interior”

Sanford también agrega, a modo de alerta, que “si queremos que nuestro propio drama con la sombra concluya felizmente, debemos ser capaces de sostener la tensión que Jekyll no pudo soportar. Tanto la represión de la sombra como la identificación con ella constituyen intentos infructuosos de huir de la tensión de los opuestos.” 

Por hablar en términos simples, ni una cosa ni la otra: el trabajo de integración, como bien ilustra el símbolo del yin y el yang, implica que podamos reconocer y aceptar todos los aspectos que componen ese complejo que somos y que, en definitiva, es lo que nos hace humanos. Sin caer en la polarización, la propuesta es reconocer los polos y buscar, mediante este reconocimiento, la integridad. 

En la película Un monstruo viene a verme (basada en el libro A monster calls, de Patrick Ness), vemos un maravilloso ejemplo del trabajo de integración de la sombra a través del personaje de Connor, un niño de doce años que sufre por el bullying, y cuya mamá transita un cáncer. Combinando fantasía y realidad, la película no solo es bella, dramática y sensible, sino también muy esclarecedora.

Visitado por su monstruo, un árbol que cobra vida en un horario determinado, este pre-adolescente no encuentra otra alternativa que enfrentarse a su pesadilla más temida. En una de sus primeras visitas, el árbol le explica que a las personas no les gusta lo que no entienden y que se asustan, y en otro diálogo sublime y metafórico, le anuncia que hará temblar sus paredes, “hasta que te despiertes.” 

Trabajar con su propia oscuridad será el desafío de Connor que —si bien no siempre se muestra valiente sino más bien está sumido en el rechazo y la negación—, poco a poco comienza a conectar con su sombra personal. Filmada por el mismo director de La sociedad de la nieve, la película nos deja un claro mensaje: enfrentar nuestras verdades más oscuras, en lugar de matarnos, nos libera.

El trabajo de integración

Si la sombra es algo que nos espanta al punto que la escondemos, ¿cómo reconocerla? 

Algunas de las pistas, señalan los psicólogos, se nos revelan a través de nuestro inconsciente, como en los sueños (especialmente en las pesadillas y los sueños recurrentes) y también en nuestras proyecciones sobre los demás, sean negativas o positivas. 

Dice la analista junguiana Jolande Jacobi: “a nadie le gusta admitir su propia oscuridad. Quienes creen que su ego representa la totalidad de su psiquismo, quienes prefieren seguir ignorando sus cualidades reprimidas, suelen proyectar sobre el mundo que les rodea ‘los fragmentos ignorados de su alma’”. 

Explican los especialistas que cuando algo o alguien nos genera un sentimiento agradable o desagradable muy fuerte, podemos preguntarnos “¿qué me está diciendo sobre mí? ¿qué me está reflejando esta persona o situación?” 

Por supuesto que el trabajo no es sencillo ni es tan fácil identificar la sombra personal. Necesitamos de un buen acompañamiento terapéutico, ya que se trata de enfrentarnos a todo aquello a lo que, por un motivo u otro, nunca nos quisimos enfrentar. Entrar en ese mundo reprimido requiere de un trabajo profundo y, tal vez, doloroso. En palabras de Jung: “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad.” 

Hay algunas cosas que nos pueden ayudar. El arte es una de ellas, y cumple un rol fundamental en el trabajo de integración. A través de la escritura o la pintura, por ejemplo, podemos dejar salir nuestros monstruos internos. También en disciplinas como las artes marciales o el boxeo, encontramos un lugar seguro donde expresar sentimientos como la ira o el perfeccionismo nocivo.

Los expertos señalan, además, la relevancia que tiene nuestra energía femenina en el proceso de integración. Como explica Sanford, “la mente racional, lógica y masculina es la que declara que opuestos como el ego y la sombra, la luz y la oscuridad jamás podrán integrarse. Sin embargo, el espíritu femenino es capaz de alcanzar una síntesis más allá de la lógica.” 

Hay una escena en la película infantil Peter Pan que ejemplifica esto casi sin quererlo. En una primera instancia, Peter pierde su sombra (la cual vemos proyectada con la forma de su cuerpo, toda oscura, contra las paredes). Luego de perseguirla, finalmente la logra atrapar, pero no puede volver a sujetarla a su cuerpo físico. Entonces aparece Wendy, un personaje femenino, quien se la cose con dulzura a los pies, para que esa sombra traviesa y escurridiza no se escape más

Con esta delicadeza femenina es que tenemos que animarnos a mirar dentro de la segunda bolsa. Si no lo hacemos, solo logramos que se vuelva más pesada, más maloliente y más oscura. Debemos animarnos a abrirla y saber que los monstruos que nos esperan dentro de ella en realidad son, como el árbol mágico de Connor, grandes aliados en nuestro proceso de integración. 

