“Al tomar conciencia de que controlamos menos de lo que creemos, podemos empezar a descansar en la incertidumbre”, dice Javier Cándarle, licenciado en Psicología, psicoterapeuta clínico con orientación cognitiva y en mindulfness. Y en esta entrevista, nos habla de la importancia de aprender a soltar el control y entregarnos a lo desconocido: dos claves para vivir con más calma y libertad, en esta realidad tan cambiante.
–¿Cómo definirías la incertidumbre?
–La incertidumbre es una condición humana, y tiene que ver con la ausencia de certezas. Pensá que desde que nacemos somos arrojados a la existencia sin tener control sobre casi nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Y si bien hemos intentado establecer algún tipo de certidumbre comprendiendo las leyes de la naturaleza, por ejemplo, y hay algunas cosas que podemos predecir, nunca es de manera total y absoluta. Hay un poema hermoso de Rubem Alves que habla de esto.
–¿Lo podrías citar?
–Dice así: “Somos así. Soñamos el vuelo pero tememos las alturas. Para volar, es preciso tener valor para afrontar el terror al vacío. Porque es sólo en el vacío donde el vuelo tiene lugar. El vacío es el espacio de la libertad, la ausencia de certezas. Pero es esto lo que tememos, el no tener certezas. Por eso cambiamos el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde las certezas viven”.
–¿Cómo creés que se nos juega la incertidumbre en un país como la Argentina?
–Justamente cuando hay ausencia de reglas y de certezas, es donde más crece la incertidumbre. Y me parece que en el caso de la Argentina, al tener cambios tan abruptos de reglas todo el tiempo, esto impide prever y establecer certidumbres mínimas, que muchos sistemas tienen. O sea: dentro de la impermanencia, uno puede establecer algún nivel de control, como por ejemplo en las leyes que regulan los intercambios entre las personas. Pero acá las cambiamos todo el tiempo.
“Somos así. Soñamos el vuelo pero tememos las alturas. Para volar, es preciso tener valor para afrontar el terror al vacío. Porque es sólo en el vacío donde el vuelo tiene lugar. El vacío es el espacio de la libertad, la ausencia de certezas. Pero es esto lo que tememos, el no tener certezas. Por eso cambiamos el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde las certezas viven” —Rubem Alves
–¿Nos cuesta habitar la incertidumbre porque somos muy controladores?
–Así es. Y nos cuesta soltar el control porque justamente tenemos asociada la función de control a establecer algún nivel de certidumbre de las cosas. Entonces el control está directamente ligado a intentar eliminar la incertidumbre.
–¿No controlamos nada?
–Nadie controla nada (o al menos, solo podemos hacerlo con aquello que depende absolutamente de nosotros). Estamos inmersos en una naturaleza que nos excede, que nos excedió siempre, y los seres humanos construimos una falsa seguridad en el control mental que tratamos de hacer sobre las cosas (pero, cada tanto, la vida se encarga de mostrarnos lo contrario, sino pensemos en la pandemia). Por eso, asumir la incertidumbre esencial, es lo que nos ayuda a relajarnos. Como decía una frase que una vez leí en una red social: “Tranquilos, nada está bajo control”.
–Vos mencionaste antes el término “impermanencia”. Me parece muy interesante acá…
–Sí. Chögyam Trungpa, un maestro budista (que vino a occidente de joven), decía: “La mala noticia es que estás cayendo a través del aire, sin nada a que aferrarte, sin paracaídas. La buena noticia es que no hay piso”. Entonces, de alguna manera, saber que la condición es la impermanencia, el cambio permanente, es lo que nos ayuda a eliminar algo del sufrimiento que le agregamos a la experiencia, tratando de controlar lo que no tiene control.
–¿Cómo se relaciona la incertidumbre con la ansiedad?
–La ansiedad es el estado de preocupación temerosa, que nos genera no tener control. Y la creencia de que podemos tener algún tipo de control refuerza la ansiedad. De hecho, el paciente ansioso está todo el tiempo controlando para prevenir algún desastre imaginario. Más allá de la condición de psicopatología que pueda tener, y que los fenómenos psicopatológicos son complejos y multi-causados (hay vulnerabilidad heredada, aprendizajes históricos, experiencias infantiles), desde este punto de vista que estamos trabajando tiene mucho que ver con no entender que, en el fondo, no hay control. La salida de la ansiedad sería poder descansar en el no-control.
«Nadie controla nada (o al menos, sólo podemos hacerlo con aquello que depende absolutamente de nosotros). Estamos inmersos en una naturaleza que nos excede, que nos excedió siempre, y los seres humanos construimos una falsa seguridad en el control mental que tratamos de hacer sobre las cosas (pero, cada tanto, la vida se encarga de mostrarnos lo contrario, sino pensemos en la pandemia)», explica Javire Cándarle.
–Vos una vez relacionaste a la “mente insistente” (pensamientos que no paran), con ese intento de control de lo que va a ocurrir…
–Exacto. Por eso es tan importante que podamos detectar si los pensamientos que nos invaden a diario son de situaciones reales y concretas (que suceden en el presente y podemos resolver), o hipotéticas (más ligadas al futuro, y a procesos ansiosos). En el último caso, sin dudas vamos a tener que poder trabajar la incertidumbre. Hay una frase que digo mucho y es que “uno no elige lo que piensa, pero sí qué hace con lo que piensa”.
–¿Cómo sería esto?
–En la medida en que nos damos cuenta de que la actividad de la mente no se calla ni cuando dormimos (porque genera sueños), lo que podemos hacer es empezar a tomar cierta distancia, para ver qué pensamientos vamos a considerar y cuáles no. No se trata de poner la mente en blanco o “dejar de pensar”. De hecho, mientras más luchamos por callar la mente, menos lo logramos. La clave, en esos momentos más críticos donde sentimos que la cabeza va a estallar, es centrarnos en algún ejercicio de atención al cuerpo o a la respiración. Así, la actividad de la mente puede empezar a hacerse más lenta.
–Una vez leí un texto tuyo relacionado a este tema, donde decías que “hay muchas cosas en la vida que se logran soltando más que agarrando”. ¿Podés darme un ejemplo?
–Muchas cosas en la vida se logran previniendo y persistiendo, como puede ser una carrera universitaria. Pero muchas otras, aflojando y soltando el control, dejando que algo ocurra sin tratar de tener el dominio. Dormir a la noche, la sexualidad plena, muchos de nuestros vínculos, están más asociados a soltar que a agarrar.
