Testimonio: “Comprendí que las cosas suceden, no me suceden”

por

Por Cecilia Lafuente, lectora de Sophia

Soy Cecilia. Me presento así porque durante toda mi otra vida fui Sandra. Pero, por las cosas que pasaron (que ya les contaré), y porque siempre me gustó mi segundo nombre, decidí cambiarlo hace ya once años.

Nací en Cordoba, Argentina. Ahí fui hija, esposa, mamá, empleada, emprendedora, estudiante, profesional, artista en ciernes. Tuve dos hijos que son mi amor y mi orgullo, Agustina y Julián. Durante veinte años, mi familia fue mi centro, mi todo. Aprendí a cocinar, a crear rituales de cumpleaños, a jugar y a estudiar con mis hijos; también a frustrarme. Y en ese camino hermoso y a la vez agobiante, a veces me perdí a mí misma: no tenía tiempo de mirarme ni de saber qué necesitaba. Mientras tanto, la vida transcurría tal como se esperaba, pero sin mí. Aunque yo no me daba cuenta.

Lo que vino a despertarme fue un tsunami. Un divorcio abrupto, inesperado, doloroso. Dos niños en el medio del caos y yo escondida dentro de un cuerpo castigado por la tristeza y sin ganas de seguir. Fueron días de caídas y cierres. Dos meses antes, el negocio familiar había cerrado y yo estaba sin trabajo. Todo parecía roto.

Pasé por muchos momentos complicados, pero siempre supe que levantarme era la única opción que tenía. Buscar un nuevo trabajo, tratar de llorar un poquito menos cada día y a escondidas de los chicos, que ya tenían demasiado. Buscar apoyo en mis afectos, en Dios y en la rutina que, aunque me agobiaba, me sostenía.

Pasaron desde entonces más o menos 4.040 días. Hay tanta vida compilada en ese número. Conseguí trabajos corporativos que me llenaron de satisfacción personal y profesional, y hasta fui responsable de compras para dos proyectos inmensos, los satélites SAOCOM 1A y SAOCOM 1B que hoy circundan el espacio, de los que compré cada uno de sus componentes y materiales, trabajando con un equipo maravilloso de profesionales talentosos para el Centro Espacial Teófilo Tabanera, en Córdoba. Aprendí todo lo que hace una mamá soltera y me di cuenta de que cada aprendizaje me iba dando más confianza, más valor.

Pero, en el medio, atravesé dos cirugías y me enfermé de hepatitis autoinmune. Estuve en tratamiento y medicada por un par de años. Cada día estaba más enferma. Fui a visitar al Padre Ignacio y pasaron muchas cosas ahí que no puedo explicar, pero empecé a sentirme mejor. Dejé la medicación, cambié la actitud que tenía hacia mí misma y empecé a priorizarme, a cuidar mi alimentación, mis emociones, a hacer yoga. Sentí tanto miedo… Pero seguí, sabiéndome guiada y protegida por algo mayor: Dios. Y, desde ahí, comencé cada nuevo día poniéndolo todo en sus manos y dando lo mejor de mí para tomar decisiones.

En 2020 llegó la pandemia, el encierro. Armé en mi cuarto mi oficina y en ese espacio transcurrían las veinticuatro horas de mi vida. Sola, con mi perro. Mis chicos habían quedado varados en la casa de amigos y del papá. Fueron días muy oscuros donde, mas allá del confinamiento obligatorio, estaba ese otro encierro que me alienaba y aislaba de mí misma; ese espacio en el cual me traicionaba, no escuchándome. Mis amados hijos se iban haciendo cada vez más independientes y eso, tan maravilloso, me dejaba más sola. El vacío era inmenso.

Me ensordecían mis quejas. El trabajo no era el mismo y, después de tantos cambios políticos, me frustraba cada vez más. Tenía ganas de volar y no entendía el por qué. Miraba mi pasaporte español y me preguntaba ‘¿Por qué no?‘. Fueron muchas charlas con Agus, Juli y mi mamá, una bella y joven señora de, en ese entonces, 80 años. Y los tres me ayudaron a armar las valijas y a no quedarme con el ‘¿Qué pasaría si…?‘, ‘¿Qué hubiera sido si me hubiese animado?‘. Esos pretéritos verbales que recién nos damos cuenta que existen cuando ya todo pasó, pero no pudimos movernos de ese lugar porque sentimos miedo.

