Matías Muñoz: “Detrás de algunos síntomas físicos hay emociones no expresadas”

Matías Muñoz: “Detrás de algunos síntomas físicos hay emociones no expresadas”

Todos los que vimos la película Intensamente 1 seguramente recordemos la escena donde Alegría busca que Bing Bong (el elefante rosa) no llore por algo que lo tenía triste. Le dice que «todo va a estar bien» y que hay que seguir. Pero él no puede. Hasta que Tristeza se sienta a su lado, lo escucha, le permite «drenar» la angustia, y el viaje continúa. Entonces Alegría descubre que así como es importante reír, bailar y cantar, también es fundamental hacerle lugar a la tristeza.

Qué importante poder integrar lo que sentimos. Decirlo. Hacernos cargo. No disociarse. No querer aparentar. No fingir un personaje. Porque de lo contrario, el cuerpo termina diciendo lo que la boca calla.

Este mes entrevistamos a Matías Muñoz, psicólogo especializado en terapia sistémica relacional, y autor del libro El cambio está en la mirada (AZ Editora), para que nos cuente por qué es tan importante validar todas las emociones si queremos vivir de una manera más sana, congruente y amable con nosotros mismos.

—Matías, ¿qué son las emociones y para qué nos sirven?

—Las emociones son patrones de respuesta a estímulos que percibimos del mundo externo o de nosotros mismos. O sea, ocurre algo afuera o tenemos una idea dentro nuestro, y eso genera una emoción. La función que tiene la emoción es traducirle a la mente lo que está ocurriendo. Entonces podemos decir que cada emoción trae un mensaje: no es lo mismo sentir alegría ante alguien que me quiere y me lo dice, que sentir tristeza ante una pérdida de un ser querido. 

—¿Y esas emociones repercuten en el cuerpo?

—La reacción emocional que tenemos ante un hecho externo o algo interno, incluye respuestas físicas, tensiones musculares, liberación de hormonas, cambios en el sistema cardiovascular, se modifica la expresión de la cara, nos cambia el nivel de atención. La emoción está en el cuerpo, repercute en todos los órganos del cuerpo. 

—Dice la científica e investigadora española Nazareth Castellanos: “El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”. ¿Primero sentimos en el cuerpo?

—Las emociones están en el cuerpo; cada órgano puede albergar emociones (el corazón, los pulmones, el intestino, el cerebro, la garganta). Pero el hecho de que estemos en un permanente estado emocional, no significa que esas emociones sean conscientes para nosotros. Entonces, hay una idea que la neurobiología actual está sosteniendo, y es que “el cuerpo registra antes que la mente lo que sucede”, lo que significa que tenemos sentimientos inconscientes. 

—¿Nos ampliarías esta idea?

—Yo puedo ponerme rojo y no saber qué me está dando vergüenza. Puedo tener una acidez en el estómago y no saber qué me está generando ese estrés. Esto significa que hay emociones conscientes de las cuales yo me doy cuenta y las puedo expresar, pero también hay emociones inconscientes, que el cuerpo registra antes que la mente. Y aunque la persona no sabe conscientemente lo que está sintiendo, esa emoción existe dentro de ella como un estado emocional verdadero. Siempre estamos sintiendo. 

—¿Las emociones son lo mismo que los estados de ánimo?

—No. Un estado de ánimo es cuando una emoción empieza a permanecer más estable. Una cosa es que me irrumpa la tristeza en un momento del día ante una escena que veo (por ejemplo, con una película), y otra es que esté con un estado de ánimo triste hace un mes. Los estados de ánimo son más constantes en el tiempo; una emoción puede llegar e irse. 

—¿Somos responsables de nuestras emociones?

—Si partimos de la base de que no podemos no sentir, las personas no somos responsables de las emociones en términos de que no las podemos generar voluntariamente. No es que yo puedo decir “no me voy a entristecer” y no me entristezco. O “me voy a alegrar” y automáticamente me alegro. Las emociones existen, nos inundan, nos atrapan, irrumpen involuntariamente ante algo que nos sucede. De lo que sí podemos ser responsables es de lo que hacemos con ellas. 

—¿Cómo sería esto en la vida cotidiana?

—Yo puedo sentir el enojo ante alguien que me trata mal, pero tengo un montón de opciones: puedo hablar del enojo, puedo expresar ese enojo a través del arte, puedo salir a correr para liberar mi tensión, o puedo ponerme impulsivo y maltratar al otro. Por eso, si bien no somos responsables del sentimiento, sí somos responsables de lo que hacemos con él. Siempre tenemos distintas alternativas. La emoción nos viene a visitar, es involuntaria. Pero nosotros tenemos la autoconsciencia y la función cognitiva de la anticipación, que es poder pensar antes de hacer (y evaluar las distintas alternativas que tenemos frente a una emoción). Las personas que mejor gestionan sus emociones son aquellas que tienen la posibilidad de regularlas. 

—¿Cómo definirías regularlas?

—La regulación emocional no implica suprimir las emociones. No significa que yo “no voy a sentir”. Eso tiene más que ver con la represión, o con lo que llamamos en psicología la disociación: separar la emoción de los hechos o separar la emoción del pensamiento. La regulación emocional es que yo pueda tener la capacidad de que cuando sea visitado por un sentimiento, lo pueda mirar a los ojos y expresarlo. 

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, a mí me puede dar mucha envidia algo que hace un conocido. Pero si me puedo regular emocionalmente, esa envidia no me va a tomar completamente para que yo dañe a esa persona. Lo que seguramente puedo hacer, es pensar que tengo algún problema con mi autoestima. O sea: si yo quiero tener el cuerpo del otro, o la plata del otro, puede ser que esté peleado con mi propio cuerpo o con mi capacidad de ganar dinero. Entonces, puedo usar esa emoción para conocerme más a mí. Por eso la regulación emocional está muy vinculada a la autoconsciencia, a que yo me pueda dar cuenta de lo que siento. 

—¿Cuáles son los factores que favorecen la regulación emocional?

—Primero, la toma de consciencia. No puedo regular algo de lo que no me doy cuenta. Lo tengo que llamar miedo, alegría, enojo, tristeza, culpa. Después, tengo que poder expresar ese sentimiento. Siempre que expreso una emoción, esa expresión es más regulada. La puedo expresar con los gestos de mi cuerpo, con el arte, con las palabras. Poder darme cuenta de lo que siento y a partir de ahí poder expresarlo, es uno de los grandes factores que regulan el sentimiento. 

—¿Se trata de no callar lo que sentimos?

