El hábito de iluminar nuestros días

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Por Agustina Tanoira

Cuentan que cuando Ludwig van Beethoven compuso el Himno de la alegría era incapaz de captar cualquier sonido. Tenía 47 años y estaba solo, sordo, enfermo y totalmente desencantado con el mundo en el que le había tocado vivir. A pesar de eso —o precisamente por ello— compuso una de las piezas más optimistas y positivas jamás escritas en la historia de la música. Que además, aspiraba a iluminar a la humanidad entera y resucitar para siempre los valores de la esperanza, la libertad y la paz entre todos los pueblos.

Inspirado en la Oda a la Alegría del poeta alemán Friedrich Schiller, Beethoven creó una sinfonía monumental para enfatizar esos versos que cantaban:¡Alegría, hermosa chispa de los dioses hija del Elíseo! / ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! / Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, / todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave«.

Como el hechizo de la diosa, como un don divino que une y hermana a toda la humanidad, la alegría siempre estuvo fuertemente vinculada a un estado espiritual y emocional. En la Grecia clásica se la asociaba con el entusiasmo —el arrebato producido por la presencia de lo divino en el alma— y en el antiguo Egipto se veneraba a Hathor, diosa de la alegría, que era también la del amor, la maternidad y la protectora de las mujeres embarazadas y los partos.

Actualmente se la suele confundir con la felicidad, pero no son lo mismo. “La felicidad es un estado fugaz —explica María Inés López-Ibor en su libro En busca de la alegría—. Es lo que nos sucede cuando conseguimos algo que deseamos”. Para esta psiquiatra española, la alegría, en cambio, es algo más. “Es un sentimiento, pero también está relacionado con nuestra manera de entender la vida”. Por eso hace hincapié en que debemos lograr que esos momentos de alegría se conviertan en partes esenciales de nuestra biografía, que sean las vivencias que moldean nuestra existencia.

«¡Alegría, hermosa chispa de los dioses hija del Elíseo! / ¡Ebrios de ardor penetramos, diosa celeste, en tu santuario! / Tu hechizo vuelve a unir lo que el mundo había separado, / todos los hombres se vuelven hermanos allí donde se posa tu ala suave».

En el Libro de la Alegría, que narra las conversaciones sobre el tema entre el Dalai Lama y el Arzobispo sudafricano Desmond Tutu, el líder tibetano afirma que “solemos percibir la felicidad como algo estrechamente vinculado a las circunstancias externas, mientras que la alegría es independiente: es un estado mental y emocional que se acerca mucho más algo que anima nuestra existencia y, a la larga, llena nuestra vida de satisfacción y significado”. Sugiere, por ello, prestar más atención a la alegría desde un punto de vista de la mente porque es allí donde habita, de lo contrario, todo son miedos y preocupaciones.

Pensar la alegría

Si la alegría es un hábito mental —que se manifiesta en un buen estado de ánimo y una predisposición a la sonrisa— entonces hay que generarla, es decir, insistir y persistir en aquello que la produce. Registrar y valorar las oportunidades de sentirla que aparecen naturalmente en nuestra vida cotidiana. «Tenemos que potenciar las cosas buenas que nos pasan en el día a día. Podemos -y debemos hacerlo-, porque le dedicamos mucho más tiempo a lo malo, y prestamos muy poca atención a lo bueno que nos sucede”, escribe López-Ibor. “La alegría puede convertirse en una vivencia a través de la práctica. La alegría requiere de cierta intencionalidad, requiere de mirar con otros ojos”, afirma. Y asegura que es posible convertir ese rasgo en nuestra forma de ser.

Adoptar hábitos positivos implica una práctica. Por ejemplo, intentar sonreír más, porque “algunas veces la alegría es la fuente de tu sonrisa y otras veces la sonrisa es la fuente de tu alegría”, como afirmaba el monje budista Thích Nhất Hạnh; dejar de mirar permanentemente hacia afuera y buscar el tiempo para el silencio y la contemplación; caminar; pasar más tiempo en la naturaleza, recuperar el asombro y ejercitar la empatía y la compasión. Ser más solidarios porque eso nos hace más humanos —y ya nos han dicho de todas las maneras posibles que una mentalidad demasiado egocéntrica solo provoca sufrimiento—; juntarse con amigos y con las personas que nos hacen bien y sacan lo mejor de nosotros.

C.G . Jung llamaba a ignorar rotundamente a aquellos que amenazan nuestra alegría. Y también —por qué no— comer más chocolates y aprovechar sus altas dosis triptófano, imprescindible para la síntesis de serotonina, el neurotransmisor que regula el estado de ánimo. Elegir dónde poner nuestro foco de atención y llevar una vida más consciente cuando todo conspira constante y obsesivamente a mirar hacia fuera y a dejarnos hipnotizar por las pantallas también es una práctica.

“La alegría es ese tipo de felicidad que no depende de lo que nos esté sucediendo” afirma en su charla TED el monje benedictino David Steindl-Rast, que insiste una y mil veces en practicar la gratitud y hacer el bien al prójimo, empezando por el más próximo. “Así son las cosas y así es como funciona el universo”, escribe el Dalai Lama, un poco en coincidencia con Brother David. A su modo, ambos parecen sugerir que ser alegre en momentos tan convulsionados donde a veces parece que solo hay malas noticias es posible, aunque a veces implique frustración. 

Las emociones no son un juego de suma cero y puede haber alegría hasta en los momentos más tristes aunque a nuestra mente hiper racional le cueste comprenderlo. Porque ser alegres no significa suprimir el dolor, la ansiedad y la tristeza sino aceptar estas emociones para lograr una vida plena, sana y consciente. «En todo caos hay un cosmos, en todo desorden un orden secreto», afirmaba Jung.

Entonces el gran desafío es abrazar ese caos de nuestra existencia y “andar con alegría” como mandaba Santa Teresa de Jesús en su Camino de perfección —¡especialmente!— en los momentos de dificultades y dolor.

Porque enriquece nuestra experiencia humana y amplía nuestro vocabulario emocional es importante desarrollar una “mentalidad alegre”; nos hace más abiertos, empáticos y curiosos de una manera profunda. Y cuando eso sucede los motivos de alegría se multiplican por mil. Un atardecer de verano, una buena película, una salida con amigas o un baño de mar… y el mundo deja de ser un lugar caótico y desconcertante para convertirse en una fuente de asombro capaz de iluminar, aunque sea de a ratos, la mirada y el corazón.

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2 Comentarios

  1. Graciela

    Muy positiva mirada de la vida. Coincido totalmente en el enfoque y hay que practicarlo cotidianamente. Gracias!

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    • Circulo Sophia

      Hola Graciela, gracias por tu mensaje. ¡Nos alegra que esta nota aporte valor a tu vida y una mirada positiva! Un abrazo

      Responder

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