Como nos muestra el caso de Jekyll, la guerra interior entre nuestras luces y sombras no se termina porque una vence a la otra, sino porque ambas se dan la mano y dejan de pelear. El trabajo con la sombra personal es, de manera paradójica y cierta, lo que nos permite brillar con más luminosidad.

Desplegarnos en el mundo

Desplegarnos en el mundo

La belle verte (Planeta libre en su traducción al español), es una película francesa que se estrenó en 1996, y que goza de un halo de misterio gracias al rumor (no corroborado), de haber sido prohibida por la Unión Europea debido a su propuesta radical, lejos de la lógica capitalista, sobre cómo conformar una sociedad. 

El film comienza mostrando las colinas verdes del planeta libre, mientras suena un coro que parece cantado por ángeles. Se ve a un grupo de personas con túnicas y vestidos sencillos saludándose por el año nuevo. Es el momento donde toda la comunidad se reúne para intercambiar bienes (lana, frutos secos), transmitir sus necesidades (“¿Alguien sabe de un profesor de telepatía?”) y discutir sobre los asuntos que atañen a todos. El tiempo es el futuro —tres mil años después de la Revolución Industrial—, y lo que se presenta es un mundo de seres evolucionados, que viven en armonía, pueden cumplir más de doscientos años y no sienten apego por las cosas materiales.

En una parte de la reunión, el vocero principal anuncia que hace mucho que nadie visita el planeta Tierra, y que es necesario volver. Pregunta si alguien quiere ir, pero nadie levanta la mano. “Están más jugando con sus ordenadores que ocupándose de su cabeza, van a su ritmo”, exclama uno del grupo. “¿Aún tendrán dinero? ¿Y automóviles?” se preguntan otros. Finalmente una mujer llamada Mila, se ofrece como voluntaria. 

Sin spoilear la película —que a quienes les interese ver, pueden encontrar gratis en Internet—, el viaje de Mila nos invita a reflexionar sobre varias cuestiones, como nuestra relación con la naturaleza, la explotación de sus recursos, los estándares de belleza que nos gobiernan y la forma de alimentarnos. En palabras del filósofo alemán Martin Heidegger, propone revisar nuestra forma de ser-en-el-mundo; de habitar. 

“La manera según la cual los hombres somos en la tierra, es el habitar (…) El hombre es en la medida en que habita”, dice Heidegger en Construir, habitar, pensar, un texto breve reunido en la compilación Conferencias y artículos, publicado en 1994.

La palabra habitar es una palabra en sí misma poética. Si cerramos los ojos un momento y pensamos en ella, ¿a dónde viaja nuestra mente?¿Qué otras palabras se le asocian? ¿Hay aromas, colores, paisajes? ¿Hay sensaciones? ¿Aparece una experiencia determinada?

Amante del lenguaje, Heidegger se dedicó a revisar la raíz etimológica de esta palabra, y encontró que existe una íntima conexión entre habitar y construir, entendida ésta última como abrigar y cuidar.  

Cuando Mila llega al planeta Tierra y aterriza en el París de los años noventa, se sorprende de muchas maneras: hay cosas que la espantan y algunas que le agradan, actitudes humanas que resultan terribles y otras que observa con curiosidad. Aunque para muchos la película presenta una visión demasiado utópica e incluso exagerada, lo cierto es que nos guía hacia una pregunta esencial: ¿de qué manera habitamos el mundo? 

Heidegger presentó un bellísimo concepto que es el de Cuaternidad, que define como la unidad del cielo, la tierra, los divinos y los mortales. Escribe: “En el salvar la tierra, en el recibir el cielo, en la espera de los divinos, en el conducir de los mortales, acaece de un modo propio el habitar como el cuádruple cuidar (velar por) de la Cuaternidad.”

La manera en que el filósofo revisa el sentido de la palabra habitar, nos abre la puerta a muchísimas preguntas: ¿cómo cuidamos del mundo? ¿De qué forma nos cobijamos en él? Y también, ¿cómo somos para con nosotros mismos? ¿De qué manera velamos por nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestro espacio interior? ¿Cuidamos de nuestros sueños, dones y talentos? 

Son este el estilo de preguntas que se hizo Heidegger y que se hacía el personaje de Mila en Francia. Preguntas que han atravesado a los seres humanos en todas las épocas. Si nos tomamos el tiempo y nos damos el lugar, quizás las respuestas empezarán a sonar en el silencio de nuestro corazón. 