—Yo puedo estar muy asustado, por ejemplo, pero si le digo a alguien de confianza que tengo miedo y le cuento qué es lo que me asusta, probablemente ese miedo esté más regulado para mí y no me tome un ataque de pánico. Expresar la emoción es el gran factor de regulación. Cuando las emociones quedan dentro mío se agrandan, se convierten en fantasmas, me toman más impulsivamente, me hacen hacer cosas que no quiero. De alguna forma, primero tengo que tomar consciencia de lo que siento, para después poder expresarlo. 

—También hablaste de la “anticipación”…

—Es el tercer factor que regula las emociones, y tiene que ver con poder pensar antes de tomar una decisión. Poder pensar qué quiero hacer con ese sentimiento. La anticipación es una función muy compleja: me doy cuenta que si hago “esto” va a pasar “tal cosa”. Entonces, la idea es pensar la emoción, y poder tomar decisiones a partir de ella. Por ejemplo, si yo tengo culpa porque lastimé a alguien, poder tomar la decisión de pedir perdón. Eso favorece la regulación. 

—¿Por qué un vínculo de confianza nos ayuda a regular las emociones?

—El gran regulador de la emoción es lo que llamamos en psicología el vínculo de apego, que es el apego seguro; es que yo pueda tener a alguien que sea una persona estable para mí, que se conecte con mis sentimientos, que sea previsible, que me escuche sin juzgar y me cuide. En la adultez, el vínculo de apego pueden ser nuestras parejas, los amigos de siempre, o nuestro padre/madre. En la niñez, los padres. Si puedo estar en una relación donde el otro se conecta con lo que siento, me permite que lo exprese, y esa persona es previsible para mí (me genera confianza y seguridad para que yo me pueda respaldar), ese vínculo de apego seguro regula mi emocionalidad. 

—A raíz de la película Intensamente 2, se despertó mucho esta idea de la importancia de integrar todas las emociones. ¿Cómo lo ves?

—Si pensamos que no hay emociones buenas y malas, o sea que no podemos poner sobre la emoción una categoría moral, sino que hay emociones que siento más agradables y otras más desagradables (la alegría es sentida más agradablemente y el miedo o la angustia más desagradablemente), lo que muestra la película es la posibilidad de que podamos recorrer el vasto mundo emocional. En psicología consideramos que la salud mental está asociada a la capacidad de recorrer el abanico de las emociones y poder expresarlas, tomando buenas decisiones, anticipándonos, y en vínculos de apego. 

—¿Tenemos que ser cada día más honestos con lo que somos y sentimos?

—Voy a tomar a Donald Winicott, un autor inglés, que dice que la salud mental tiene que ver con que la persona se sienta real, se sienta ella misma, se sienta espontánea. Y el gesto real tiene que ver con esa expresión de la emoción. Poder expresar las emociones y poder ponerlas en vínculos seguros, es un rasgo de salud mental. 

—Muchas veces disfrazamos lo que sentimos para “no quedar mal”…

—A veces lo que hacemos es disfrazar las emociones, encapsularlas, negarlas, disociarlas o reprimirlas, porque nos han dicho que mostrarse vulnerable no está bien. Y muchas investigaciones hoy están dando a conocer que la vulnerabilidad es un acto de salud mental. Esto significa: expresar un sentimiento, tolerar la incertidumbre cuando lo hago, y correr un riesgo. Si yo digo “te necesito” o “te quiero”, o “tengo miedo”, estoy haciendo un acto de vulnerabilidad. Lo que dice la gente en las investigaciones es que cuando logra hacer eso se siente más plena, vital, creativa y con más ganas de vivir. 

—¿Qué pasa cuando reprimimos o bloqueamos ciertas emociones?

—Cuando las personas no expresamos los sentimientos o mostramos lo contrario de lo que sentimos (estamos tristes y mostramos una alegría falsa), ese personaje tiene un costo para nosotros. Eso significa que la emoción va a ir al cuerpo, porque en algún lado tiene que estar. Y si esto pasa, puede tener efectos sobre alguno de los órganos o generar una tensión física (contractura muscular, dolor estomacal o problemas gástricos). A veces, detrás de algunos síntomas físicos hay emociones no expresadas. 

—¿Por qué la alegría es la que tiene “mejor prensa”?  

—Yo creo que hoy hay como un cierto culto al bienestar. Como si fuera posible pensar una vida en la que siempre estemos alegres. Pero esto es una ilusión. Cuando hablamos de bienestar o felicidad, tenemos que poder dejar en claro, o por lo menos es mi postura, que eso también incluye la conexión con los miedos o con la tristeza. O sea, que la felicidad viene de la mano de poder expresar la vulnerabilidad humana y sentirnos con derecho a hacerlo. Y eso nos va a dar realmente un arraigue a la vida. Si no, hay un cierto riesgo de que confundamos bienestar con ausencia de angustia o con ausencia de tristeza. Y eso es una utopía o un modelo demasiado ilusorio. 

—¿Cómo podemos gestionar mejor nuestras emociones?

—La clave es que podamos empezar a trabajar la expresión emocional, teniendo ese permiso interno para decir lo que sentimos en vínculos seguros. Y cuando no encontramos este tipo de personas disponibles, tenemos otros vehículos para mí maravillosos y de mucha utilidad, como la actividad física, el arte, escribir, pintar. 

—Matías, ¿algo más que quieras agregar?

—Me gustaría agregar que nos cuidemos del perfeccionismo. Hay una idea de tener cuerpos perfectos, de ser perfectos en la ganancia económica, perfectos en el amor, en la forma de moverse, de pensar. El perfeccionismo ilusorio va en contra de la manifestación y expresión emocional, porque tengo que disociar mis emociones para poder mostrar una imagen ideal. Ojalá podamos aprender que somos personas imperfectas, y que eso nos hace profundamente emocionales. Y que el gran recurso es poder sentir y pensar la vida desde lo que uno es.

Integrar la primavera a nuestra vida

Integrar la primavera a nuestra vida

“¡Ay, la primavera! El olor a hierba fresca que penetra por las fosas nasales, la resplandeciente luz del sol que se cuela entre las persianas por la mañana para despertarte de forma natural, mientras la humedad del rocío limpia los problemas del día anterior”, dice Sarah Ivens al inicio del capítulo “Limpieza primaveral” de su libro Terapia del bosque (Editorial Urano).

Sí. Está por llegar (¡al fin!) la primavera. Y de a poco el aire se volverá más fresco y ligero, los días serán más largos, el clima más cálido, las flores abundarán por doquier e impregnarán su aroma en jardines, mesas de trabajo y balcones, y todo esto hará que aumenten nuestras ganas y alegría.

