Convencido de que el sentido de su vida siempre estuvo puesto en el encuentro genuino con el otro para acompañarlo en su recorrido de vida, el orador, escritor, periodista y referente del Counseling Guillermo García Arias trabaja desde hace décadas ayudando a las personas a resolver sus crisis vitales. Para que logren recuperar el poder sobre sus propias vidas, redescubriendo sus recursos, sus anhelos, sus tesoros. “Mi trabajo consiste en tratar que esas personas primero sepan quiénes son y se conecten con esa realidad, para que luego puedan animarse a ejercerla en todo su potencial”, comparte en diálogo con Circulo Sophia.
Formado como ingeniero en los 70, comprendió durante su paso por la universidad que, si quería lograr un cambio en un país convulsionado como lo era por entonces la Argentina, tenía que comprometerse con algo mayor que él mismo. Así fue como dio sus primeros pasos en la política, buscando allí un espacio donde desplegar su interés en trabajar para la construcción de una sociedad más plena.
Sin saberlo, en aquellos días de militancia encontraría más tarde su verdadera vocación, el eje primordial de su existir: un interés profundo por el ser humano y su búsqueda incesante de sentido. “Fue entonces que empezó a crecer en mí esta idea de poner en marcha algo por los demás. Encontré mi vocación, un llamado interno y empecé con el consultorio, con las charlas, con el programa de radio, con los libros… Así se fue configurando en mi interior el humanista”.
Padre de tres hijas mujeres, emprendedor y buscador incansable, Guillermo sostiene que el cambio nos define y a la vez nos atraviesa: “La vida es tener problemas diferentes. Cuando uno siempre tiene los mismos problemas es porque está estancado. La vida es crisis y el counseling te habilita a acompañar a otros en esos momentos vitales que tienen que ver con el hecho de haber nacido y de ser sujetos en el mundo. Es preventivo, porque evita que esa crisis puntual se profundice y derive luego en una patología”.
—Desde el punto de vista del counseling, ¿cómo se identifica una crisis?
—Preguntándote si a eso que tenés enfrente podés enfrentarlo solo, o si necesitás que alguien te acompañe. Es ahí cuando, generalmente, hay que buscar ayuda. Es importante saber que todos nacemos con una caja de herramientas completa para salir de esos momentos. Y cuando algo de lo que tenemos enfrente parece superarnos, es porque todavía no encontramos la herramienta adecuada. Sin embargo, aunque no lo sepamos, cada uno de nosotros tiene todas las respuestas. Mi trabajo es ayudar a la persona a encontrar la herramienta que necesita.
—En tu experiencia, ¿qué búsquedas encontraste mayormente?
—Me di cuenta de que no tenemos la menor idea de quiénes somos. Pero cuando uno toma contacto con el concepto de ser, por fin ve que el humano es un infinito, donde el hacer y el tener son solo un pedacito de esa inmensidad. Es así como comprendés que podés hacer mucho más de lo que creías, que todos tenemos una sabiduría descomunal.
—¿Ves que la gente se pregunta por el sentido?
—Creo que la mayoría de las personas vive en automático sin hacerse demasiadas preguntas. Es algo que no está ni bien ni mal, solo lo estoy describiendo. Y así se configura lo que yo denomino el “ser testigo y no protagonista de la vida”. Porque cuando las preguntas llegan, aparece la angustia existencial. Para superarla, tenemos que conectar con el lado sensible, no con lo racional. El arte, por ejemplo, es lo que te permite responder cuando la razón ya no tiene herramientas. El cerebro no está preparado para saber las razones de su existencia; en cambio cuando escribís, pintás, llevás adelante una tarea sensible o acompañás alguien que muere, algo que no es racional por fin comprende.
—¿Cuál es tu trabajo a la hora de acompañar esa búsqueda?
—Lograr que te aproximes a ejercer la persona que sos, para que entres en lo que denominamos “funcionamiento óptimo”. Entonces todos los aspectos de tu vida empiezan a mejorar, y no solo aquel en el que buscabas un resultado. En el counseling eso no se puede pactar porque trabajamos con personas que se encuentran en una transformación que, por lo general, es muy profunda. Como ocurre con los internos de los penales con los que trabajo, una labor que me hace sentir pleno, muy feliz.
—¿Por qué decidiste trabajar con personas privadas de su libertad?
—Intento ayudar a todas las personas que puedo y mi propósito es ver cuál es el límite, para desafiarlo. En 2017 vi un aviso donde buscaban gente para trabajar con personas en contextos de encierro y, como ese es uno de los límites de la vida humana, respondí. Desde lo filosófico, ejercer el counseling es acompañar a las personas a que recuperen su libertad, por eso me pareció una experiencia muy fuerte. Desde entonces trabajo en dos penales dando cursos con el objetivo de que la prisión no sea solo un intervalo entre delitos.
—¿Qué encontraste en el contexto de encierro?
—Lo primero que vi es un enorme agradecimiento de que alguien vaya a darles algo sin pedir nada a cambio. Algunos ejercen la delincuencia por decisión propia, porque les gusta tener un auto o ganar dinero. Otros porque es la única profesión que aprendieron de su familia. Me conmueven, la mayoría no fue al colegio y ha recibido poco afecto. Al trabajar con ellos no me importa lo que hicieron: cuando te conectás con la persona, aparece la inmensidad del ser. Por eso, aunque no cobre por eso, los días que voy al penal es cuando me siento más remunerado.
—¿Podés compartirnos alguna transformación que hayas visto ahí?
—Sí, la de Kevin, un chico muy especial. Antes de salir en libertad les dijo a sus compañeros: ‘A los 18 miraba al carnicero que se levantaba a las 5 de la mañana y me parecía un tonto, porque yo ganaba en una noche lo que él ganaba en un año. Pasaron seis años y él se compró su auto, se está haciendo su casa, mientras que yo los tiré a la basura acá adentro. Ahora veo que el tonto era yo’. Eso nadie se lo escribió. Ahora maneja una moto, lleva pedidos, y siempre me llama para contarme que sigue ‘en la buena’. Y la llave está en empatizar, en que se sienta acompañado. No hay más nada que eso: comprender el tránsito del otro y hacérselo saber.
—¿Qué aprendiste en este viaje humano, Guillermo?
—Me di cuenta de que no hay nada que te brinde más sentido que dar. No hay nada superior a ver cómo el otro baja su sufrimiento y se calma. Estamos llegando de forma indirecta a lo que le da sentido a mi propia vida, que es tener proyectos; más si esos proyectos tienen lugar en el encuentro con el otro. Por eso siempre me pregunto qué diferencial puedo hacer yo en la vida de cada persona para no haber pasado en vano por ahí. No hay nada más importante que decirle “vos también podés ser feliz, aún en este momento en el que te sentís tan mal”. No hace falta tener plata ni estar bien vestido para adquirir esa potencia: nada es más fuerte que un ser humano que tiene una idea y está dispuesto a llevarla a cabo.

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