–En la charla TED «Tres cosas que aprendí mientras mi avión se estrellaba», uno de los pasajeros del avión que tuvo que aterrizar forzosamente sobre el río Hudson en 2009, dijo: “Toda tu vida puede cambiar en un instante”. ¿Qué pensás de esta afirmación?
–“Toda tu vida puede cambiar en un instante”, es así. Exactamente. El mindfulness, por ejemplo, tiene mucho que ver con esto, porque nos invita a estar más cómodos con lo incierto y lo desconocido. Hay una práctica que hace Joseph Goldstein, que es repetirnos mientras practicamos mindfulness: “Cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento”, con la plena convicción de que es así. Porque en este momento todo mi cuerpo está funcionando, pero así y todo algo puede fallar, aunque yo me haga todos los chequeos médicos siempre.
«El paciente ansioso está todo el tiempo controlando para prevenir algún desastre imaginario. Más allá de la condición de psicopatología que pueda tener, y que los fenómenos psicopatológicos son complejos y multi-causados (hay vulnerabilidad heredada, aprendizajes históricos, experiencias infantiles), desde este punto de vista que estamos trabajando, tiene mucho que ver con no entender que en el fondo no hay control. La salida de la ansiedad sería poder descansar en el no-control«.
–Pienso, por ejemplo, cuando un deportista que se cuida mucho tiene un infarto…
–Tal cual. Y todos dicen “qué locura”. Y en realidad la locura es pensar que no puede pasar. Es creer que tenemos control sobre lo que no tenemos control. De hecho, la respiración está ocurriendo todo el tiempo y no tenemos mucho control. La podemos alterar conscientemente pero después nos vamos a dormir y seguimos respirando sin que haya control consciente. Es el sistema autónomo del organismo, de la misma manera que fluye la sangre o late el corazón. ¿Qué control tenemos sobre eso?
–¿Qué lugar juega la aceptación en todo esto que venimos hablando?
–El único refugio es cultivar la aceptación. Hay un libro de Tara Brach que se llama Aceptación radical y habla de esto, justamente. Sobre cómo, en realidad, cuando nosotros luchamos contra las condiciones existenciales, generamos sufrimiento innecesario. Por eso, la frase: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Seguramente si tenemos cercana la muerte de un ser querido nos va a doler. Pero el sufrimiento es lo que le agregamos a esa condición existencial inevitable. “Es lo que es”. Si aceptamos que no tenemos control, podemos descansar en la incertidumbre. Las tres grandes religiones monoteísas (el islam, el judaísmo y el catolicismo), en un punto parten de esta idea.
–¿Nos ampliás por favor esta idea?
–En el cristianismo se enfatiza que “se hace la voluntad de Dios”. Es una metáfora similar a lo que te estoy diciendo, desde una perspectiva más mindfulness. O cuando se reza el Padrenuestro y se dice “que se haga tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. En las tradiciones monoteístas es la entrega a Dios y la confianza en su voluntad, que sería lo mismo dicho de otra manera.
–¿Algún mensaje final que quieras sumar?
–Una vez que estamos más cómodos con la incertidumbre, podemos disfrutar con mucha alegría y corazón el tiempo que nos es dado (más que estar tratando de controlar para no perder lo que en algún momento vamos a perder). Alejandro Dolina dice una frase que me encanta y es: “Todo termina mal si uno espera la suficiente”. Entonces, más que preguntarme: «¿Cuándo me voy a morir?», podría preguntarme: «¿Cómo voy a vivir el tiempo que me es dado?».
–¿Podés compartirnos algún ejercicio de mindfulness?
–Sí. Les recomiendo un breve ejercicio de aquietamiento y reconexión que publiqué en el libro Mindfulness. Atención plena para vivir mejor. El objetivo de esta práctica es cultivar un modo de detenernos y tomar conciencia de nosotros mismos. Para realizarla, les sugiero silenciar el celular y disponer de algún temporizador o alarma que se active transcurridos diez minutos.
Algo que siempre me gusta decir acá es que, tanto la práctica meditativa como algunas técnicas de la psicoterapia, o el mindfulness (atención plena), se deben hacer con frecuencia y entrenamiento. Aquí no hay “fast-mindfulness”. Hay que disponerse a cultivar algo. Hay que entrenar la mente y el corazón para vivir bien.
Memorizá suavemente estas instrucciones antes de comenzar a practicar.
Te invito a sentarte o acostarte con comodidad. Una vez alcanzada la posición en la que puedas permanecer quieto durante los siguientes diez minutos, cerrá los ojos lentamente e intentá tomar conciencia de tu cuerpo.
¿Cómo te sentís? ¿Qué sensaciones físicas predominan? ¿Cómo sentís los lugares donde el cuerpo se apoya en los objetos que lo sostienen? Intentá, si es posible, conectar con las sensaciones físicas concretas y no con las imágenes del cuerpo.
Tratá de encontrar en tu organismo un lugar donde sientas más claramente las sensaciones físicas asociadas a la respiración. Puede ser el abdomen que se eleva y desciende, o el pecho, o las fosas nasales cuando el aire entra y sale.
Una vez elegido el lugar, llevá suavemente la atención a la respiración tal y como ésta se encuentre en ese momento (¡sin tratar que nada cambie en ella!).
Permanecé atento a esas sensaciones una y otra vez hasta que suene el temporizador o la alarma.
Seguramente notes que la mente se pierde muchas veces en pensamientos, sonidos, sensaciones físicas, etcétera. Esto no significa que estés realizando mal la práctica, simplemente no estás enfocado en la respiración. Ahí, sin juzgarte, volvé con la mayor amabilidad posible a llevar la atención a ella. Una y otra vez.
La práctica de mindfulness nos conecta plenamente con lo que está ocurriendo en el momento presente. Nada determinado tiene que suceder. Si apareció algo de bienestar, bien. Y si apareció algo de malestar, también. El trabajo consiste simplemente en intentar notar lo que va sucediendo un momento tras otro.
“Preocuparse es llevar la carga de mañana con la fuerza de hoy, es llevar dos días a la vez. Es entrar en el mañana antes de tiempo. La preocupación no vacía el mañana de su pesar, sino que vacía el hoy de su fuerza”, dice una frase de Corrie Ten Boom, que eligió para esta nota María Noel Anchorena, licenciada en Psicología, co-fundadora y directora general de la Sociedad Mindfulness y Salud. Y nos movió mucho a pensar el tema del mes.