¿Por qué es tan especial este tiempo del año? Ivens dice que cuando una estación es tan verde y frondosa, fresca y aromática, fértil y maravillosa, lo justo es que se celebre y se admire. Además, destaca que es un momento para decirle adiós a lo viejo y darle la bienvenida a lo nuevo (física, mental y emocionalmente).

“La primavera es una época con más luz y con temperaturas más altas, dos cosas que nos revolucionan por completo. La tierra cobra vida de nuevo, y sentimos que nosotros también. Aprovechar su poder natural significa sentir la capacidad de crecer y florecer de la cabeza a los pies”, reflexiona. Y se hace una pregunta: “¿Cómo podemos aprovechar los maravillosos recursos de esta estación para mejorar nuestra vida, felicidad y relación con el resto del mundo vivo?”.

A partir de ahí, da una serie de consejos que hoy queremos compartirles, para que empiecen a saborear los días que se vienen.

  • Abrí las ventanas de par en par y dejá que entre el aire fresco. Juntá todos los elementos invernales que se apropiaron de tu casa hace unos meses (medias de lana, mantitas y velas), y reemplazalos por fuentes de fruta de temporada, jarrones con flores perfumadas y jardineras repletas de bulbos.
  • Hacé un cambio radical en el placard. Si bien el clima seguirá un poco fresco y hay que conservar algunas prendas de abrigo, prepará el resto del ropero con colores primaverales. Podés comprar un pañuelo, un collar o unas medias, en colores que te saquen del negro, azul o gris del invierno. Un tip más: es tiempo de cambiar el perfume por alguno con aroma floral que te endulce la jornada.
  • Tirá, arreglá o regalá. Tomate un día para ser sincera con vos misma sobre lo que necesitás de verdad. Como sugiere Marie Kondo, la gurú japonesa del orden, si algo no aporta alegría, ni posee un valor sentimental, ni tiene una utilidad real, podemos apartarlo de nuestra vida. Se trata de que esta estación deje sitio a lo fresco.
  • Sentate con una libreta y un lápiz, a pensar sobre lo que querés (y ya no). Podés hacer una lista de cinco cosas para conseguir antes del verano, cinco para que mejoren en el próximo mes, y otras cinco para los fines de semana primaverales (comprar flores frescas cada viernes, dar un paseo todos los sábados, visitar un jardín nuevo los domingos). Hacer listas funciona porque nos ayuda a concentrarnos en lo que importa de verdad. También podés escribir sobre las cosas que querés dejar de hacer, pensar o preocuparte. La idea es reflexionar sobre los escenarios ideales, y dejarlos plasmados en un papel para ver cómo se siembran ellos mismos en tu realidad.

Limpieza primaveral del espíritu

“La casa y el armario ya están listos. Pero ¿qué hay de tu mente? Esta nueva estación es ideal para hacerte algunas preguntas profundas y llenas de significado”, dice Ivens. Y nos recomienda buscar un lugar tranquilo, donde podamos respirar hondo, sincerarnos y hacernos estas preguntas:

1. ¿Necesito cambiar alguna de las reglas por las que se ha regido mi vida hasta ahora? ¿Necesito decir que sí a todas las personas y los planes? ¿Necesito organizar cenas en mi casa cuando en realidad pienso que son estresantes y caras? Sin darnos cuenta, todos caemos en malos hábitos y limitaciones que nos hacen perder el tiempo, pasar momentos con personas que no nos caen bien o hacer cosas que no nos hacen felices. La clave está en analizar las reglas que nos hemos puesto a nosotras mismas y cambiar las que no nos gusten, para forjar una vida que nos haga más felices en esta primavera y en las estaciones que están por venir.

2. ¿Estoy preparada para probar cosas nuevas y superar mis límites? Conectar más a fondo con el mundo natural, hacer un picnic en el parque, una siesta al aire libre, dar una vuelta en bicicleta por la ciudad o bailar descalza en la playa (no sólo exfolia las plantas de los pies, sino también el alma).  

3. ¿Cómo puedo estimular mi cuerpo y mi mente de una forma nueva y refrescante?  

a) Cambiá tus amigos tóxicos (esos amargados por los celos, la ira, los ataques o la dependencia extrema) por otros nuevos que tengan intereses más en línea con los tuyos. Buscalos en un club de lectura, en un estudio de yoga, entre amantes de la naturaleza, en un grupo local de jardinería. En cualquier lugar donde te guste estar, o que te haga sentir mejor. Mientras avances en esta nueva estación, atraerás de forma natural a personas afines, que también aspiren a las cosas positivas de la vida. No te olvides de llevarte con vos a los buenos amigos que ya tenés.

b) Podés organizar una competición con vos misma en vez de competir con cualquier otra persona. Esforzarte para ser más feliz, mejor lectora, estar más sana o más descansada. Proponete retos que te hagan florecer como persona, y dejá de prestar atención a lo que hacen o tienen los demás.

c) Hacé algo nuevo cada día: ya sea hablar con alguien que no conozcas, salir a dar un paseo, tomar un café a solas, estudiar un idioma nuevo o cultivar plantas aromáticas en el balcón.

d) Encontrá un maestro. Sé un maestro. Buscá gente que te anime a sembrar ideas positivas y que quiera verlas crecer. Y hacé lo mismo vos por otra persona.

e) Enfrentate a un reto fisico y apuntá el progreso en tu agenda o diario. Por ejemplo, hacer cinco minutos de saludo al sol cada mañana, dar un paseo por una zona arbolada en la hora del almuerzo, nadar al aire libre cada domingo. Necesitamos del movimiento físico para tener claridad mental.

Para cerrar, te regalamos una breve práctica de mindfulness que está en el libro, para meditar sobre los nuevos comienzos de la primavera.

Cerrá los ojos y pensá en la persona que eras hace diez años. ¿Quién eras por aquel entonces? Ahora pensá quién eres en la actualidad. ¿Tu yo del pasado estaría orgulloso y emocionado de tu vida actual? ¿Qué le haría sentirse orgulloso? Date a vos misma un abrazo mental y felicitate por haber llegado tan lejos. Ahora, pensá en el futuro. ¿Quién serás dentro de diez años? Fijate algunos objetivos e imaginá que crecés, florecés y llegás a las copas de los árboles como un bulbo en el suelo, lleno de color y vida. Meditá sobre tres ítems que quieras poner en marcha. Abrí los ojos, y de a poco empezá a accionar sobre esas ganas.

