Imaginemos que tenemos dos grandes bolsas: en una, vamos a meter todos los aspectos de nosotros mismos que nos gustan. Ponemos, por ejemplo, nuestra amabilidad, buen humor y capacidad de ayudar al otro. En la otra bolsa, por el contrario, guardamos lo que nos desagrada: la tendencia a la mezquindad, los pensamientos nocivos y nuestra ira. Ambas serán, sin duda, dos bolsas grandes y pesadas. Dos bolsas llenas de nosotros.
A lo largo de nuestra vida, llevamos ambas bolsas a todos lados. Los elementos de la primera nos sirven para construir nuestra “imagen ideal” o “ego”; los de la segunda, en cambio, se convertirán en algo enorme, oscuro y temible, algo que, al rechazar y no identificar como propio, se convierte en lo que la psicología denomina como sombra personal.
El arquetipo de la sombra fue definido por Carl Gustav Jung como el aspecto inconsciente de nuestra personalidad, creado por todos esos aspectos que nuestro Yo consciente decide ignorar por considerarlos “malos e inaceptables” según estándares personales, sociales y culturales. Supongamos, por ejemplo, que uno nace en una familia donde no está permitido ser grosero. Ese aspecto rechazado pasará a formar parte de nuestra segunda bolsa. También puede ocurrir que se valore la inteligencia racional por sobre la creativa, desestimando las facetas más artísticas de la personalidad, incluyéndolas, también, en la segunda bolsa. Así, poco a poco, vamos armando al “otro yo”.
Reconocer la sombra personal no es nada fácil. Nos asusta tanto y nos parece tan abominable, que nos volvemos muy hábiles en ocultarla en lo más profundo de nuestro inconsciente. Pero acercándonos a la noción de “integrar”, cabe preguntarse si es, realmente, tan mala como tememos.
Decía Jung que “la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención.” El escritor Rainer María Rilke, señaló lo mismo en un poema que dice:
Quizás los dragones que amenazan nuestra vida
no sean sino princesas anhelantes
que sólo aguardan un indicio de nuestra apostura y valentía.
Quizás en lo más hondo
lo que más terrible nos parece
sólo ansía nuestro amor.
La propuesta de integrar tiene que ver con reconocer, de manera amorosa, todas las partes nuestras que nos asustan o creemos inadmisibles. Esa parte oscura y tenebrosa, en realidad, esconde una potencia enorme, y el trabajo de integrarla se convierte en el camino para volvernos seres más completos. Como dice el escritor y analista junguiano, James Hillman: “amarse a uno mismo es una tarea nada sencilla, porque eso significa amar todo lo que hay en nosotros, hasta la misma sombra que nos hace sentir inferiores y socialmente inaceptables.”
Uno de los mejores ejemplos utilizados desde la psicología para explicar el poder de los aspectos de la personalidad no integrados, es el cuento clásico El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El relato —que nació a partir de una pesadilla que tuvo su autor, el escritor escocés Robert Louis Stevenson— narra la historia del respetable y honrado Doctor Jekyll, quien logra convertirse, por momentos, en el señor Hyde, un alter ego sin escrúpulos ni sentimientos de culpa, capaz de cometer las peores atrocidades. El texto nos muestra cómo la aspiración extrema del doctor por ser una persona admirable e impoluta (considerando, sola y exclusivamente, los elementos de su primera bolsa), termina conduciéndolo por la ruta opuesta.
¿Qué es lo que revela este grandioso relato ficcional? El analista junguiano y sacerdote episcopal estadounidense John A. Sanford, explica en un ensayo que el principal error del Dr. Jekyll —que hablaba de “la eterna guerra entre mis mitades”—, fue “pretender escapar de la tensión entre los opuestos que se desplegaban en su interior”.
Sanford también agrega, a modo de alerta, que “si queremos que nuestro propio drama con la sombra concluya felizmente, debemos ser capaces de sostener la tensión que Jekyll no pudo soportar. Tanto la represión de la sombra como la identificación con ella constituyen intentos infructuosos de huir de la tensión de los opuestos.”
Por hablar en términos simples, ni una cosa ni la otra: el trabajo de integración, como bien ilustra el símbolo del yin y el yang, implica que podamos reconocer y aceptar todos los aspectos que componen ese complejo que somos y que, en definitiva, es lo que nos hace humanos. Sin caer en la polarización, la propuesta es reconocer los polos y buscar, mediante este reconocimiento, la integridad.