La ilusión (quizás real) de un planeta libre

A veces pareciera que el día a día pasa frente a nuestros ojos como una manada de caballos salvajes. El actual mundo moderno —el mundo al que llega Mila—, nos arrastra a una velocidad impensada. Cuando camina por las calles de París, la enviada del planeta libre nota el apuro de la gente, su falta de empatía y su forma de vivir “en piloto automático”. Apuradas, cansadas, sin tiempo, las personas parecen perderse los detalles, los pequeños sabores diarios, lo esencial. Y es justamente en la experiencia de todos los días, en la vida cotidiana, dice Heidegger, que construimos y habitamos. 

En una de sus charlas desde Plum Village, su lugar de residencia, el monje vietnamita Thich Naht Hanh expresó: “Cuando inhalas y traes tu mente de regreso a casa a tu cuerpo, creas la paz entre tu mente y tu cuerpo (…) Y no debes luchar ni forzarte para hacer eso (…) No hay ninguna violencia, ningún forzar: solo despertar. Te despiertas de un sueño largo, al hecho de que la vida está disponible en el aquí y ahora, que estás vivo; de que hay maravillas de la vida en tí y alrededor tuyo.”

Habitar va de la mano de estar presentes. Parece que esta última idea la escuchamos cientos de veces. Sin embargo, ¿cuántas veces el pensar demasiado nos desconecta del aquí y ahora, el mismísimo acontecer de la vida? A través de la respiración, explica el monje, volvemos a casa: nuestro interior. Estar presentes, dice, es estar en casa.

Si me encuentro, por ejemplo, en un jardín: ¿qué flores veo? ¿Qué sonidos aparecen? ¿Hay algo bueno que yo pueda aportar en ese jardín? ¿Presto atención a la postura de mi cuerpo, mientras me muevo por el espacio? Podemos aplicar el mismo ejercicio apenas nos despertamos: ¿qué es lo primero que hago por la mañana? ¿Soy consciente de cómo se siente mi cuerpo, de cuáles son los pensamientos que tengo? ¿Comprendo que, estar vivo hoy, es un milagro y un regalo?

“Habitamos un lugar cuando le damos algo y cuando nos abrimos a recibir lo que tiene para ofrecer”, escribe Thomas Moore en El placer de cada día. A cada momento tenemos la oportunidad de habitar con consciencia, la oportunidad de ser-en-el mundo, como señala Heidegger, de encontrarnos con él y en él; de desplegarnos. Sea en un jardín, o apenas nos despertamos; sea en el encuentro con un amigo, en la observación de las nubes, en el trabajo manual enfocado, en una caminata, en el sentir el pasto en los pies, o en el escuchar con atención a otro, en todo momento tenemos la posibilidad de abrirnos a habitarlo con consciencia. Aplica para uno mismo, para nuestros vínculos con los demás, y para nuestra relación con el mundo.

“Si nos sintiéramos en casa en este planeta y amásemos nuestro hogar, haríamos todo lo posible por mantenerlo vibrante y saludable, y tendríamos una base para una comunidad humana (…) solo nos damos cuenta de quiénes somos en comunidad con nuestros semejantes seres humanos y en íntima relación con el mundo de los seres no-humanos”, dice Thich Naht Hanh, acercándose a la idea de Cuaternidad de Heidegger.

Retomando la idea de Moore, a cada momento podríamos preguntarnos: ¿qué tiene este lugar para ofrecerme? ¿Qué tengo yo para aportar? Vivir de esta manera es una forma de salir del piloto automático. En constante movimiento, en una convivencia infinita, cada uno de nosotros somos la conjunción mágica que se da entre uno mismo, el entorno y las personas. Abrirnos conscientemente a esos momentos, es una de las llaves maestras del habitar. 

Vivimos en un planeta en esencia libre, un planeta no demasiado alejado de las colinas verdes donde vive Mila. El mundo, que para Heidegger no es solo un lugar, sino un horizonte de sentido, se nos presenta como el escenario donde podemos ser tanto individual como colectivamente. ¿Cómo desplegarnos en él? Descubrir esa respuesta, se traduce en el propio accionar del día a día.

Cómo aprender a doblarse sin quebrarse en el intento

Cómo aprender a doblarse sin quebrarse en el intento

Es conocida la fábula del roble y del junco, que dice así:

Hace muchos años crecieron juntos un junco y un roble a la misma orilla del río.

Compartían las delicias de la primavera y la rudeza del invierno, pero nunca estaban de acuerdo. Un día el roble dijo al junco:

—Realmente eres digno de compasión. El menor soplo de aire te tumba. Mis poderosas raíces son el mejor antídoto contra el viento. ¡Sabes que tengo razón!