Natali Gumiy: «La compasión nos permite vivir una vida auténtica, genuina, atenta»

Natali Gumiy: «La compasión nos permite vivir una vida auténtica, genuina, atenta»

“Estar atentos a lo que estamos sintiendo, y conocer qué es lo que necesitamos, trae beneficios para nuestra salud en general”, nos dijo Natali Gumiy, licenciada en Psicología, a quien entrevistamos este mes para seguir explorando en la manera que elegimos habitar nuestra vida, y también para encontrar nuevas herramientas que nos permitan sentirnos mejor con nosotros mismos y con otras personas. 

Especializada en la Terapia Centrada en la Compasión y miembro de Motivación Compasiva, una institución que se dedica a la diseminación y a la investigación de la compasión, Natali nos habla de la importancia de cultivar esta cualidad para llevar una vida cada día más plena en consonancia con lo que queremos, aprendiendo además a comunicar y a poner límites a aquello que nos incomoda o no nos hace bien.

Natali, ¿qué es la Terapia Centrada en la Compasión?

La CFT (sigla en inglés de Terapia Centrada en la Compasión) es una terapia fundada por el profesor y psicólogo británico Paul Gilbert, específicamente creada para trabajar con personas con altos niveles de autocrítica y vergüenza. Es un tipo de psicoterapia que integra varias miradas y enfoques como el modelo evolucionista, la neurociencia afectiva, la psicología del desarrollo y las prácticas contemplativas.

¿Cómo definirías la compasión?

—Desde la CFT puedo hablarte de una definición de compasión orientada hacia la sensibilidad. Es la sensibilidad hacia el sufrimiento en nosotros y en los demás, hacia aquello que nos resulta difícil, desafiante, o que nos genera dolor emocional; con el compromiso y la sabiduría de poder llevar a cabo acciones que nos ayuden a aliviar y prevenir ese sufrimiento. 

¿La compasión es una emoción?

—La compasión no es una emoción, es una motivación. Pero puede estar texturizada por una gama de emociones: puedo ser compasivo y estar enojada/o, alegre, triste. Al ser una motivación, direcciona la forma en la que pensamos, sentimos y actuamos. Se trata de cultivar una forma de ser y estar en el mundo. Y para que esto suceda necesitamos entrenar nuestras mentes. Los seres humanos tenemos cerebros que están preparados para la supervivencia: para poner en acción ciertas conductas que nos mantengan “con vida”. Por lo tanto, naturalmente tenemos una tendencia a evitar el dolor, el sufrimiento, a querer salir corriendo cuando las cosas se ponen difíciles.

¿Qué pasa cuando actuamos así?

—Generalmente, cuando actuamos así ante dificultades no desaparece el sufrimiento, ni el dolor, sino todo lo contrario. Ponemos en acción algunos comportamientos autoindulgentes (comprar cosas, mirar muchas horas de series, adicciones, ejercicio en exceso, etc.), que generan cierto “bienestar” a corto plazo, para evitar las situaciones que nos generan malestar. Pero luego de esa satisfacción cortoplacista el malestar vuelve a aparecer. Y continúa. La búsqueda tiene que ver con poder estar con los desafíos que se nos presentan en la vida.

¿Cómo sería vivir con una actitud compasiva frente a una situación difícil?

—Parte de la práctica es mantenernos en la consistencia de que nos vamos a quedar ahí con eso que está pasando, sintiéndolo, no para regodearnos en el sufrimiento, sino para decir: “Ah, hoy me desperté ansiosa porque tengo que hacer determinada cosa. Noto mi frecuencia cardíaca activada. Mi voz está temblorosa. Estoy sudando”. Entonces, una vez que sé cómo estoy y qué me está pasando, puedo decidir tomarme una pausa, darme un baño caliente, hacer una meditación, hacer yoga, ponerme a pintar, salir a caminar, cantar, bailar, poner mi cuerpo al servicio, para disponerme desde el cuerpo, también, a bajar esa activación de mi sistema nervioso. Entendiendo que quizás es una situación difícil para mí, pero pensando cómo prepararme para estar con el cuerpo más enraizado, con la respiración más ralentizada, con la mente un poco más espaciada.

¿Por qué hoy se está hablando tanto de la importancia de darle lugar al cuerpo además de la mente?

—Porque hoy sabemos de la importancia del cuerpo como canal para conocer qué es lo que estamos sintiendo. Nuestras mentes poseen sus propias narrativas: nos hacemos muchas historias sobre quiénes somos y sobre quiénes son los demás, pero no conectamos con lo que sentimos a través de esas narrativas. Quedamos atrapados en ellas, divididos en mente y cuerpo. Trabajar desde el cuerpo nos da asentamiento para nuestras mentes. Nos ayuda a desarmar estas narrativas o historias que generamos y que van dirigiendo la forma en la que percibimos el mundo. Tenemos que sentir el cuerpo para saber qué necesitamos.

Vos decís que la compasión fluye en tres direcciones. ¿Cómo sería esto?

—Sí. Cultivamos el fluir de la compasión hacia los demás, el fluir de la compasión hacia uno mismo y el fluir de la compasión de poder recibir compasión de los otros. Parte del trabajo que hacemos en la CFT es descubrir que en la historia personal de cada uno, alguno de estos fluidos se puede encontrar bloqueado. Es decir, yo puedo ser muy compasiva con los otros, pero encontrar ciertos bloqueos o resistencias, por ejemplo, en recibir compasión de los demás u ofrecerme compasión a mí misma.

¿Esto tiene que ver con la historia de cada uno?

—Al ser la compasión una motivación de cuidado, mi historia de cuidado va a estar atravesada por la forma en la que naturalmente tienda a ser compasiva/o. Si a lo largo de mi vida tuve experiencias de poco cuidado, es muy posible que no sepa cómo cuidar o cuidarme. Identificar esto nos ayuda a comprender que ésta ha sido nuestra historia y que no hay nada malo en ello. Pero gracias a que nuestros cerebros son neuroplásticos (tienen la capacidad de cambiar), podemos entrenarlos en generar nuevas conexiones cerebrales orientadas hacia esta motivación compasiva.

¿Es lo mismo compasión que empatía?

—No. Si bien la compasión se compone de la empatía, la compasión podría decirse que es empatía + acción. Porque yo puedo ser empático conmigo mismo y poder comprender que me está pasando algo y quedarme en eso. O puedo ser empático con otra persona y entender que está triste porque perdió a una persona o perdió su trabajo. Pero ahí falta la parte de la acción, que es muy importante dentro de CFT, y tiene que ver con poder entrenar determinadas habilidades beneficiosas para el bienestar. 

¿Con qué tiene que ver el bienestar en CFT?