Ya lo sabemos. La incertidumbre forma parte de la vida. Es una característica de nuestra existencia con la que nos cuesta convivir. Porque todo cambia, todo el tiempo (la impermanencia), y no tenemos mucho control sobre eso. Pero si no aprendemos a bailar —un poco, al menos—, esta coreografía del “no saber”, nos cargamos de estrés y ansiedad. ¿Cómo? María Noel lo explica:
La incertidumbre puede producir una sensación de malestar frente al desconocimiento de lo que ocurrirá. Cuando no sabemos qué esperar, surgen dudas, preocupaciones y se puede sentir confusión a nivel de los pensamientos. La sensación de incertidumbre conlleva un sentimiento de falta de control acerca de lo que ocurrirá en el futuro, lo que provoca miedos que a su vez se relacionan con una mayor ansiedad.
Además, la incertidumbre es uno de los estresores más comunes en la vida actual y en la historia de la humanidad. Este aspecto natural de la vida es, probablemente, el que más tratamos de combatir. Porque al estar asociado a la idea de que todo puede desaparecer o cambiar, nos genera un gran estrés, ansiedad y desregulación.
«Es importante comprender que la incertidumbre estará presente siempre y en cualquier circunstancia, y dependerá de nosotros aprender a relacionarnos con ella de manera más sabia, menos reactiva, y con mayores y mejores recursos de afrontamiento”, reflexiona Anchorena.
Y si bien todos somos diferentes, y nos afecta de manera distinta lo que sucede a nuestro alrededor (hay personas con muy baja tolerancia a la incertidumbre y otras con mayor capacidad de adaptación a los cambios), existen ciertos recursos que podemos poner en práctica para reducir el malestar que puede causar la falta de control.
Aquí, una guía pensada por María Noel, para bajar la ansiedad y el estrés, y aprender a convivir de una manera más sana con la incertidumbre.
Practicar Mindfulness (atención plena) todos los días: se trata de un gran beneficio para la regulación emocional, la reducción del estrés, y la mejora de la calidad de vida. Practicar mindfulness implica dedicar tiempo, todos los días, a estar en el presente con aceptación de lo que sucede.
Te dejamos una práctica (meditación de atención focalizada), para que realices al menos una vez por día:
Sentate cómoda en una silla o sobre un almohadón en el suelo. Comenzá a llevar la atención a la respiración en la zona del cuerpo donde la sientas más clara. Los puntos de apoyo del cuerpo, o los sonidos, pueden ser también opciones donde asentar la atención. Elegí un solo lugar y no lo cambies durante la práctica. Seguramente la atención se mueva y salte a otras experiencias, como pensamientos, emociones, estímulos, o sensaciones físicas en otras partes del cuerpo. Cada vez que esto suceda, volvé a traer la atención cuidadosamente a ese anclaje, a ese lugar de descanso, de comodidad, quedándote allí todo el tiempo que sea posible.
Cuando hacemos esto a diario, sentimos un bienestar inmenso que no requiere que todo esté controlado o resuelto, sino que nos regala una gran calma que brota desde dentro.
Cultivar una pausa consciente (diaria): se trata de una práctica muy útil para hacer en momentos de reactividad o estrés. Se trabaja con el acrónimo de STOP: cada letra corresponde a un paso en este proceso, y te va llevando hacia una pausa consciente y a poder elegir de manera más libre cómo estar frente a una dificultad.
S – Stop: exactamente significa parar. Es lo que haríamos cuando suena una alarma. Nos detenemos para poder ver qué pasa. T – Tomar varias respiraciones conscientes. O – Observar y abrir. Darte cuenta qué más está pasando: ¿qué otras cosas estás sintiendo ahora? ¿Qué está pasando a nivel corporal (sensaciones físicas y estímulos)? ¿Qué emociones están presentes y cuál es el estado de tu mente? Se trata de una forma muy potente de darte espacio y permiso para sentirte como te sentís. P – Proceder o Pausar. Habiendo reconocido cómo estás, es hora de elegir conscientemente cómo vas a enfrentar la situación. Este paso tiene dos opciones: proceder o pausar. “Proceder” suele ser lo más adecuado cuando hay una situación real que enfrentar. “Pausar” es una posibilidad cuando te das cuenta de que lo que está sucediendo es producción de tu propia mente, como cuando te encontrás pensando en algo difícil que tenés que enfrentar y eso no está pasando ahora.
Reevaluación cognitiva: es una estrategia de regulación emocional que implica resignificar un evento, para cambiar su efecto emocional. Esta habilidad permite disminuir experiencias emocionales negativas y nos protege frente a la ansiedad y depresión. ¿Cómo hacerlo?
Al detectar un pensamiento que genera ansiedad (por lo general suelen ser recurrentes), hacé una pausa y ofrecete estas preguntas con curiosidad y apertura: ¿Estoy seguro de esto? ¿De verdad es así? ¿Es así todo el tiempo? ¿Hay otras maneras de interpretar la situación? ¿Podría haber otros ángulos o información adicional que me podría estar perdiendo?
Este proceso no significa no tomar una postura o decidir. Se trata de cuestionarse, y principalmente generar una distancia de aquello que pensamos y anticipamos como realidad y certeza absoluta, para abrir un espacio, y en lugar de reaccionar elegir actuar de otra manera.
Desarrollar habilidades de regulación emocional: en primer lugar, recordá que las emociones no son tus enemigas, no intentes reprimirlas. Al contrario, experimentalas con total libertad y poneles un nombre. Saber cómo te sentís respecto al problema que tenés delante te dará una ventaja, porque te permitirá asumir una actitud más objetiva. En segundo lugar, volvé sobre tus pasos. Para ello, puede ser de ayuda que te plantees algunas de estas preguntas:
¿El problema que me he planteado es el verdadero problema? Puede parecer una verdad muy obvia, pero lo cierto es que muy pocas veces acertamos en la formulación del problema, ya sea por miopía o por miedo a enfrentar lo que ello equivaldría.
¿Qué detalles de la situación he pasado por alto? Te puede ser de ayuda escribirlos en un papel, por muy nimios que puedan resultarte.
¿Con qué recursos cuento ahora mismo para solucionar el problema? Puede ser que en los últimos días o semanas tu situación haya cambiado y no lo hayas tenido en cuenta.
Si yo fuera… (otra persona), ¿cómo resolvería el problema? A menudo ponerse en el lugar de otra persona, que tiene una forma de enfrentar la vida completamente diferente a la tuya, te permite ver la situación desde otra perspectiva.
Realizar actividad física de manera regular: son múltiples los beneficios de la actividad física a nivel de la salud integral: mejora la salud del corazón, del cuerpo y de la mente. Por eso, encontrar una actividad que puedas sostener en el tiempo, es ideal. Si te cuesta hacerlo, podés empezar de menor a mayor, incluirla en la rutina de tu semana, sin minimizar los avances que hagas y volviendo a empezar sin autocrítica cada vez que abandonas la rutina. Estas son todas actitudes y acciones clave para sostener este espacio de salud, conexión y vitalidad a largo plazo.