Cecilia Lafuente es artista y expone sus obras realizadas en porcelana en distintos espacios.

En esos momentos, los de mayor conciencia, entendí que la vida te ofrece todo lo que necesitás para tu crecimiento y transformación. Y que en en esa parte de mi camino como mamá ya no era tiempo de ser la protectora y proveedora, sino la que la que suelta, ayuda y exhorta a volar. La que aconseja con su propio vivir, acompañando, y siempre está dispuesta al abrazo amoroso. La que desea aprender a no renunciar más a sí misma. Había tanto para soltar, sanar y amar…

Así fue que decidi viajar e intentar. Permitirme vivir alguna de todas esas preguntas que luego lamentamos no haber respondido. Justo un mes antes de mi partida el virus me visitó, me recuperé y agradecí haberlo conocido, tachándolo de mi lista de miedos superados. Llené mi corazón de abrazos, que calentaron mi corazón. Mi viejita, con sus más de 80, tan feliz y evolucionada; solo el disfrute y la aceptación la guían. Ella me llenó de fortaleza y me mandó a ser feliz, a disfrutar. Así fue que saqué un pasaje con destino a Londres, Inglaterra.

Otro capítulo: mis hijos. Tremenda despedida: mi hija Juli no pudo ir, pero Agus, no resignándose a perder medio minuto juntos, me acompañó al aeropuerto, me mimó y me regaló todo lo bonito que atesoro en mi alma. Puse mi vida en tres valijas: mis pigmentos, mis pinceles, algunos plumines y toda la ilusión de poder vivir de mi pasión, pintar porcelana e ilustrar, mi hobby por más de veinte años. Quería encontrar esa versión de mí más feliz, sin quejas, libre. Pero lloré tanto en ese viaje… me acurruqué abrazándome para retener el calorcito del amor que recibí en la partida.

Viajaba pesada, llevaba también una mochila invisible, llena de desafíos, miedos, perdones pendientes, palabras que necesitaban ser dichas y muchas preguntas sobre mí misma que no sabía responder porque no tenía idea quién iba a ser yo, sola, viajando, dejando mi vida tal cual lo conocía, para empezar otra con un pequeño detalle: tenía más de 50 años.

En viaje

En el aeropuerto de Gatwick me recibió un amigo, gracias a Dios. Todo es tan inmenso, que agradecí de nuevo la asistencia, la guía, porque me sentía una niña pequeña, huérfana. A los pocos días me fui a Gales, donde una persona conocida me ayudó a encontrar un espacio para quedarme. Por ese tiempo, Reino Unido estaba absolutamente cerrada, cursando una de las más temibles cepas del virus… y yo estaba ahí.

Tomé dos trenes con mis valijas grandes. Tenía miedo a que me robaran, a perder el tren. Pero todo salió bien y después de cuatro horas llegué a Swansea y luego a Llandeilo. Era de noche y en medio de un clima lluvioso y frío, me esperaba una casita antigua, histórica, que había estado desocupada por más de tres años. Lloré tanto, sentada sobre mi valija grande, preguntándome ‘¿Qué es lo que me trajo hasta acá?‘. Empecé a ordenar y a limpiar, lo externo con la escoba, lo interno con mis lágrimas. Y encendí una vela para iluminar mi interior.

Fueron muchos mis días absolutamente a solas conmigo y con la bendición inmensa de la comunicación vía WhatsApp con mis amores y con esos amigos que acompañan a cada momento, y abrazan a la distancia.

No fue fácil. Quería salir a caminar, pero seguía lloviendo. Quería coincidir en una charla, pero la diferencia horaria lo impedía. Quería avanzar con la compra de porcelana para pintar, pero no sabía dónde. Todo estaba stand by por la covid y yo necesitaba tanto que alguien me invitara a tomar un café a su casa, pero el distanciamiento no lo permitía. Ocupaba mis momentos dibujando y pintando las acuarelas que más tarde serían parte de mi sitio web. Escuchaba podcasts y charlas en Instagram, en Youtube.