—Está relacionado a poder aliviar o prevenir el sufrimiento, que no es “no sentir dolor”. Al contrario, la compasión es una habilidad muy activa: yo me doy cuenta de lo que me está pasando, y hago algo sobre eso. Estoy sensible a mi propio sufrimiento, y tengo los recursos para poder atravesar y entender qué es lo que necesito en estos momentos difíciles o de malestar. 

Hay quienes piensan que ser compasivos con los demás es “aceptar cualquier cosa que haga el otro” o “tenerle lástima”.

—En mucha gente aparecen miedos o resistencias con respecto a la compasión, justamente porque la entienden así, como si fuera algo pasivo. Pero como te decía antes, la compasión es súper activa y tiene la cualidad de que yo pueda encontrar en esa sensibilidad cierta autoridad sobre mí misma. Es decir, quizás necesito ser compasivo poniendo límites. No se trata de que, por ser suave o amable, sea una sumisa o me deje pasar por arriba. Eso es un mal entendimiento de la compasión. La compasión ahí irrumpe y dice: “Acá yo estoy incómoda, esto no lo quiero tolerar más”.

Es interesante lo que decís de conocer también nuestros propios límites…

—Sí. Está en relación a poder detectar qué es lo que yo siento y necesito, y también discernir cuánto malestar me genera o no determinada situación. La compasión tiene esta cualidad de autoridad benevolente. Yo soy mi propia autoridad y necesito conocer mis propios límites personales. Y también poder comunicarlos asertivamente. 

¿Por ejemplo?

—Por ejemplo pudiendo decir: “Yo hasta acá llego con esta conversación, porque no estoy dispuesta a seguir conversando en estos términos”. O “la verdad es que yo en este trabajo no estoy cómoda, se dan dinámicas abusivas y por más que necesite trabajar, me voy a dar un tiempo hasta encontrar otra cosa”. Es poder poner límites desde uno hacia los otros y desde uno hacia uno mismo. Límites suaves, que estén orientados y conectados con lo que estoy sintiendo y con lo que estoy necesitando.

Pero ahí se podría pensar que estoy siendo compasiva conmigo y no con el otro…

—Cuando vamos desarrollando esta motivación compasiva (de cuidado), puedo registrar que no sólo se trata de mi propia narrativa, sino de que el otro tiene una historia personal que le hace responder de esa manera. Y yo puedo decidir qué hacer con eso. No es que por entender me tengo que quedar ahí. Puedo tomar una decisión absolutamente compasiva conmigo misma y también ser compasiva con el otro, entendiendo que posiblemente mucho de eso que está sucediendo tiene que ver con su historia. Pero quizás en este momento lo mejor para mí es tomar distancia, incluso sintiendo el dolor que me puede generar tomar distancia de alguien que quiero, porque me siento juzgada, rechazada o hay ciertos comportamientos que me generan malestar.

A veces cuando hacemos esto hacia los otros, nos sentimos egoístas. ¿Cómo lo ves?

—Esto quedaría ahí, si no comunico cuáles son mis necesidades. Puedo darme cuenta de que necesito tomar distancia de una situación o persona porque en este momento no tengo los recursos necesarios para afrontarlo. Puedo estar atravesando una situación de duelo o mucho estrés, y no tener más energía para comprometerme con otra actividad. No se trata de no responder, o no decir al equipo de trabajo que no puedo. Sino que necesito la fuerza y el coraje de primero conocer mis propios límites personales, para después poder decir: “Lo lamento mucho, pero por el momento no puedo agregar una actividad más en mi agenda, ya que me encuentro con muchas actividades en este momento”. A veces, por temor o vergüenza, seguimos sumando y sumando y esto afecta nuestra salud mental y emocional. No se trata de egoísmo, se trata de estar atentos a nuestras necesidades. Y una habilidad muy importante es la comunicación asertiva.

¡Qué fundamental es la buena comunicación!

—Pedir lo que necesito y/o comunicar lo que necesito (con respeto hacia mí mismo y hacia los demás) es muy importante, y cuando esto se activa no hay conflicto. 

A veces también creemos que ser compasivos con el otro, es resolverle todos los problemas.

—Ser compasivo con el otro de ninguna manera implica ponernos en un modo de resolución de problemas y estar diciéndole qué es lo que puede hacer para sentirse menos triste o menos ansioso, porque podemos invalidar su experiencia emocional. Es poder discernir qué es lo más valioso de ese momento. Quizás es simplemente sentarse al lado y estar en presencia y en silencio. Es también poder preguntar: ¿Hay algo que puedo hacer por vos? ¿En algo te puedo acompañar? 

¿Qué pasa cuando no sabemos qué necesitamos o qué estamos sintiendo?

—Para descubrir esto se requiere de un acompañamiento, llámese programa de compasión, terapia, o alguna actividad que me conecte con el cuerpo y las emociones, como meditaciones, visualizaciones, yoga, danza, caminar, correr. Todas nos ayudan a llevar la atención al cuerpo y dejar de estar en nuestros pensamientos al menos por un rato.

—¿En qué nos beneficia trabajar la compasión?

—Poder estar atentos y conocer qué es lo que necesitamos influye en nuestra salud en general, porque podemos conocer cómo funciona nuestro cuerpo y qué necesita: descanso, restauración, ralentizar el ritmo, pausas, descansar. Esto trae beneficios fisiológicos y en nuestras mentes (menos rumiación, claridad, creatividad). Y nos permite mayor conexión con los otros. Porque al estar conectado conmigo mismo, puedo tener mayor conexión con los demás.

¿Por qué crees que hoy se está hablando tanto de la compasión?

—Porque la vida no es fácil y los seres humanos somos complejos. Y la compasión nos permite vivir una vida auténtica, genuina, atenta, conocer mis propios límites, entender mi propia experiencia emocional, sabiendo que soy un ser humano y que hay muchos mecanismos biológicos que se activan ante determinadas situaciones. Sin embargo, puedo conocer qué es lo que necesito hacer en esos momentos. No es que la vida se pone más fácil cuando entreno la compasión, sino que me da esta posibilidad de poder discernir, tolerar y transformar ese malestar. 

—¿Algo más que quieras agregar?

—Quisiera decir que ser compasivos no es fácil, no se logra de un día para otro, necesitamos entrenarnos y también ir probando qué es lo que nos ayuda en cada momento. No hay una receta mágica. Somos seres sociales y contextuales y la compasión se expresa en diferentes facetas también en función de los contextos. Posiblemente si en el trabajo no estoy teniendo un buen día, salir en mi hora de almuerzo a un lugar con naturaleza y al sol me ayude. O si no tengo un buen día con mi familia, pedir un abrazo puede ayudar a aliviar mi malestar. Todas estas cualidades que posee la compasión, que están al servicio de cultivar una identidad de cuidado hacia uno mismo y hacia los demás.