—Tal vez tengo un aspecto débil y comprendo tu preocupación. Pero no te fíes… ¡La flexibilidad es mi gran fuerza, pues aunque me doblo, nunca me rompo!

Tras una larga discusión, empezó a soplar un viento terriblemente fuerte. El junco bailó al son del vendaval, flexible ante sus peticiones. El roble, rígido y estricto, permaneció inmóvil ante aquella furia. 

A la mañana siguiente, el junco se alzó sacudido y conmocionado y descubrió a su lado un gran agujero, justo donde el roble aposentaba sus raíces.

Esta breve historia, adjudicada al fabulista y cuentista francés, Jean de la Fontaine, busca ilustrarnos el valor de la flexibilidad. 

¿Cuán sencillo nos resulta ser flexibles en el día a día? ¿Acaso, alguna vez, logramos dejar de lado la tendencia a querer controlar la vida? ¿Podemos, simplemente, entregarnos a lo que es?  

Al llegar la tormenta, el delgado y apacible junco no rechaza ni la lluvia violenta ni el intenso ventarrón, sino que, por su propia naturaleza, se mueve con ellos: se balancea de un lado a otro, “doblándose pero no quebrándose”, hasta que pasa la tempestad. 

Ante una opinión con la que no estamos de acuerdo, la noticia de un resultado diferente al que previmos, algo diferente a lo que deseábamos, un proyecto frustrado… ¿cómo ser flexibles sin quebrarnos? ¿Cómo podemos movernos con las tormentas de la vida?

Cuando el actor y experto en artes marciales Bruce Lee recomienda “ser como el agua”, lo que sugiere es que tomemos su cualidad adaptativa, su capacidad de fluir: no se trata de evitar lo que se presenta, sino de encontrar la manera de rodearlo, de atravesarlo, de pasar por sus grietas. “Si nada dentro de tí permanece rígido, las cosas externas se revelarán”, expresó Lee. 

Lo que el actor estaba explicando, era uno de los conceptos más básicos del Taoísmo: el Wu wei.

Wu wei: el principio de la no acción

Wu wei se traduce de varias maneras: “el arte de dejar que las cosas ocurran”, “el principio de no forzar” o “la no acción”. 

“Lo que no resiste, vence a las sustancias más duras. Lo que no resiste, puede entrar donde no hay espacio”, escribió, hace más de dos mil años, el filósofo Lao Tzu, autor del texto clásico y base del Taoísmo, el Tao Te Ching. 

Desde el Tao, la vida es percibida como un río: fluye constante, no se detiene. El principio de Wu wei implica sencillamente permitir ese fluir natural; no significa literalmente “hacer nada”, sino no interferir. Nuestra mente cree que puede y debe controlar el entorno, esta es una de sus características; pero el Taoísmo invita a dejarse llevar de forma leve y grácil por la corriente.

El escritor y orador inglés Allan Watts fue uno de los principales encargados en acercar la filosofía oriental a Occidente. Estudioso del Tao, para Watts la mejor traducción de Wu wei es “no forzar nada”. Wu wei, dice, se basa “en el conocimiento de las mareas, la deriva de las cosas”. Es más el arte de navegar que el de remar; el arte de moverse con el viento en lugar de empujar o hacer fuerza. 

Es, así como el junco, el arte de mecerse cuando llega el vendaval.

Cuerpo flexible, mente flexible: ¿desde dónde practicar la flexibilidad?

Xuan Lan, instructora de yoga internacional y referente de bienestar, dice lo siguiente: “La práctica del yoga, que se piensa para la flexibilidad física, al final es más para la adaptabilidad mental. Poder tocarte los pies o doblar el pie detrás de la cabeza no es lo más importante. Si trabajas la flexibilidad del cuerpo en un mat de yoga, ves tus límites y empiezas a tener otra perspectiva: al tener la cabeza hacia abajo, ves el mundo de otra manera».

Para Xuan Lan, que da clases de yoga hace más de veinte años, la práctica nos ayuda a reconocer mejor nuestras limitaciones y nuestras aptitudes, en el marco de una disciplina que define como un método poderoso de autoconocimiento. 

“Conocernos mejor, no autocriticarnos tanto por nuestras debilidades y potenciar nuestras fuerzas; esto es para mí la flexibilidad”, señala. 

Roberto Nicholson, médico homeópata especializado en Praxis Vertebralis, describe la flexibilidad como “la capacidad para adaptarse a diferentes circunstancias” y señala que “contribuye a la libertad de ser y fluir en la vida en diferentes ámbitos: en lo emocional, lo laboral, en nuestra manera de pensar y a nivel físico».