En la película Un monstruo viene a verme (basada en el libro A monster calls, de Patrick Ness), vemos un maravilloso ejemplo del trabajo de integración de la sombra a través del personaje de Connor, un niño de doce años que sufre por el bullying, y cuya mamá transita un cáncer. Combinando fantasía y realidad, la película no solo es bella, dramática y sensible, sino también muy esclarecedora.
Visitado por su monstruo, un árbol que cobra vida en un horario determinado, este pre-adolescente no encuentra otra alternativa que enfrentarse a su pesadilla más temida. En una de sus primeras visitas, el árbol le explica que a las personas no les gusta lo que no entienden y que se asustan, y en otro diálogo sublime y metafórico, le anuncia que hará temblar sus paredes, “hasta que te despiertes.”
Trabajar con su propia oscuridad será el desafío de Connor que —si bien no siempre se muestra valiente sino más bien está sumido en el rechazo y la negación—, poco a poco comienza a conectar con su sombra personal. Filmada por el mismo director de La sociedad de la nieve, la película nos deja un claro mensaje: enfrentar nuestras verdades más oscuras, en lugar de matarnos, nos libera.
El film Un monstruo viene a verme, del director J.A. Bayona, un bello ejemplo del trabajo de integración de la sombra.
El trabajo de integración
Si la sombra es algo que nos espanta al punto que la escondemos, ¿cómo reconocerla?
Algunas de las pistas, señalan los psicólogos, se nos revelan a través de nuestro inconsciente, como en los sueños (especialmente en las pesadillas y los sueños recurrentes) y también en nuestras proyecciones sobre los demás, sean negativas o positivas.
Dice la analista junguiana Jolande Jacobi: “a nadie le gusta admitir su propia oscuridad. Quienes creen que su ego representa la totalidad de su psiquismo, quienes prefieren seguir ignorando sus cualidades reprimidas, suelen proyectar sobre el mundo que les rodea ‘los fragmentos ignorados de su alma’”.
Explican los especialistas que cuando algo o alguien nos genera un sentimiento agradable o desagradable muy fuerte, podemos preguntarnos “¿qué me está diciendo sobre mí? ¿qué me está reflejando esta persona o situación?”
Por supuesto que el trabajo no es sencillo ni es tan fácil identificar la sombra personal. Necesitamos de un buen acompañamiento terapéutico, ya que se trata de enfrentarnos a todo aquello a lo que, por un motivo u otro, nunca nos quisimos enfrentar. Entrar en ese mundo reprimido requiere de un trabajo profundo y, tal vez, doloroso. En palabras de Jung: “Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad.”
Hay algunas cosas que nos pueden ayudar. El arte es una de ellas, y cumple un rol fundamental en el trabajo de integración. A través de la escritura o la pintura, por ejemplo, podemos dejar salir nuestros monstruos internos. También en disciplinas como las artes marciales o el boxeo, encontramos un lugar seguro donde expresar sentimientos como la ira o el perfeccionismo nocivo.
Los expertos señalan, además, la relevancia que tiene nuestra energía femenina en el proceso de integración. Como explica Sanford, “la mente racional, lógica y masculina es la que declara que opuestos como el ego y la sombra, la luz y la oscuridad jamás podrán integrarse. Sin embargo, el espíritu femenino es capaz de alcanzar una síntesis más allá de la lógica.”
Hay una escena en la película infantil Peter Pan que ejemplifica esto casi sin quererlo. En una primera instancia, Peter pierde su sombra (la cual vemos proyectada con la forma de su cuerpo, toda oscura, contra las paredes). Luego de perseguirla, finalmente la logra atrapar, pero no puede volver a sujetarla a su cuerpo físico. Entonces aparece Wendy, un personaje femenino, quien se la cose con dulzura a los pies, para que esa sombra traviesa y escurridiza no se escape más.
Con esta delicadeza femenina es que tenemos que animarnos a mirar dentro de la segunda bolsa. Si no lo hacemos, solo logramos que se vuelva más pesada, más maloliente y más oscura. Debemos animarnos a abrirla y saber que los monstruos que nos esperan dentro de ella en realidad son, como el árbol mágico de Connor, grandes aliados en nuestro proceso de integración.
Como nos muestra el caso de Jekyll, la guerra interior entre nuestras luces y sombras no se termina porque una vence a la otra, sino porque ambas se dan la mano y dejan de pelear. El trabajo con la sombra personal es, de manera paradójica y cierta, lo que nos permite brillar con más luminosidad.
Y así es como Wendy, una figura femenina, le cose a Peter Pan la sombra que se le ha ido.
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