Indudablemente, la respuesta a la pregunta “¿quién soy?» es buscada en todos los rincones del planeta. Y sólo el estudio, la constancia, el conocimiento creciente del hombre en sí y, claro está, de nosotros mismos como seres particulares, nos puede permitir acceder a una respuesta en alguna manera aproximada o aceptable a esa duda existencial.
En general, cuando nos preguntamos acerca de quiénes somos, solemos responder con aquello que hacemos, dónde vivimos, o qué es lo que poseemos incluyendo, a veces anómalamente, a las personas. También suele hablarse de actividades, profesiones y títulos académicos como partes constitutivas de lo que somos. Por eso, acostumbro decir que la titulación más difícil a la que debe aspirar todo ser humano es la de recibirse de Sí MISMO.
Esto implica la culminación o el acceso a los últimos tramos del desarrollo personal, del despliegue personal, de modo de poder acceder a ejercer nuestra propia y privada existencia. Poder llegar a vivir una vida cerca de aquellos que en verdad somos, permaneciendo en el ejercicio de una transparencia tal, acompañando la plenitud de ejercer nuestro ser con el consiguiente bienestar de hacerlo.
Vivir cerca de nosotros mismos. Ser genuinos y consecuentes con nuestro sentir, pensar y hacer, independientemente de quienes nos rodean. En este sentido, a su vez, podemos agregar un concepto fundamental: la importancia de habitarnos. ¿Qué significa esta idea? Se trata de ocupar nuestros espacios personales, reales o simbólicos. Incluso los metafóricos.
Ocupamos una habitación, un departamento, una casa, una propiedad, un campo, una extensión de tierra. Desempeñamos y realizamos actividades dentro de un área determinada, un espacio de tres dimensiones, pero también vivimos en el ámbito simbólico donde florecen nociones como la del tiempo, las emociones, los sentimientos.
Es así que estamos en condiciones de acceder a lugares sutiles, a las denominadas “no cosas” por el conocimiento científico. Me refiero a lo espiritual, lo religioso, lo trascendente; los distintos niveles de lo denominado sutil, donde tal vez, y solo tal vez, pudiera hablarse de presencias elevadas no alcanzables para la mayoría de los mortales.
Así nos adentramos en el terreno de las creencias, y acá pido permiso y por favor, como siempre, a todos los lectores que pudieran creer o no en aquello que no está a la vista. Porque sería temerario realizar afirmaciones en el terreno de lo que denomino “el otro lado”.
¿A qué me refiero? A las fronteras que existen entre lo que conocemos como «la vida» y «la muerte». Podemos suponer distintas maneras de experiencias posteriores a la denominada vida, podemos arriesgarnos, amparados por milenios de escritos, ideas, reflexiones de distintas personas, pensadores que trascienden las centurias, respecto de la vida eterna, de la reencarnación, de las vidas pasadas o futuras. De cambios de formas, de maneras, de lugares.
Por eso, el concepto de habitar también puede ser incluido en el terreno de lo místico, dado que hay un mundo exotérico y un mundo esotérico. Sin querer incomodar a nadie, claro, pues las creencias son infinitas y respetables. Pero es un hecho que el habitarnos puede incluir lo sensible, lo no visible, lo no común y corriente. Y si nos aventuramos en lo consciente e inconsciente, también podemos esgrimir algo parecido.
Durante la vigilia, nuestro día, que transcurre desde el despertar hasta el acostarnos a dormir, existe una consciencia donde el Yo conduce pero también, en menor medida, lo hace el inconsciente que, dependiendo del Yo, ocupa su lugar. Cuando hablamos de la noche, del dormir, del soñar, es el inconsciente el que aflora y se impone a un Yo entonces pequeño y doblegado. También aquí podemos hablar de habitarnos, esto es: de habitar nuestra consciencia y también nuestra inconsciencia, nuestro inconsciente.
Es que, como dijimos al principio, el conocimiento de nosotros mismos incluye ambos espacios de nuestra denominada “mente”. A medida que nos introducimos en el conocimiento de nuestros sueños, tenemos otra manera de profundizar el saber sobre nosotros mismos y sobre el ser humano en general. La decodificación de los sueños, lo que los sueños nos muestran y nos enseñan, no hace otra cosa que agregar más y más conocimiento.
Es así que el concepto habitar puede ser tenido en cuenta en muchas esferas de nuestro inmenso Ser. Ese Ser enigmático, infinito e inalcanzable que constituimos, que nace con nosotros y que vamos alimentando a medida que transcurren nuestros años de vida. Suena hasta poético, pues se suma lo simbólico y lo metafórico; también lo onírico. De Habitar-nos, se trata.
Habitar un lugar físico que nos proteja, que nos cobije. También habitar nuestra mente, nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro más acá y nuestro más allá, nuestra consciencia y nuestra inconsciencia. Habitar esa inmensidad, esa infinitud hacia afuera, y también hacia adentro. Habitar todo lo que somos. Vivir y morar, permaneciendo en esa zona tan inabarcable que denominamos existencia.
Y desde todos los flancos en que lo hagamos o podamos arriesgarnos a hacerlo, habitar lo finito, chiquito, pequeño, ínfimo y también y a su vez, lo inconmensurable que constituimos y a lo que aportamos. La Energía que existe dentro y fuera de lo que somos.
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