Con los pies en la tierra

Con los pies en la tierra

“¿Quién no se ha sentido más feliz después de un paseo por el bosque, un picnic en el parque o un baño en el mar?”, se pregunta la periodista y escritora británica Sarah Ivens al inicio de su libro Terapia del bosque (Editorial Urano). Y asegura: “Estar en la naturaleza es un bálsamo para el alma, hay algo revitalizante en ella, en hacer un buen uso del exterior. Sin embargo, y por desgracia, estamos perdiendo estas cualidades. Nos estamos convirtiendo en criaturas atrapadas en cuatro paredes y enterradas bajo listas de cosas por hacer; hibernamos mientras el mundo crece, florece, cambia”.

Cuando en una de nuestras reuniones empezamos a pensar en todos los modos que existen de habitar con mayor bienestar el mundo, el contacto con la naturaleza fue uno de los primeros que apareció. Porque cada vez que frenamos y tomamos consciencia de la manera alocada en que vivimos, nos damos cuenta de lo que nos perdemos: el olor del césped recién cortado, el placer de la lluvia en primavera, el viento moviendo los árboles, la escarcha en el parque una mañana de invierno, la caricia del sol en otoño: “Perdernos de todo esto nos entristece, intoxica, adormece y pone nerviosos (…) Conectar con la naturaleza de una forma significativa nos salva la vida. Además, no cuesta dinero y es adecuado para todas las edades”, asegura Ivens.

¿Cuáles son algunas de las ventajas de habitar la naturaleza según la autora?

1. Reduce el cansancio mental: Hoy decimos “sí” demasiado a menudo, nos encargamos de demasiadas cosas y le damos muchas vueltas a todo. Por eso es importante que sepamos que la exposición a entornos como un bosque/parque, un lago o una playa, restaura nuestra energía mental. Además, hay estudios que demuestran que hasta el simple hecho de contemplar fotos de la naturaleza aumenta nuestros pensamientos positivos. Y eso no es todo: dedicar tiempo a observar plantas, aves o cualquier pequeño detalle del mágico mundo vivo, refuerza la concentración y la paciencia.

2. Aumenta la creatividad: Los psicólogos ambientales de la Universidad de Michigan han investigado cómo influyen los elementos visuales de la naturaleza —un arroyo, una puesta de sol, una mariposa— en el cansancio mental de una persona. Y han descubierto que contemplar estas maravillas naturales, permite que el cerebro descanse y pueda afrontar los problemas de la vida diaria desde una perspectiva nueva. En la naturaleza, el cerebro es más propenso a la reflexión, a la ensoñación y a la divagación, lo que aumenta la creatividad. Así que no sería mala idea dar un paseo antes de una reunión importante.

3. Mejora de la felicidad: Un grupo de investigación de la Universidad de Essex observó gente haciendo ejercicio al aire libre y descubrió que tan solo cinco minutos de actividad física en una zona verde, bastaban para levantar el ánimo y aumentar la confianza en uno mismo. Una marcha rápida por un parque local con algún amigo/a es mucho más estimulante que ejercitarse solo en un gimnasio, mirando la hora de manera compulsiva, mientras el aire acondicionado te azota en la cara.

4. Disminuye el estrés y previene enfermedades: La naturaleza es un calmante maravilloso: reduce la tensión arterial, y baja los niveles de cortisol y adrenalina (hormonas asociadas al estrés), lo que nos ayuda a tranquilizarnos. Un dato extra: investigadores holandeses han observado menos casos de hasta quince problemas de salud, incluidas las enfermedades coronarias, el asma y la diabetes, en personas que viven a menos de ochocientos metros de una zona verde. También, estar en contacto con la naturaleza puede reforzar el sistema inmunitario, lo que previene la gripe, la tos y los resfríos.

5. ¡Abrazar la naturaleza te hace mejor persona! Trasladar una discusión o una queja al aire libre siempre ayuda a aclara el panorama. No hay manera más rápida de zanjar esa tensión, que tomarse un respiro para apreciar la belleza que nos rodea y ser conscientes de lo insignificante de ese momento y de nuestro lugar en el mundo. Además, ¿cómo puede uno seguir enojado y triste tras contemplar un maravilloso atardecer o a una madre pájaro construyendo un nido para sus pichones? La naturaleza nos hace sentir más enérgicos y generosos con los demás. Hundir los dedos de los pies en la tierra, acariciar la corteza descascarillada de un roble, contemplar un rayo de sol a través del follaje, nos recuerdan que estamos vivos y que tenemos abierto un mundo de posibilidades.

Verde que te quiero verde

“Adopta el ritmo de la naturaleza: su secreto es la paciencia”, dice una frase del filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson. E Ivens se pregunta: “¿Cómo podemos nosotros, la gente ocupada y estresada de la ciudad, aprovechar la naturaleza de una manera profunda, si estamos tan ocupados mirando las pantallas y corriendo de un edificio al auto y del auto a otro edificio, solo para seguir el ritmo del mundo que nos rodea?”.

Acá, algunos consejos simples que la autora propone para encontrar el modo de hacerlo:

1. Fijate un objetivo sencillo para empezar: No intentes convencerte de que tenés que salir todos los días, o de que si no lo haces, es mejor dejarlo. No estás entrenando para una maratón. Una vez a la semana está bien para empezar, y una vez al mes es mejor que nada.

2. Dejate notas y fotos por la casa: Esto te servirá para recordarte la belleza y la tranquilidad de las que podrías disfrutar. Podés poner junto al cepillo de dientes el más espléndido de los paisajes, la mágica vista de unos árboles o una montaña verde.

3. Hablalo con otros: Comprometete con el cambio en tu estilo de vida de manera pública. Puede que incluso suscites el interés de algún entusiasta más durante el proceso.

4. Llevá un diario: Apuntá cómo te sentís en todos los niveles: mental, física y espiritualmente a medida que vas poniéndote más en contacto con la naturaleza. Hacé el registro.

5. Prometete una recompensa: Prometete que si realmente pasas más tiempo al aire libre y menos dentro de casa, te darás una recompensa. Por ejemplo, podrías reservar un fin de semana de campamento, u organizar un picnic con algunos amigos, o comprar plantas nuevas para el jardín.

6. Regalate un momento mindfulness al aire libre: Dedicá un minuto en el jardín, en un parque o bosque para repetirte: “Inspiro el futuro, espiro el pasado”, respirando lenta y profundamente, en sincronía con tus emociones y con los ojos abiertos.