Establecer y mantener conexiones sociales significativas: tener lazos sociales fuertes se relaciona con una vida más larga. En cambio, la soledad y el aislamiento social traen problemas de salud, depresión y mayor riesgo de muerte temprana. Según algunos estudios, tener relaciones sociales de distinto tipo podría ayudar a reducir el estrés y los riesgos relacionados con el corazón. Estas pueden incluir amigos, familiares, vecinos, compañeros de trabajo, clubes y grupos religiosos.
¿Una propuesta más? La Sociedad Mindfulness y Salud ofrece desde hace muchos años un espacio abierto y gratuito de práctica para la integración de la práctica en nuestra vida. No hace falta tener experiencia previa en meditación, ni inscribirse, ni avisar que vas a llegar. Simplemente conectate a esa hora cada lunes desde donde estés, por una hora. Se realiza online, en vivo, vía Zoom. Para más información: www.mindfulness-salud.org/practica-gratuita Además, podés acceder a audios breves de prácticas y videos de meditaciones guiadas en www.marianoelanchorena.com/recursos Y también, el canal de Youtube de la Sociedad Mindfulness y Salud ofrece videos y recursos para acompañarte a conocer más y practicar. www.youtube.com/@SociedadMindfulnessySalud
A diferencia de lo que tal vez siempre creímos (o fomentamos en los más chicos), ser valiente no significa no tener miedo. Al contrario, tiene que ver con que, aun con temor, podamos animarnos a abrazar aquello que nos cuesta, mirarlo a la cara y hacerle lugar.Y como padres/cuidadores/educadores, somos los responsables de plantar esta semilla en los niños, para que puedan atravesar los desafíos de la vida con calma, a sus tiempos, y con mucho valor.
Sobre todo esto hablamos con la licenciada en psicopedagogía Tati García Ruhstaller (@crianza_y_aprendizaje) y la psicóloga Jessica Diligenti. No te pierdas la charla.
—Chicas, ¿qué sería criar hijos valientes?
—Tati: Primero, me gustaría aclarar que “valiente” no se trata de ser un superhéroe como en las películas. Y esto es fundamental que lo entendamos los adultos primero, para evitar transmitir falsas creencias, idealizaciones, y posteriores frustraciones a los chicos. En crianza, ser “valiente” es poder desarrollar las herramientas para enfrentar temores y luego superarlos, o tan solo entenderlos (esto último es lo que nos permitirá lidiar con ellos, en algunos casos, a lo largo de toda la vida).
—Jessica: Yo creo que es clave fomentar mensajes integradores para entender que somos un todo, y que es válido reconocer los miedos, las angustias, las debilidades, las dudas. Qué sanador y aliviador es que los chicos, desde pequeños, sepan que hasta los superhéroes tienen miedos, atraviesan tristezas, momentos de angustia y de frustración. Y de eso se trata prepararlos para la vida: de criarlos capaces de desarrollar estrategias para dar batalla a los momentos difíciles.
—Entonces, ¿no siempre se superan todos los temores? Creo que alivia saber que hay algo de esto que también está bien (y no es por ser “menos corajudos”).
—T: Exacto. Hay miedos que nos acompañan toda la vida. Y los abrazamos sabiendo que “yo le tengo miedo a esto”. Pero también hay otros miedos que podemos enfrentar y superar. Todos tenemos miedos. Y sabemos muy bien a qué cosas. Y no quiere decir que las podamos enfrentar cada vez que aparecen. A veces vamos llevando estos miedos como podemos.
—¿Qué nos aconsejan para cultivar la valentía/coraje en los más chicos?
—T: Ser capaces de poner en palabras todo lo que nos pasa, es el primer paso para fomentar la “valentía” necesaria para criar de manera consciente, pensada y cuidada. Pero no podríamos hablar de valentía sin antes ahondar en el concepto de “confianza”, aquello que el adulto va construyendo para que el niño se sienta contenido y vaya creciendo de manera saludable.
—J: Exacto. Para ayudar a nuestros hijos a desarrollar su valentía y enfrentarse con la vida y los desafíos que ésta presenta, es importante acompañarlos con amor, contención, paciencia, y dando lugar a la palabra y la escucha. Todo esto ayudará a que se genere un espacio acorde para conversar sobre sus miedos y otras emociones que los atraviesen.
—¿Cuáles serían algunas de esas estrategias?
—J: Que ellos sepan que los adultos también tenemos nuestros propios miedos es aliviador. Poder conversar de estos temas en familia, así como enseñarles la manera que hemos encontrado para atravesar esas tormentas, los invita a pensarse y a ponerse en su propia búsqueda. No todos resolvemos los miedos de la misma manera, y eso es importante que lo tengan claro, para que juntos podamos ir buscando su propia forma de hacerlo. Hay que conversar sobre la “valentía” de hacer frente a todo aquello que les sucede, proporcionar los espacios para compartir en familia, y así evitar la negación de lo que los abruma.
—¿Qué pasa cuando, como padres, intentamos evitarles la frustración o las situaciones de miedo?
—T: Aquellos adultos que intentan evitar el conflicto y los momentos de frustración de sus hijos, les anulan la posibilidad de adquirir seguridad y desarrollar herramientas para manejarse solos y resolver cualquier situación. Lo que aprenden esos niños es a depender de un adulto que resuelva por ellos, se convierten en niños “frágiles”, con falta de recursos y de seguridad. Animar a nuestros hijos a enfrentarse a la vida los convertirá en chicos más confiados y valientes. Hay frases que podemos decirles para acompañarlos como: “Sé que vos podés con esto”. “Yo te voy a ayudar”. “Pensemos juntos”. “Vas a salir de esta, y lo harás transformado”.
—¿Qué lugar juegan las palabras que les decimos, la forma en la que les hablamos?
—J: En este largo camino de la crianza, prestar atención a las palabras, a las etapas evolutivas por las cuales atraviesan los hijos y a la personalidad, es fundamental. Lo que los padres dicen de sus hijos, cómo los describen, cómo los califican, y cómo los descalifican también, va moldeando la personalidad más allá de lo real. Las palabras se graban a fuego y, generalmente, se comportan acorde a ellas. En este orden jamás se debería alentar a un niño usando frases descalificadoras o las odiosas comparaciones como: “No seas cobarde”. “No tenés que tener miedo a esas pavadas”. “Yo a tu edad lo hacía sin problema”. “Hacé como tu hermano, que no tiene miedo”. Tampoco aquellas frases alentadoras, pero totalmente carentes de empatía como: “Dale, no pasa nada”.