Nicholson, que se especializa en mejorar el movimiento biomecánico de la columna vertebral, entiende que la flexibilidad física, la mental y la emocional están íntimamente relacionadas. Es por eso que también trabaja con homeopatía. Lo que busca desde este enfoque, es “equilibrar la energía vital y facilitar los procesos de adaptación que ocurren en nuestro interior», según señala. Este trabajo anímico y energético, se refleja, a su vez, en el plano físico y mental. 

Reconociéndonos como un todo, es interesante (y esperanzador) saber que podemos trabajar en nuestra flexibilidad desde el cuerpo, desde la mente o desde el espíritu. Sea aprendiendo un nuevo idioma, tocando un instrumento, elongando el cuerpo, practicando yoga o leyendo sobre Taoísmo y otras filosofías, empezaremos a desarrollar la flexibilidad y a manifestarla en las diferentes áreas de nuestra vida

Diversos caminos que, por la íntima interconexión de todas nuestras partes, contribuyen a generar “un mayor bienestar, armonía con nosotros mismos, y a vincularnos mejor con el otro y con nuestro entorno”, como explica Nicholson.

Cada cual puede preguntarse, entonces, “¿por dónde me interesa explorar la flexibilidad?”.

Ser flexibles y ser fuertes

“La dignidad de la naturaleza humana requiere que debamos enfrentar las tormentas de la vida”, dijo Mahatma Gandhi. 

El junco, que se mece con los vientos, es una imagen que nos ayuda a comprender la esencia de la flexibilidad. Pero ese junco, vale mencionar, también tiene su raíz, una raíz fuerte, estable, que lo mantiene adherido a la tierra

Fortalecer nuestra capacidad de ser flexibles, a través del cuerpo, de la mente o del espíritu, nos ayudará a atravesar las vicisitudes de la vida y, también, a disfrutar más de ella: saber ir con el flujo de lo que se presenta, poder bailar con el viento.

Quizás la flexibilidad sea eso: mantenernos enraizados, en eje, y también lo suficientemente abiertos a las tormentas, aceptando que ellas, también, son parte de nuestro camino.

La flecha que apunta el camino del corazón

La flecha que apunta el camino del corazón

Todo el tiempo, en la vida, llega el momento de tomar una decisión. Entonces pensamos, analizamos las distintas variables, y aunque todo puede indicar que conviene ir por un lado, algo (no sabemos bien qué), nos dice que mejor tomemos el otro camino. “Es una locura, no veo cuáles serían los beneficios, ¿qué sentido tiene ir por ahí?” nos preguntamos internamente. 

Pero la intuición no da razones, solo indica. 

“La intuición es una certeza, arroja una verdad inexorable, la verdad que está en la sabiduría interna. La tenemos como guía, nos muestra por dónde es el camino de la alegría y del aprendizaje. Nos orienta y no ejerce presión para ser escuchada. Solo hace su parte”, explica la mentora en desarrollo personal y profesional, Carito Romero Álvarez

Es un desafío conectar con la intuición, porque se trata de una fuerza invisible, abstracta y subjetiva; es una energía potente, sutil, que no hace alarde, ni habla a los gritos. Y muchas veces se ve tan opacada por la razón, que se vuelve difícil escucharla. 

“La cháchara mental bloquea las sensaciones que nacen desde las tripas y el corazón”, señala en su charla Ted la oradora motivacional Cameo Gore, quien considera que la intuición es nuestro superpoder, y la luz verde hacia nuestro destino. 

Quizás sentimos un impulso interno, el envión para hacer algo, pero enseguida desenrollamos la larga lista de pros y contras que hemos escrito meticulosamente en nuestra cabeza, y, al final, ahogamos ese ímpetu inicial; la “cháchara mental” termina por ganar la batalla. Según Gore, la causa de esto es el miedo. ¿Y de dónde viene ese miedo? De nuestro enemigo y mejor aliado: el ego.

El ego y la intuición: las dos voces que nos habitan

¿Cuántas voces internas tenemos? Parecen miles, pero según la coach Leticia Arévalo, en realidad se reducen a dos: la de nuestro ego y la de nuestra intuición

En el capítulo “Intuición”, de su podcast “Mientras respires, estás a tiempo”, disponible en la plataforma Spotify, Arévalo explica que ambas voces son necesarias y constitutivas del ser humano, y que el gran desafío consiste en encontrar el equilibrio entre ambas. ¿Cómo? Aprendiendo a reconocer a cada una y hacerla consciente. 