¿Algo más? Hay pequeños cambios que podemos empezar a hacer de inmediato, aunque no podamos salir ya mismo a dar un paseo por la naturaleza.

  • Asomarnos a la ventana al despertar para ver qué tiempo hace, en lugar de consultar la aplicación del celular.
  • Observar el movimiento de las nubes y cómo el viento mece los árboles.
  • Escuchar cómo los pájaros de la zona dan la bienvenida al día con sus cantos alegres.
  • Respirar el fresco aire nocturno y prepararnos con calma para irnos a dormir, lejos de la avalancha de entretenimiento que nos rodea.

Esteban Padilla: «Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana»

Esteban Padilla: «Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana»

Que somos un todo (cuerpo-mente-espíritu), ya lo sabemos. Pero que nuestro bienestar depende de que el cuerpo le haga lugar a la mente, y de que la mente registre al cuerpo, es algo que hoy queremos recordar.

En esta charla, Esteban Padilla, psicólogo, terapeuta de Bioenergética y director de la Escuela de Bioenergética Integral (que forma parte del espacio “Sens Desarrollo Humano”), nos cuenta por qué es tan importante habitar (y mover) el cuerpo, para vivir con más gozo y liviandad.

Esteban, ¿qué significa “habitar el cuerpo”?

—Habitar el cuerpo es estar en contacto con él. Hoy muchas personas se desconectan de sus movimientos anímicos, sensaciones, y sentires. Y todo esto los lleva a que sea difícil vivir en un estado de bienestar profundo. Porque si no tenemos en cuenta esa información más intangible, que a veces no está clara en la cabeza pero se siente en el cuerpo, aparecen dolores físicos, ansiedad, problemas de sueño, falta de vitalidad, etc.  

¿Qué es la bionergética y qué le suma, en tu caso, que la hayas unido a la psicología?

—La bioenergética es una técnica psico-terapéutica que integra el cuerpo, dentro de un marco de desarrollo personal. Fue desarrollada por un médico y psicoterapeuta estadounidense llamado Alexander Lowen, y se puede trabajar de modo individual o grupal. En mi caso, al ser psicólogo, me llegó en un momento en el que tenía la sensación de que a través de la palabra y conversando con los pacientes me quedaba corto, como que no llegaba a la raíz de muchas situaciones. Es más, a veces hasta era contraproducente seguir trabajando ciertas cosas de ese modo. Entonces, la bioenergética me dio la posibilidad de entrar a un nivel mucho más profundo y a la vez medio “transgresor”, porque a veces va muy en contra del relato que cada uno tiene de uno mismo.

¿Cómo se trabaja?

—Con respiración y movimientos. Hay ciertos movimientos y ejercicios que el paciente tiene que ir “practicando”, hasta poder habitarlos sin tanto control. Por supuesto que, al principio, se le pone mucha cabeza para poder hacerlo bien o entender. Pero una vez que más o menos está la base, el desafío es justamente entregarse.

¿Y qué pasa ahí?

—El cuerpo se abre. Parece muy abstracto, pero es así. A veces pasa que alguien que no era sensible, de pronto se empieza a sentir más vulnerable y se larga a llorar por más cosas. O alguien que no era tan enojón de repente se siente más expresivo en su enojo. Entonces se abre desde lo emocional, y en ocasiones también desde lo anatómico (porque hay movimientos que no se suelen hacer en lo cotidiano). Y al circular mejor la energía y las emociones, la persona se queda con una sensación de mayor liviandad, se va a sentir con los pies en la tierra, como más plantado, más pesado. Y con la cabeza despejada.

¿“Tenemos un cuerpo” o “somos un cuerpo”?  Esta es una pregunta que surgió hace poco en una de nuestras reuniones de sumario.

—Muy buena pregunta para hacernos. En mi caso, a mí me gusta pensar y vivir la segunda: soy un cuerpo. Y si bien yo tengo una concepción espiritual del ser humano, esa dimensión espiritual no me saca del cuerpo, me hace habitarlo más aún. Creo que somos un cuerpo, y en ese cuerpo se reúnen todas las dimensiones de nuestra existencia, desde lo más espiritual a lo más humano, desde lo más celestial a lo más terrenal.

¿Desde los pensamientos podemos curar el cuerpo?

—Todas las emociones se sienten en el cuerpo. La mente puede conectar o no conectar, pero la emoción es una sensación que nunca va a dejar de estar. Y por supuesto que desde los pensamientos podemos curar al cuerpo en cierta medida, siempre y cuando ese tipo de pensamientos sean “pensamientos con cuerpo”. Porque hay palabras o pensamientos que a veces están en el aire, y es muy posible que eso no transforme absolutamente nada.

¿Cómo sería esto?

—Si el pensamiento es un pensamiento real y genuinamente integrado, y el corazón está presente y habitando ese tipo de pensar, es muy probable que puedas hacer alguna transformación en el cuerpo. De todas maneras, para mí es mucho más posible que desde el cuerpo puedas transformar algunos pensamientos.

Pienso, por ejemplo, en cuando no me puedo levantar de la cama del agotamiento que siento. Y que al ser tan claro el síntoma, puedo hacer algo: descansar. Pero ¿qué pasa con las emociones que dan síntomas más sutiles y pasamos por alto?

—Esto que decís es justamente lo que empieza a suceder cuando alguien hace un proceso medianamente consistente de bioenergética. Porque uno de los pilares que se va adquiriendo es la autoconsciencia, la autopercepción (uno empieza a estar más presente en las sensaciones sutiles, pequeñas, que van ocurriendo constantemente). Por lo general, a la espalda no la sentís hasta que no tenés un dolor del omóplato, por ejemplo. Pero cuando llegás a ese dolor con intensidad, es porque probablemente hubo algo que fue ocurriendo antes y, dada tu desconexión, no lo registraste.  

Qué importante es tomarnos momentos de pausa, ¿no?

—Totalmente. La prisa, el acelere y el ritmo en el que vivimos, no ayudan a la presencia en absoluto. Tenemos que tratar de ir contrapelo de lo propuesto, para generarnos espacios que promuevan un contacto más profundo con nosotros mismos. Y aquí tiene que haber algo de movimiento corporal, o puede ser una simple meditación. Haciendo una meditación consciente, también vas a ir percibiendo movimientos corporales, emocionales. Uno de los primeros beneficios de la bioenergética es afinar la escucha de lo que voy sintiendo y de cómo esa emoción me hace estar de una u otra manera (se me puso la panza dura, me empezó a doler la cabeza, etc.). Son todas reacciones energéticas y corporales a algo que viví.