Al fin logré comprar porcelana y pinté tantas tazas, platos y azulejos que empecé a exponer en una pequeña galería de arte y me empezaron a conocer. ¡Comenzaron a llamarme ‘artista’! Dios. qué lindo se sentía eso. Muchas cosas fueron tomando forma: mi sitio web, los diseños de las tazas. Salía a caminar y todo me inspiraba: la arquitectura, el bosque mágico con árboles de raíces inmensas que seguramente alojaban duendes y personajes de cuentos, los cuatro castillos que tenía alrededor. Mucha mística.

Viví durante casi dos años en ese lugar donde encontré amigos entrañables de varios países, como Kate, nacida en África, hija de irlandeses, Sheena, de Zimbawe (quinta generación de escoceses en África), Sian, una galesa y Henk, de Holanda. También Daljit, Sikh nacido en Bristol, de raíces indias; Manzel, tan británico y amante del té, amable y buen amigo como pocos; Amanda, una artista escocesa y Biddie, una bella señora de 90 años con un espíritu de 15. Una gran cosecha.

Durante mucho tiempo, mi drama personal estuvo ahí para presentarme ante los demás: era esa pobre víctima, inmovilizada, que se había separado, que había perdido su trabajo, que había decidido emigrar. Pero, poco a poco, entendí que solo cuando acepto y dejo de pelear con lo que sucede, todo se transforma. Que el dolor es experiencia, experimentación y aprendizaje. Y que si no lo siento así, sufro y me retuerzo en el sufrimiento, infringiéndome despiadadamente a mí misma.

Comprendí que las cosas suceden, no me suceden. Y entendí que la razón mayor que esconden es fundamental para nuestro crecimiento.

Hoy tengo un nuevo mapa sobre la mesa, con lugares por conocer y conocerme, para descubrirme en cada lugar. Actualmente estoy en Canadá, a dos horas de Toronto. Llegué hace treinta días y cada nuevo despertar es como un viaje en sí mismo: lo vivo con asombro, con cambios y más cambios, abrazando la transformación.

Fue hace apenas unos días que pude escuchar mi propia voz diciendo ‘Soy Cecilia, soy artista, tengo dos hijos hermosos, Agustina y Julián, y Xavier mi angelito que está en el cielo’.

Hoy por fin puedo decir que estoy escribiendo un nuevo capítulo en mi vida.

Podés ver sus trabajos en www.cecilialafuente.com | Instagram: @cecilafuenteuk

Loading spinner

4 Comentarios

  1. mprey

    Enhorabuena Cecilia! Gracias por tu testimonio motivador… hay tanto de lo que venimos leyendo en estas publicaciones aplicado a tu trayectoria vital, que me inspira. gracias.

    Responder
    • Sabrina Garcia

      Gracias por leernos!

      Responder
  2. mpcassani

    Hola Cecilia! Soy Paula. Vivo hace 2 años en Canadá…
    Marido transferido , hijos adolescentes. Puntualmente en Oakville’. Lloro todos los días!
    Me encantaría contactarte !!!

    Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Vos podés cambiar el mundo

Vos podés cambiar el mundo

Impactar positivamente en nuestro entorno puede parecer una tarea demasiado grande y solo reservada a personas como el Dalai Lama o la Madre Teresa. ¿Y si te decimos que vos también podés convertirte en un agente de transformación?

leer más
Crecer para ser más sabios

Crecer para ser más sabios

Nada permanece quieto, todo se mueve a nuestro alrededor. Y, en ese movimiento permanente, todos nos transformamos. ¿Te gustaría saber cómo expandir y potenciar tus recursos para fluir con el cambio?

leer más
La alquimia que nos transforma

La alquimia que nos transforma

Estamos vivos y lo que nos define es el cambio. Por eso te invitamos a recuperar el sentido de la alquimia, esa noción de la antigüedad que nos habla de la capacidad que todos tenemos para crear el elixir capaz de ayudarnos a evolucionar hacia quienes de verdad somos.

leer más

circulosophia.com

contacto circulo sophia

Copyright 2022. Todos los derechos reservados. Sophiaonline.com.ar