El ego, explica Arévalo, busca nuestra supervivencia: trata de evitar riesgos y mantenernos dentro de los límites que considera seguros. Busca siempre tener el control, y a la hora de tomar decisiones se basa en análisis complejos, tomando en cuenta los riesgos y beneficios de cada situación y las posibles amenazas, siguiendo una lógica de tipo competitiva con el entorno. “El ego es como un padre o madre que sobreprotege, que te convence de que es mejor no arriesgarse, y se maneja desde el miedo. Está influenciado por nuestra crianza y las creencias externas. Vive con miedo al rechazo, al abandono. Su función es mantenernos protegidos”. 

En cambio la intuición se basa en una seguridad que no cuenta con argumentos racionales ni justificaciones que tengan sentido. Su energía está más asociada a la gratitud, el deseo y la presencia, y solo nos responde que “sí, porque sí”. Es un tipo de respuesta más inmediata e instintiva, que busca nuestro crecimiento y evolución.

Es habitual que dudemos de nuestra intuición. Muchas veces sentimos esas “corazonadas” y las descartamos por falta de argumentos lógicos que las avalen. Al fin y al cabo, pensamos que no es más que una sensación y la desmerecemos. Pero esas sensaciones (que pueden manifestarse como piel de gallina, tensión muscular, un cosquilleo en el estómago, un rapto de inspiración, una expansión del pecho o la sensación de bienestar), a menudo nos están tratando de indicar cuál es el camino de nuestra alma y cómo la intuición quiere que le prestemos atención, volviendo a hacerse ver una y otra vez, hasta que estemos listos para abrirnos y escucharla y salir de donde estamos.

“La intuición es nuestra alma hablando. Cuando el alma habla y atendemos, logramos un equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos y ¡la paz y la dicha están garantizados!”, asegura Álvarez Romero.

Aunque varios expertos coinciden en que a veces la intuición se equivoca, también aseguran que son muchas más las veces en que acierta. Para Álvarez Romero, en cambio, no erra nunca. “Desde mi punto de vista y sistemas de creencias, jamás se equivoca. Lo que sucede es que el ser humano espera resultados concretos y lo que considera mejor según el pensamiento racional, que no siempre está alineado con la intuición”, explica.

De cualquier modo, siempre, o casi siempre, seguir la intuición es un camino recomendado, ya que es la flecha que señala el norte hacia nuestra máxima expresión y autenticidad.

¿Por qué es tan difícil reconocer la voz de la intuición? 

Albert Einstein dijo que la mente intuitiva era un don sagrado, y la mente racional su fiel servidor. ¿Qué pasó, entonces, que parece que la ecuación actual fuera al revés? 

En su charla “Accediendo a la intuición como herramienta: tu sistema de guía interna”, la mentora en liderazgo regenerativo, Jannine Barron, comparte tres pistas históricas:

Primero, nos hace viajar al año 4000 a.C., cuando Sócrates y Platón discutían la existencia del alma, generando una batalla entre la emoción y la lógica. La que predominó, observa Barron, fue la lógica, y la Humanidad se dedicó a construir una sociedad basada en el progreso tecnológico e industrial, alejándose de su dimensión más espiritual e intuitiva. 

Por otro lado, bajo una organización mundial de tipo patriarcal, la intuición, asociada al mundo femenino, fue dejada de lado. Las percepciones sutiles, las “corazonadas” y los presentimientos, no obtuvieron validez ni fueron tomadas en serio. 

Por último, Barron señala que al distanciarnos cada vez más de la naturaleza y desconectarnos del entorno natural, fuimos perdiendo también la conexión con nosotros mismos. Esa fuente de vida, de quietud y de calma, se volvió algo ajeno, lejano, que buscamos controlar y explotar para nuestro beneficio material, olvidando su valor más profundo. 

La gran pregunta, entonces, es ¿cómo podemos darle lugar a esa voz interna —en un mundo que se mueve más veloz que nunca en toda su historia, donde nos encontramos sobrecargados de estímulos, y nos sentimos agobiados por nuestra propia discursividad mental—, que nos habla como un susurro?

Empezar a escuchar más a nuestra voz interior

Para Barron, no todo está perdido: podemos entrenarnos en escuchar nuestra intuición, empezar a reconocerla y darle lugar. Algunos de los caminos que ella propone son el yoga, la meditación y el contacto con la naturaleza, como maneras para empezar a bajar el volumen del ruido mental.

Romero Álvarez sugiere generar espacios internos de silencio de forma práctica, antes de tomar una decisión. “Una manera, es hacernos preguntas sencillas… Por ejemplo: ¿quiero comer esto? y dejar que esa pregunta se asiente en silencio. La respuesta es sencilla, sí o no, y podés experimentarla en el cuerpo. A medida que vayas reconociendo esa voz, se puede complejizar la pregunta”, dice.

