Por Virginia Gawel
Tal vez, el primer acto de coraje que un ser humano ejerza acontezca antes de llegar a ser un humano. Me explico mejor: distintas tradiciones espirituales, de diferentes tiempos y culturas, describen al humano como alguien que, en su naturaleza más íntima, no pertenece a este mundo, sino que es una porción del Todo que viene a vivir la experiencia humana. De hecho, «humano» viene de humus (tierra). Y así como en la Biblia se dice «Mi Reino no es de este mundo», en momentos en que te sucede el sentirte contactándote con tu Ser, puede que percibas como algo personal que tampoco somos de este mundo, sino que transitamos por él.
El acto de coraje inicial, entonces, quizás sea decirle «sí» a la oportunidad de nacer como un humano, con todas las dificultades, dolores, desencuentros y bellezas que este plano de la realidad nos hace vivenciar. Para decirle «sí» a todo eso hace falta un coraje de ese Ser que se zambulle en la construcción de un cuerpo, pues lo necesitará para atravesar su historia como humano. Y a veces añorará su Origen; pero en algún momento podrá intuir que para volver a ese Origen no es indispensable morirse: podemos volver a él cada vez que nos deshipnotizamos de los hechizos del mundo, y recordamos quiénes somos.
Esa tarea implicará sucesivos corajes para atravesar los desafíos que cada tramo de la aventura humana imponga. La fuente innata de ese coraje esencial está en aquello que existía antes de que nacieras, y que seguirá existiendo después de que tu cuerpo muera. Es un Coraje Trascendente, que nada de este mundo puede aniquilar. Pero estar en lo cotidiano necesitará que ejerzamos también corajes mundanos para afrontar lo que nos parece difícil, e inclusive lo imposible. También coraje para la alegría, el encuentro, la ternura, el amor, pues podemos temerle a todo lo bello, previendo que en algún momento lo vamos a perder, y temiendo que no seamos capaces de superar que a nuestro cielo inmenso le falte una estrella. Sin embargo, somos capaces, una y otra vez. Y el coraje del espíritu puede servir de cimiento para el coraje mundano.
Tomaré prestados algunos pensamientos de Daisaku Ikeda, filósofo del budismo japonés. Él dice: “El coraje, la fuerza y la sabiduría brotan en quien conscientemente asume todo como protagonista y responsable de la consecución de sus objetivos. La sabiduría ilimitada y la determinación ardiente surgen de un sentido de responsabilidad.”
Y también: “Se necesita coraje para volverse feliz: coraje para permanecer fiel a las propias convicciones, coraje para no ser derrotado por las propias debilidades y negatividad, coraje para tomar medidas rápidas para ayudar a los que sufren.”
Desde ya, «coraje» es pariente de la palabra «corazón»; pero «coraza» también tiene la misma raíz. Debemos, como humanitos (así, en diminutivo, ¡tan necesario que es!), fabricar algo así como una válvula viviente, que permita protegernos con la coraza cuando el mundo sea demasiado hostil, pero abrirla de par en par con la misma determinación para lo que es deseable recibir en nuestro pecho invisible. Porque ninguno de nosotros nació para atravesar la experiencia humana detrás de una coraza: el corazón espiritual se seca, se queda árido, como un pájaro guardado en un recinto de metal.
Sí: esa válvula de nuestra coraza debe abrirse para que ingrese lo bueno, lo vital. Pero también es necesario que se abra para que lo de adentro se exprese en toda su magnitud: nuestra originalidad, nuestra identidad única, que no nació a este mundo para quedar enjaulada. Y, para expresar nuestra singularidad, también hará falta coraje: el que requerirá no sobreadaptarnos para caber en el mundo; el de no disfrazarnos para cumplir expectativas ajenas; el de no desdibujarnos por uno de los miedos más grandes y más universales que el ser humano tiene: el de ser rechazado por los demás.
Abraham Maslow (uno de los padres de la visión humanista y transpersonal), dijo algo que marcó mi camino íntimo: «El terapeuta debe capacitar al paciente para ser impopular». ¡Qué extraordinario pensamiento! ¡Qué invitación al coraje del Ser! Mirándolo en perspectiva y tomando en cuenta lo que te compartía al principio, la extraordinaria ocasión de poder vivir la vida humana no puede quedar malograda por el temor gregario de quedar excluido de la manada.
Esto funciona así: lo instintivo, el mamífero que somos, constreñirá su identidad con el miedo de que, si queda separado, correrá riesgo de vida. El coraje espiritual dará la sustancia que necesitamos para plantarnos ante el mundo siendo quienes somos, aunque algunas personas no les guste, les moleste, o les parezcamos absurdos o peligrosos. El coraje espiritual nos dará cimiento para hacer lo que vinimos a hacer, aunque tengamos temor a ser «impopulares».
Es decir, no hace falta carecer de temor para atreverse a Ser. El temor del mamífero, del humanito que somos, al ser espiritualmente atrevidos, quedará disuelto en algo mucho más grande, como una pequeña taza de vinagre que vertiéramos en un inmenso lago: seguiría existiendo, mezclada con sus aguas, pero sin el poder agriar la majestuosidad del lago. El agua es tu coraje. El miedo a ser «impopular» nos ata sin darnos nada a cambio, sino solamente baratijas.
Vuelvo a Ikeda: “El coraje de no doblegarse ante la presión, el coraje de estar solo, el coraje de mantener la propia determinación, el coraje de mirar profundamente en el propio corazón y confrontar la propia cobardía y arrogancia, el coraje de desafiar las dificultades: aquellos que poseen este tipo de coraje son verdaderos vencedores.”
Coraje, coraza, corazón, tienen la misma raíz que cordial, concordar, recordar. Re-cordarnos es hacer pie en el coraje del corazón invisible; sujetarnos con la cuerda que nos sujeta al Todo y nos vuelve sujetos (no objetos). Sujetos sujetados en una red en la que nos entretejemos con otros. Es necesario re-cordar que somos parte de esa red cada vez que nos sintamos solos.
Por eso, habitar ese coraje también es Volver al Origen en este mundo. Y cuando volvamos a la dimensión de la que provenimos, el coraje espiritual liderará ese proceso en el que nos despediremos del cuerpo que nos dio su albergue humano. Y entonces seguiremos viaje, valientes y enteros. Siempre.
Es muy bello el texto. Pensarme cómo una porción del Todo que viene a vivir la experiencia humana, me genera un sentimiento de gratitud, que vínculo a través de la sensacion de plenitud que me genera el contacto con la naturaleza, la diversidad infinita de colores, de formas en las hojas, el cambio y movimiento constante de las nubes, la majestuosa y casi instantánea salida del sol…. me hace sentir deseos de respirar hondo y ofrecer la mejor versión ante las vicisitudes de este ejercicio cotidiano de la vivencia de ser humano; tan diverso para cada un@.
Asentir la vida, cómo dice Jhoan Garriga.
Coraje para disfrutar intensamente cada momento y soltar.
Del humanito que somos al ser espiritualmente atrevidos.
Bellisimo