«Animar a nuestros hijos a enfrentarse a la vida los convertirá en chicos más confiados y valientes. Hay frases que podemos decirles para acompañarlos como: ‘Sé que vos podés con esto’. ‘Yo te voy a ayudar’. ‘Pensemos juntos’. ‘Vas a salir de esta, y lo harás transformado'».
Tati García Ruhstaller
—¿Y cómo deberíamos hacerlo?
—T: Si bien no hay recetas mágicas, podemos cuidar lo que decimos siendo amables y comprensivos como primera medida. Usando palabras como: “Te entiendo”. “Esas cosas que te pasan pueden suceder”. “Es lógico que te pase algo así”. “¿Y si probamos juntos?”. “¿Qué te parece si…?”. “¿Qué sentís cuando…?”.
—J: Las palabras ofensivas generan rechazo, bloqueo. Ante ellas no se puede pensar, simplemente nos defendemos. Por el contrario, la empatía abre a la escucha y alivia, entonces lo que digamos se puede recibir sin interferencias y de manera amable, para luego poder entrar en acción. Las palabras de los padres tienen mucho poder, y así como pueden dar mucha fuerza y empuje, de la misma manera pueden tener efecto contrario (falta de seguridad, falta de autonomía, y más miedo aun para enfrentar situaciones de su vida diaria).
—Otro tema que se me viene en este momento es la exigencia. ¿Cómo se relaciona con el miedo/coraje?
—T: Es importante entender qué podemos esperar de cada hijo según la etapa evolutiva en la que se encuentre, para no entrar en exigencias absurdas que generen retraimiento y frustración. Poder saber cuáles son las destrezas físicas esperables para cada edad (para no alentar a hacer algo que no sea esperable), investigar acerca de los miedos típicos (y así acompañar de manera contenedora), o entender la manera de vincularse en las distintas etapas, nos ayudará a tener una visión más integral a la hora de criar a nuestros valientes. Muchas veces no es miedo o falta de valentía, solo es cuestión de tiempo, de trabajar la ansiedad del adulto.
—J: Actuar de manera acorde a la personalidad de cada hijo sería lo más atinado en esta crianza consciente que queremos promover. Por ejemplo, frente a personalidades más introvertidas no son aconsejables aquellos mensajes que promuevan la exposición exagerada, sino que respetar la individualidad indefectiblemente genera confianza, los fortalece, los hace valientes.
—¿Cómo podemos ser ejemplo de valentía para ellos?
—J: “Nuestro ejemplo vale más que mil palabras”. ¡Cuántas veces escuchamos esta frase tan cierta! Si queremos criar hijos resilientes, educados, inclusivos, generosos, empáticos, autónomos y seguros, debemos replicar con el ejemplo. Aprenden mirándonos, escuchándonos. Nuestros hijos deben estar seguros de que pueden hablar y serán escuchados, que lo que los adultos hacen ellos pueden aprenderlo. Las familias deben enseñar a sus hijos a que fracasar es una oportunidad para aprender y seguir creciendo. Al igual que equivocarse es parte del proceso. Para que eso suceda, deben ver que a nuestros propios fracasos los tomamos como oportunidades de aprendizaje y crecimiento.
—¿Cómo se juegan los miedos de los padres/cuidadores en los hijos?
—T: Los miedos de los padres pueden ser transmitidos de manera inconsciente a sus hijos. Aunque también quiero aclarar que no siempre sucede esto: no todos los miedos de los niños son el resultado de los miedos de sus padres. Pero muchas veces, cuando los padres temen a ciertas situaciones o cosas, es posible que sus hijos repitan esos miedos. Por eso es tan importante que los adultos trabajen sus propios miedos para no transmitirlos y acompañar a sus hijos de manera acertada. Aquello que no se elabora se repite y se transmite de generación en generación.
«Nuestro ejemplo vale más que mil palabras. ¡Cuántas veces escuchamos esta frase tan cierta! Si queremos criar hijos resilientes, educados, inclusivos, generosos, empáticos, autónomos y seguros, debemos replicar con el ejemplo. Aprenden mirándonos, escuchándonos».
Jessica Diligenti
—¿Cuándo el miedo es “bueno” (porque los previene a los chicos de peligros), y cuándo habría que prestar más atención?
—J: Es importante entender que “no es malo tener miedo”. Que está considerado un signo de inteligencia ya que es una señal que permite prepararnos frente a situaciones de peligro para luego reaccionar ante ellas. La humanidad entera evolucionó y se adaptó gracias al miedo, esto le permitió elaborar estrategias de defensa ante los peligros y sobrellevarlos. Es imposible no tener miedo, no existen las personas que no lo tengan, y si eso sucede estaríamos frente a alguna patología severa. Por eso lo importante es detectarlo y trabajarlo, pero de ninguna manera negarlo o desestimarlo. Al detectarlo podemos diferenciar aquellos miedos reales (a los perros, a los insectos) de los miedos imaginarios (a los monstruos, a que algo malo pase, etc.), y después desarrollar estrategias al respecto teniendo en cuenta lo que venimos hablando.
—J: Hay que establecer una diferencia entre los miedos adaptativos (que alertan ante situaciones de peligro real y nos empujan a protegernos), y lo que en psicología denominamos fobias: aquel miedo desproporcionado e irracional que paraliza y genera bloqueos en el desarrollo. Los miedos adaptativos nos protegen y nos mantienen a salvo, los miedos paralizantes nos impiden alcanzar nuestras metas y limitan nuestro bienestar (suelen ser irracionales y desproporcionados, generan mucho estrés y ansiedad).
—¿Cómo podemos ayudar aquí como padres?
—J: Como padres podemos ayudar a nuestros hijos a identificar y reconocer el miedo que los está atravesando. Cuando el miedo paraliza de manera constante y notamos que no logran avanzar nunca ante situaciones de conflicto, es importante buscar ayuda externa de algún profesional idóneo para desarmar esa incapacidad de resolver. Es importante contar con este recurso.
—¿Qué mensaje les gustaría dejar?
—J: De ninguna manera pretendemos criar superhéroes, sino niños valientes en términos de crianza, confiados, capaces de poder reconocer sus emociones, y de poder transmitir aquello que les sucede sin temor al juicio del adulto, tolerando frustraciones y aceptando las limitaciones que el medio les exige.