¿De qué manera podemos ir entrenándonos cada vez más en esto?

—Requiere de consistencia en el tiempo, cierta periodicidad y mucha consciencia (como cualquier posible cambio que uno quiera realizar en la propia vida). Necesitamos generar espacios conscientes de movimiento corporal. Puede ser el Chi Kung o el Tai Chi (desde la medicina china), algunas técnicas de yoga, y por supuesto la bioenergética. Lo que me parece importante, es que tienen que ser movimientos corporales conscientes, porque estamos muy acostumbrados también a usar el cuerpo como una máquina.

Dice la científica e investigadora española Nazareth Castellanos: “El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”. ¿Creés que es así?

—No me cabe ninguna duda de que es así. En muchas circunstancias, la primera reacción es corporal. Tenemos reacciones corporales sutiles, de las que la cabeza ni se entera. A veces, alguien puede estar tan desconectado, que yo puedo percibir tristeza en sus ojos y decirle “che, estás triste”, y que la persona me diga que no. Y no está haciendo un esfuerzo por mentirme o por ocultarme lo que siente. Eso nos ocurre con cualquier tipo de emoción. No por nada en la Biblia se habla tanto de las entrañas. La panza es un lugar donde uno siente profundamente ciertas convicciones de o no.

—¡Fundamental escucharnos!

—Escuchar esa dimensión del propio ser nos evitaría muchísimos conflictos. Pero no es sencillo, porque a veces son esas intuiciones de “es por acá”, y no sabemos muy bien por qué. La mente necesita entender, necesita la explicación, necesita hacer los pros y contras, necesita estar segura. ¿Y después qué pasa? Necesita más certeza, necesita más control, y todas esas cosas que necesita la mente, a fin de cuentas, son accesorias. Lo que necesitamos, para ir tomando las mejores decisiones posibles para nuestro bienestar, es escuchar al cuerpo y sus pequeños o no tan pequeños movimientos internos.

En un video hablás sobre la desproporción que hay, a veces, entre la reacción que tenemos desde el cuerpo, con respecto a las cuestiones que lo provocaron. Como que hay un exceso, desde el cuerpo, frente a algo que “no era para tanto”. ¿Por qué pasa esto?

—Observar las reacciones desproporcionadas me parece un muy buen hábito para alguien que quiera echar luz en algo que todavía no está pudiendo ver. Las emociones se asocian por dentro, y debemos observar en qué situaciones o circunstancias, o frente a qué personas y qué tipo de emoción, tenemos esas reacciones desproporcionadas. Si tiramos de ese hilo y vamos jugando y explorando, es muy probable que podamos llegar a develar cuál era el verdadero motivo de ese desborde. A veces son cargas que vienen de mi historia, que están inconscientes. Entonces, al sacarlas hacia afuera en un espacio terapéutico, sin lastimar a nadie, me libero y puedo vivir el conflicto con mayor liviandad.

Decís en otro video que llegamos a la vida de adultos con mucha tensión crónica (hablás de miedo) y con energía estancada. ¿Cómo hacemos para soltar?

—Hay tensiones de la vida adulta que tienen más que ver con algo circunstancial: alguna postura, un trabajo que me hizo estar de una u otra manera. Pero hay otro nivel de tensiones, que son más profundas y crónicas, que responden al modo en el que me he parado frente al mundo. Lowen dice que cualquier lugar del cuerpo que tiene una tensión crónica es un lugar con miedo. Por alguna razón, un aspecto mío ha decidido no sentir, no escuchar, no expresar, no tocar, no integrar algo de mi propio ser. Por la razón que sea, le temo: porque va a ser demasiado intenso, o porque creo que me voy a volver loco, o porque me va a dar sensación de no control. Y esto se hace consciente a medida que se va expandiendo el cuerpo. No somos conscientes de esa tensión y lo que ella guarda, hasta que de repente realizamos algunos movimientos o ejercicios de respiración.

¿Hay alguna práctica que nos puedas dar para cuando nos sintamos muy cargados?

—Te dejo acá tres propuestas:

Ejercicios para volver a vos: www.youtube.com/watch?v=izAlWvYWjNs

Secuencia de movimiento simples para cambios profundos: www.youtube.com/watch?v=kDBbSrTX0jU

Desde la cabeza a todo tu ser: www.youtube.com/watch?v=SpqdeVm2qv4

¿Y algún consejo extra?

—Lo que aconsejamos siempre desde la bioenergética, es hacer los ejercicios descalzos. Y si pudiéramos tocar la tierra con los pies, mejor aún. Los pies deben ir en el ancho de las caderas, y las rodillas levemente flexionadas. Algo a lo que siempre invito, es a que la gente haga respiraciones conscientes, extensas, poniendo mucho más foco en la exhalación que en la inhalación. Si una persona sostiene durante diez minutos una respiración de pie, sentado o acostado, en el que el ritmo de la exhalación duplique el tiempo de la inhalación, no hay modo de que el cuerpo no se relaje y la cabeza no se vacíe.

¿Cómo se relaciona la aceptación, con esto de habitar el cuerpo de una manera más saludable?

—Hoy en día, mucha gente habla de la importancia de la aceptación y de cómo una verdadera aceptación te permite vivir con más paz. Pero del dicho al hecho, como dice el refrán, hay un largo trecho. Y a veces está la intención de la aceptación, pero todavía internamente, a nivel más corporal, energético, el cuerpo está a la defensiva o muy cargado con determinado tema. Entonces, me puedo contar a mí mismo que estoy aceptando, pero adentro todavía me resisto. Ese es el lugar donde la bioenergética trae mucha oportunidad. Porque a veces queremos aceptar, y de alguna manera hacer como un puente y llegar del otro lado, pasando por arriba lo que implica aceptar lo que me dolió, lo que me angustia. Y parte de la aceptación tiene que ver con hacerse cargo de todo lo que ocurrió, o lo que está dentro mío en relación a ese hecho, sea el que fuere.

Hay que atravesar el proceso…

—Necesitamos pasar por ahí, para verdaderamente después poder estar en un grado genuino y auténtico de aceptación. Lo que no quiere decir que “nos quedemos pegados a eso”. La verdad es que a los seres humanos nos cuesta mucho vivir en una aceptación auténtica y profunda. La vida no siempre es gozosa. Hay muchos momentos que son crudos, duros, injustos, dolorosos, trágicos. Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana. Y cuanto antes podamos aceptar el correr de la vida con lo que quiera traer la marea, más en paz vamos a vivir.