Empezar a prestar atención a las sensaciones de nuestro cuerpo, es otra manera. Podemos imaginar que tomamos determinada decisión y registrar qué nos produce. ¿Hay alivio, bienestar y paz? O, por el contrario, ¿sentimos que se nos cierra el estómago, el pecho? Al ejercitar la práctica de reconocer nuestras sensaciones, podremos distinguir cada vez más qué nos quieren decir, ya que para diferentes personas, las mismas respuestas fisiológicas pueden significar cosas distintas.

Y sobre todo: buscar el equilibrio. 

“La intuición te da alas, porque quiere que sientas lo que es volar. (…) Pero tampoco es posible vivir en las alturas, porque te perderías un montón de cosas que pasan acá, en la tierra”, reflexiona Arévalo.

La invitación, a fin de cuentas, es a buscar ese balance único y propio entre la voz más cauta y la más impulsiva, para reconocer, desde nuestro ser más genuino, la decisión que nos guiará en nuestra evolución.

La belleza del intento: historias que nos invitan a creer

La belleza del intento: historias que nos invitan a creer

En una hoja de papel escribimos algunas palabras. Las releemos, no nos gustan. Hacemos del papel un bollo, el bollo lo tiramos al tacho, y tiramos así, también, cualquier intento de escribir. 

O quizás nos pase tejiendo: empezamos esa bufanda de colores, vamos lento. Hacemos una, dos, tres líneas y se nos escapan uno, dos, tres puntos. Pensamos que, seguramente, tejer no sea para nosotros. Lo mismo con un instrumento: nos llama la atención, nos encanta su sonido, pero… ¿cómo llegar a ejecutar alguna nota? Lo creemos imposible y ahogamos entonces las ganas de aprender a tocar. 

Los ejemplos son infinitos. Muchas veces desistimos de hacer algo que “nos llama” porque no soportamos la idea de fracasar. Olvidamos que aprender es el fin máximo y, agobiados por los “imposibles”, ignoramos la belleza de su opuesto: la posibilidad del intento.

A continuación, compartimos algunas historias que nos invitan a creer, y a convertir el “intentar” en un gesto de fe, perseverancia e infinito amor. 

Una lapicera que se convierte en varita mágica

En una servilleta de papel, unas pocas palabras empiezan a componer una historia. El nombre “Harry” se imprime en tinta y caligrafía desprolija. Aparece un amigo incondicional, una amiga inteligente. Aparece la magia, la hechicería y una escuela de magos. Aparece, a fin de cuentas, el principio de una historia que cambiará el rumbo de la literatura juvenil.

Joanne Rowling no tenía trabajo, vivía de pensiones del Estado y cuidaba de su hija sin ayuda del padre. “Bajo todos los estándares usuales, yo era el mayor fracaso que conocía”, dijo años después la autora, en un discurso en la Universidad de Harvard, Estados Unidos. “No voy a decirles que el fracaso es divertido. Ese periodo de mi vida fue oscuro (…) no tenía ni idea cuánto iba a extenderse, y por mucho tiempo, cualquier idea de una luz al final del túnel era más una esperanza que una realidad”.

Esa oscuridad se convirtió, sin embargo, en la oportunidad de su vida: envuelta en la sensación de fracaso, Rowling entendió que ya no tenía nada que perder, y decidió concentrar todas sus energías en el único proyecto que, en su fuero interno, aún le daba sentido a su vida. “El fracaso significaba una eliminación de lo no esencial (…) Me sentí libre porque mi mayor miedo se había hecho realidad y todavía estaba viva, todavía tenía una hija a la que adoraba y tenía una vieja máquina de escribir y una gran idea. Así fue que tocar fondo se convirtió en la sólida base sobre la que reconstruí mi vida”, dijo. 

Rowling tardó seis años en escribir “Harry Potter y la piedra filosofal”, el primer libro de la exitosa saga que conocemos hoy. En un principio, la historia de los jóvenes aprendices magos no parecía seducir a nadie: antes de ser aceptado, el manuscrito fue rechazado por doce editoriales. Pero no se dio por vencida, y lo siguió presentando, hasta que finalmente el texto fue acogido. (Una curiosidad: la autora tomó la sugerencia de la editorial de publicar bajo el nombre “J.K. Rowling” para disimular que se trataba de una escritora mujer, lo cual podría disminuir el interés en el libro).

El resto ya lo sabemos: las historias de Harry Potter fueron una revolución. Abrieron una ventana en el ámbito literario, que encontró un nicho de adolescentes interesados en la lectura, y cada uno de los libros fue adaptado para cine. La saga le devolvió la magia a un mundo tal vez escéptico y desencantado, y Rowling se convirtió en la escritora mejor paga de todos los tiempos.

“Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad externa”, dijo la escritora citando al autor griego Plutarco. Convicción, imaginación y la certeza de que, aunque todo parezca perdido, siempre existe una chispa de esperanza para volver a intentar.

Un ratón que hace sonreír a niños y adultos

El pequeño Walt era uno de cinco hermanos. Nació en 1901, y desde temprana edad trabajó para ayudar a su familia, que vivía en situación de pobreza: repartía el diario de madrugada antes de entrar a la escuela, vendía golosinas en el tren, y dibujos que pintaba a mano para sus vecinos. En los exámenes, sacaba muy malas notas porque se quedaba dormido en clase, aunque su interés por las materias era, de todas formas, escaso. 

La obsesión de Walt, era dibujar. De adulto, consiguió un trabajo en el diario local del cual fue despedido por “falta de imaginación y buenas ideas”. Siguió una etapa de búsqueda laboral hasta que decidió crear una empresa de dibujos animados junto a su hermano Ron. Pese a la popularidad que ganaron las caricaturas, la empresa no se sostuvo económicamente y quebró. Con cuarenta dólares en el bolsillo, viviendo de latas de arvejas, Walt probó suerte como actor en Hollywood. Tampoco le fue bien. 

La serie de tropiezos continuó, con más de una crisis económica. Pero Walt creía profundamente en el arte y en su sueño de ser artista, y continuó trabajando sin ceder al desánimo. En 1928, llevó a la pantalla grande el cortometraje animado “El barco de vapor Willie”, introduciendo al ratón Mickey. El corto fue un éxito y su personaje principal enamoró al público.

A lo largo de toda su vida, pese al éxito y al rechazo, Walt Disney siempre continuó intentando. Su proyecto para crear Disneylandia, siendo él ya reconocido, fue rechazado más de 300 veces por distintos bancos y entidades financieras. Cumplir con su visión de crear “el lugar más feliz del mundo” no fue fácil, pero finalmente Disneylandia abrió sus puertas en julio de 1955, convirtiéndose en el primer parque temático del mundo.  

Optimista, talentoso, Walt Disney nunca dejó torcer sus ideas por los fracasos. Siguió apostando sin respiro a sus sueños y llegó a ganar 22 premios Oscar, manteniendo hasta el día de hoy, el récord en cantidad de nominaciones y premios obtenidos. 

¿Qué podemos aprender de ellos?

Joanne Rowling y Walt Disney son solo dos, de los tantos que personifican la belleza del intento. 

Para dar otros ejemplos podemos mencionar a Rupi Kaur, quien convirtió el dolor de su traumática infancia, marcada por el abuso, en poesía, y es actualmente una de las jóvenes poetas contemporáneas más reconocidas a nivel mundial. 

También Nadia Ghulam, hoy escritora y conferencista, que a los once años adoptó la identidad de su hermano, fallecido en un bombardeo en la ciudad de Kabul, para poder estudiar y trabajar en un país donde las mujeres no accedían a ninguna oportunidad de progreso. 

Steven Spielberg, uno de los mejores directores de cine del mundo, fue rechazado tres veces por la Universidad del Sur de California, donde quería estudiar Artes Cinematográficas. 

En el ámbito de la ciencia, podemos destacar a Albert Einstein, que comenzó a hablar recién a los cuatro años y quien, según sus maestras, “no llegaría a mucho”. 

Por último, Oprah Winfrey; pese a ser criticada por el color de su piel, su cuerpo y su forma “demasiado emotiva” de expresarse, se convirtió en una exitosa conductora de televisión. “Cada decisión, cada fracaso o triunfo, es una oportunidad para identificar las semillas de la verdad que te convierten en el maravilloso ser humano que eres”, ha dicho Winfrey.

Estos casos, marcados por intentar una y otra vez, nos animan a ampliar nuestro abanico de posibilidades. Aunque no busquemos abrir el parque temático más grande del mundo, ni queramos aparecer en la televisión, son historias que inspiran. Recordarlas nos sirve de empujón para escribir ese cuento, tejer esa bufanda o tocar aquel instrumento que mencionamos al principio. 

Sea por incursionar en un nuevo hobbie o por lanzarnos con un emprendimiento propio de joyería o pastelería, las historias compartidas reflejan que, incluso ante la adversidad, se puede seguir intentando. Ante el fracaso, ante el “no”, ante las crisis, mantener la cabeza en alto y seguir apostando por lo que queremos no es una locura. Podemos seguir probando una y mil veces, recordando que no necesariamente debe haber un punto de llegada, sino que la belleza del camino reside, justamente, en la posibilidad del intento.