Consejos para educar hijos sin miedo
«Criar hijos que puedan desarrollar herramientas para tener confianza y ser resilientes es sumamente importante para que logren una vida equilibrada y puedan sobrellevar situaciones adversas. Aquí nuestros humildes consejos para poder acompañarlos», nos dice Tati y comparte a continuación algunas claves:
Promover la independencia: permitirles enfrentarse a distintos retos y desafíos que los obliguen a pensar y tomar decisiones por sí mismos. Esto hará que se vayan conociendo y experimentando diversas emociones.
Promover la resiliencia: acompañarlos para que no se rindan, para que luchen y sigan adelante. Para que no se den por vencidos cuando sientan frustración, o fracasen.
Recordar que siempre somos modelos para nuestros hijos: los hijos aprenden por imitación, por lo cual es importante que los padres den un buen ejemplo de como manejar situaciones de miedo y ansiedad. Si los padres pueden controlar sus propios miedos, será más fácil que los hijos aprendan a hacerlo también.
Escuchar y validar los sentimientos. es importante que los adultos escuchen los miedos y preocupaciones de sus hijos y los validen. Debemos evitar enjuiciar lo que sienten.
Enseñar habilidades de afrontamiento: estas habilidades pueden incluir respiración profunda, meditación, pensamientos positivos, así como ir buscando las propias herramientas que los ayuden a enfrentar diversas emociones.
Mantener siempre la comunicación abierta y honesta en la familia: trabajar juntos no solo para encontrar soluciones sino para desarrollar herramientas, fomentando la independencia.
Además, Tati nos recomienda algunos cuentos infantiles para ayudarnos a abordar esta temática. «Hay mucha literatura infantil acerca de este tema. Nosotras, como psicopedagoga y psicóloga, siempre creemos que la literatura es una gran aliada en el momento de educación y crianza», sostiene y nos deja cuentos que ayudan a abrir el tema en casa y dar lugar a la palabra:
“El monstruo de colores” de Anna Llenas.
“El punto” de Peter Reynolds.
“El topito que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza” Werner Holzwarth.
“El gran libro de las emociones” (esta es una guía para aprender a identificar y manejar emociones).
“Aprendí que el coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. El valiente no es el que no siente miedo, sino el que vence ese miedo”, dice una frase hermosa de Nelson Mandela. Y pienso en mi miedo a manejar. Y en la cantidad de años que hace que el tema da vueltas a la manzana en mi cabeza. Y en cómo se me oprime el pecho de tan sólo pensarlo.
Cuando voy de acompañante, imagino qué pasaría si estuviera yo al volante (pánico). Si viajamos en la ruta, se me vienen una y otra vez pensamientos oscuros (¿en qué recoveco del cuerpo se guardan estas memorias?). Es miedo: miedo a chocar, miedo a morir, miedo a que les pase a algo a mis hijos, o a mi marido y a mí.
Por si acaso pongo el pie firme en el piso, como si yo también fuera a frenar en cada esquina (tal vez así pueda controlar algo). Cómo me cuesta soltar el control, pienso.
Recuerdo a mis hijos hace unos años jugando. Olivia había sentado a mamá Pig al volante, y Bautista le dijo que no tenía que estar ahí “porque las mamás no manejan”. Yo escuchaba mientras cocinaba. Fue una daga en el pecho. Ahora, además de miedo, tenía culpa (por Dios qué combo).
Puse primera: hola miedo, mucho gusto
No sé bien por qué, pero este 2023 algo me hizo un click, y terminé anotándome en un curso de manejo. Y me di cuenta de que el auto es una excusa, en realidad. Es un pendiente al que me animé a sostenerle la mirada. El desafío es intentarlo. Ni siquiera es una necesidad. Pero sé que, si tiro un poco de ese nudo, se desatará algo que nada tiene que ver con ir al volante de forma literal, sino con cómo me muevo en el mundo y con mi —a veces dificultad— para “meter la trompa” sin andar pidiendo tanto permiso.
En una sesión con Laura Giovanetti @laugiovanetti, ella me decía que lo que estoy haciendo es desafiar aspectos míos que necesito trabajar (sería algo así como un curso de auto-empoderamiento). Y que seguramente cuando trascienda este miedo, capitalizaré más aún mi poder personal. ¿Será que tiene que ver con crecer, para no quedarme en punto muerto? Algo así. Nunca lo había sentido de esta forma.
Conductora de mi propia vida
Mientras vivo esta experiencia, no sé si algún día lo lograré. La mirada externa y la presión de los otros en cada esquina me apabulla. No quiero “incomodar” a nadie (la historia de mi vida que se repite una y otra vez… ¿hasta que aprenda la lección?). Evidentemente, es como dicen: somos como manejamos, manejamos como somos. Y ahí Vilma Azcurra @vaescuela (la genia que me está enseñando), “saca de la guantera” una frase que en breve haré papelito: “Usted llegó demasiado temprano a mi etapa de conductora”. Nos reímos y eso me calma.
Me lo voy a reconocer: ya haberme sentado al volante es un montón. Y poder pasar el estrés que me generan los primeros 17 minutos, desarma el monstruo en mi cabeza. Espanta fantasmas. Pero también me enojo. Tengo sentimientos encontrados. Me pregunto por qué debería presionarme: ¿quién me mandó a meterme en esta? ¿Acaso no hay gente que es muy feliz y no maneja? No todos tenemos que hacer todo. A lo mejor soy buena para otras cosas y no para esto. ¿Es intuición o es mi mente intentando auto-convencerse porque está aterrada? Ay, la cabeza.
Hace un tiempo, Luly Dietrich @mujeresalvolante (que también me está ayudando muchísimo), me dijo que antes de aprender a manejar un auto, tenía que aprender a manejar mis pensamientos. Porque ahí radica todo. Entonces, me explicó que el primer paso es poder decir “me pasa esto y voy a ver cómo avanzo”. Porque el conocimiento genera seguridad y la seguridad confianza. Y yo quiero confiar. Confiar en mí, y en que hay algo superior que me cuida, como siempre en mi vida.
Confiar que el coraje se cultiva en el proceso. En ese “tiempo del medio” como dice Caro Abarca @caroabarcalozada, en el que salimos del “punto A” pero no vislumbramos aún la llegada al “B”. Caro se pregunta en un post: “¿No podemos, acaso, aprender a ser valientes de una vez y para siempre?”. Y se responde: “No. No se trata solo de una decisión, voluntad, o tiempo. Se trata de un proceso, de un ‘movimiento profundo del alma’ como dice Joan Garriga Bacardi, que con humildad la vida nos invita a practicar una y otra vez”. Y me encantó pensarlo así.
Estoy aprendiendo
Dice Amalia Andrade en su libro Cosas que piensas cuando te muerdes las uñas, que “lo verdaderamente miedoso no son las mordeduras de serpiente, los terremotos, o el fin del mundo. Lo verdaderamente miedoso es cómo el miedo nos paraliza, nos aniquila, nos deja despojados de razón. Lo miedoso son las cosas que dejamos de hacer, los silencios que cultivamos como plantas de jardín interior, los atajos que comenzamos a transitar para no enfrentarnos a nada, a nadie, ni a nosotros mismos”.
Enfrentar los miedos, en mi caso, sabe a ir llegando a la puerta de la autoescuela de Vilma, y sentir cómo el 96 por ciento de mi cuerpo me dice que me vuelva a casa, pero le hago caso a ese cuatro por ciento que decide tocar la puerta y entrar.
Enfrentar los miedos, se parece a tener FE.
(Al cierre de esta crónica, abril 2023, voy por la quinta clase de manejo).
Sabemos lo difícil que puede ser la vida a veces. Por eso nos propusimos ir en busca de pedacitos de alegría que nos cambien el día con muy poco. Y para ayudarnos en este camino, entrevistamos a Anna Fedullo, terapeuta transpersonal, instructora de meditación y mindfulness, y experta en desarrollo personal. Ella dice que la existencia siempre traerá de todo: momentos de alegría y dolor. Y que debemos verlos como visitantes que llegan y se van; recibirlos con calma en el alma, y usar cada experiencia para crecer y ser mejores.
En esta nota, una mirada que nos abrirá las puertas -y dará permiso- para conectar con la alegría, respetando los sentires más profundos.
-Anna, ¿qué es la alegría? ¿Cuál es la diferencia con la felicidad?
-La alegría es una emoción. Y una emoción es una reacción involuntaria frente a determinado estímulo (que puede ser externo, como una buena noticia, por ejemplo, o interno, como un pensamiento o un recuerdo). Por su parte, la felicidad no tiene por qué implicar alegría. No es una condición ESTAR alegre para SER feliz. La felicidad es una plataforma emocional sobre la cual se apoya toda nuestra vida. Podría decir que la felicidad es algo más estable. Es lo que nos sostiene y nos contiene en los momentos difíciles. Es cierta calma y ecuanimidad como soporte constante.
-Entonces la felicidad no es una emoción…
-Biológicamente hablando, una emoción dura en el cuerpo 90 segundos. Lo que hace que se perpetúe, es el hecho de pensar en el estímulo que la produjo. El cerebro no distingue si es que estamos pensando en ello, o estamos viviéndolo desde la experiencia. Para el cerebro está sucediendo. Entonces, envía la orden al sistema nervioso central, y éste manda a segregar las sustancias químicas que se corresponden con la emoción. La emoción va y viene. Y la felicidad está más allá de las emociones que nos visitan. Incluso más allá de la tristeza.
-¿La felicidad sería un estado del alma?
-Exacto. Es algo de adentro hacia afuera. Es una actitud frente a la vida. No viene como resultado de lo externo, más allá de que sea hermoso. La felicidad tiene que ver con lo que pensamos acerca de los obstáculos, la fe que nos acompaña, lo que nos decimos para seguir adelante, cómo nos fortalecemos en las situaciones difíciles. La felicidad es cómo amamos y nos sentimos amados, es cómo conectamos con nuestro mundo interno.
–¿Por qué nos cuesta tanto hablar de la alegría en este contexto que vivimos?
-Creo que estamos viviendo en modo supervivencia. Y esto se debe al estrés que atravesamos en un mundo como el actual. Entonces tenemos una alarma encendida constantemente. El modo supervivencia nos dice: “cuidado, cuidado”. Y lamentablemente es algo que hemos naturalizado. Estamos corriendo de aquí para allá. Estamos con miedo. Miedo a que nos roben, miedo a que nuestros hijos se atraganten, miedo a que nos hagan daño, miedo a llegar tarde o a que nos despidan de nuestros trabajos. Tenemos miedo a perder el afecto de alguien, o a no llegar a hacer todo lo que tenemos que hacer. Todo es urgente. Y todo es una amenaza.
-¿Y qué pasa cuando vivimos así?
-Cuando vivimos así, segregamos más cortisol y adrenalina. Necesitamos esa química porque necesitamos respirar “corto” y necesitamos toda la sangre en nuestras extremidades, porque debemos luchar o huir, tenemos que sobrevivir. Una de las cosas que el estrés produce, es que toda nuestra atención se dirija a la amenaza. Y desde ese lugar no tenemos espacio ni energía para mucho más. Cuando “nuestra vida” (así vive el cerebro desde el estrés) corre peligro, ¿A quién se le ocurre hablar de alegría? No hay lugar. Solo necesitamos sobrevivir.
-En nuestra reunión de sumario pensamos: ¿cómo le vamos a hablar de la alegría a quien no le alcanza el sueldo, perdió un ser querido, o tiene que cerrar su negocio? ¿Qué sentís vos con respecto a esto?
-Siento que hay situaciones que nos atraviesan y no podemos negarlo. No podemos hacer de cuenta que no pasa nada, cuando hay cosas que están pasando y acarrean preocupaciones, o generan mucho estrés y dolor. Lo cierto es que nadie está exento de nada, porque hay personas que a lo mejor no viven estas situaciones, pero viven otras que también pueden ser difíciles y angustiantes. A su vez, también siento que no podemos quedarnos ahí para siempre. Creo que todas las personas tenemos una fuerza impresionante para salir adelante. Podemos apoyarnos en una psicoterapia, o buscar herramientas que se adecúen a nuestras necesidades emocionales.
-¿Qué lugar ocupan acá la confianza y nuestra manera de ver la vida?
-La confianza en nosotros mismos y la mentalidad que eduquemos son determinantes. A veces nos anclamos en las preocupaciones, los dolores y las emociones del pasado. Y así no tenemos espacio para crear algo nuevo. Frente a esto, es importante que aprendamos a cambiar la energía. Pasar de las emociones del pasado (a las que estamos acostumbrados), a las emociones que queremos vivir para crear un nuevo futuro. Podemos aprender a sintonizar con la vida que queremos, pero es necesario sacar nuestra mente de los problemas y focalizarla en la solución. Entonces: sí, nos pasan cosas difíciles, duras y tremendas muchas veces. Pero la pregunta es: ¿cuánto tiempo vamos a quedarnos ahí?
«Creo que estamos viviendo en modo supervivencia. Y esto se debe al estrés que atravesamos en un mundo como el actual. Entonces tenemos una alarma encendida constantemente. El modo supervivencia nos dice: ‘cuidado, cuidado’. Y lamentablemente es algo que hemos naturalizado».
-¿Sería encontrar el límite entre estar al tanto de lo que sucede afuera, pero sin dejarnos tomar enteras por eso?
-Hay un psicólogo estadounidense que se llama Howard Gardner, es el creador de las inteligencias múltiples. Él dice que una de las características más importantes en la que debemos educarnos es “la selectividad”. Tenemos que ser más selectivos frente a los estímulos que se nos presentan como opción. Muchas veces prendemos el noticiero y lo dejamos encendido de fondo. Y parece que no, pero toda esa información está entrando en nosotros de una forma subliminal. Entonces, poner en práctica cierto discernimiento para decir: “A esto le presto atención y a esto no” es una de las mejores cosas que podemos hacer. Preguntarnos: ¿esto me sirve? ¿Me ayuda? ¿O me genera preocupación, estrés? Y desde esa consciencia elegir.
-¿Qué otros recursos/herramientas podrías recomendarnos?
-Cuando somos conscientes sólo del dolor que nos habita, estamos parcializando nuestra mirada. Al igual que si sólo fuéramos conscientes de la alegría que también nos habita. No se trata de una u otra. Se trata de integrar y de vivir todo. Varias son las herramientas que podemos usar: la música, el baile, la actividad física, los abrazos sentidos, las mascotas, y fundamentalmente los pensamientos. Todo esto puede ayudarnos a liberar hormonas asociadas a la alegría, como la dopamina, serotonina, oxitocina y endorfinas. Sin embargo, no pondría como meta la alegría, sino el sentirnos bien, en paz, la calma del alma, la fe, la esperanza, el autocuidado. Y, desde ese bienestar, entenderemos que hay una forma diferente de vivir la vida, y pasarán cosas hermosas.
-¿Se trata de mirar con otros ojos?
-Los pensamientos y nuestra atención son clave. Si estamos todo el día pensando en lo mal que están las cosas, y en el daño que nos hizo alguien, vamos a estar en un círculo del que es difícil salir. Cuando comenzamos a hacernos conscientes de lo que estamos pensando, y elegimos cambiar nuestra mente, independientemente de las circunstancias que atravesamos, podemos estar más en paz con lo que es.
«Cuando somos conscientes sólo del dolor que nos habita, estamos parcializando nuestra mirada. Al igual que si sólo fuéramos conscientes de la alegría que también nos habita. No se trata de una u otra. Se trata de integrar y de vivir todo».
-¿Por qué ocurre esto?
-Porque nuestros pensamientos no caen al vacío, sino que generan sustancias químicas en el cuerpo. Y esas sustancias determinan estados de ánimo (nos sentimos exactamente igual que como estamos pensando). Y esos pensamientos, a su vez, nos llevan a actuar en congruencia con cómo nos sentimos. Es por eso que, si creamos un nuevo estado interior y tenemos pensamientos más amables y motivadores, las cosas en la vida van a seguir sucediendo, pero el hecho de sentirnos diferente ayudará a ver todo desde un lugar menos dramático.
–Hay una frase que dice que “no vemos la vida como es, sino como somos”. ¿Es eso?
-Es así como todo cambia sin que nada haya cambiado. A eso se le llama “milagro” en el libro Un Curso de Milagros, que habla de cómo interpretamos la vida, entre otras cosas. Entonces, se puede construir un mundo interno de paz y plenitud, independientemente de lo que sucede afuera. Lo único que debemos hacer es trabajar en nosotros mismos con un fuerte compromiso, disciplina y convicción. Nuestras ganas de cambiar deben ser más fuertes que los hábitos de vida que tenemos. El trabajo estará en nuestra auto-observación, pensamientos, enfoque y confianza. El trabajo personal también es una forma de vida, porque si lo repetimos cada día, en algún momento deja de ser “trabajo” y pasa a ser nuestra personalidad.
-Vos escribiste en un post de Instagram: “Hay que saber lo difícil que es a veces la vida, pero no elegir esa cualidad como obstáculo, ir más allá”. ¿A qué te referís?
-A que nuestro desafío es cambiar la mente. Es dejar de ponernos palos en la rueda. Es seguir fluyendo, porque siempre ocurren cosas difíciles y otras más fáciles. A las más difíciles podemos considerarlas oportunidades para superarnos. Y los momentos más hermosos y alegres también son el resultado de nuestro trabajo, energía y amor a la vida. Detengámonos ahí también, no pasemos tan rápido la hoja, demos gracias. Entrenémonos en estar más atentos, dediquémosle atención a todo lo lindo que nos rodea.
-¿Qué significa cuando decís que “incluso para estar mal, es importante estar bien”?
-Estar mal estando bien sería comprender que los momentos difíciles también forman parte de la vida de todos, y desde esa consciencia abrazarnos fuerte y permitirnos las emociones menos cómodas, sin forzarnos a vivir algo diferente. Aceptando ese momento de malestar sabiendo que pronto pasará y que, si queremos, podemos aprender: el dolor es un gran maestro. La actitud es la de aceptación, consciencia y aprendizaje.
-¿Se puede ser feliz, a pesar de un dolor? ¿Qué pasa acá con la alegría?
-Cuando una persona es feliz, es feliz más allá de las emociones que la visiten. Podemos ser felices y estar tristes. Y si tenemos un dolor, por ejemplo un duelo, ese momento por lo general no es compatible con la alegría. Ese momento es más bien compatible con la tristeza. La tristeza es la única emoción que no sólo no nos da energía extra (como la alegría, el enojo/ira o el asco), sino que nos la quita. Cuando estamos tristes no tenemos fuerza para nada. Esto es para que podamos soltar lo que se va, para no poner resistencia y dejar ir. Cuando tenemos un dolor, es importante permitirnos estar tristes, tomarnos nuestro tiempo. Y luego, cuando sea nuestro momento, seguir. O mejor dicho, volver a empezar. Ya habrá momento para la alegría.
-¿Algún hábito lindo que nos puedas regalar para mejorar nuestros días?
-Siempre, cuando termino una meditación, les digo que hagan la postura de felicidad. Porque el yoga tiene posturas de manos (asanas), posturas de cuerpo (mudras) y posturas faciales. Y hay una que es la postura feliz. Los estudios de neurociencia indican que, al sonreír, los músculos que se mueven llegan al cerebro como un mensaje que indica que todo está bien. Entonces hay algo que cambia. Les propongo hacer la prueba.