Esteban Padilla: «Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana»

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Que somos un todo (cuerpo-mente-espíritu), ya lo sabemos. Pero que nuestro bienestar depende de que el cuerpo le haga lugar a la mente, y de que la mente registre al cuerpo, es algo que hoy queremos recordar.

En esta charla, Esteban Padilla, psicólogo, terapeuta de Bioenergética y director de la Escuela de Bioenergética Integral (que forma parte del espacio “Sens Desarrollo Humano”), nos cuenta por qué es tan importante habitar (y mover) el cuerpo, para vivir con más gozo y liviandad.

Esteban, ¿qué significa “habitar el cuerpo”?

—Habitar el cuerpo es estar en contacto con él. Hoy muchas personas se desconectan de sus movimientos anímicos, sensaciones, y sentires. Y todo esto los lleva a que sea difícil vivir en un estado de bienestar profundo. Porque si no tenemos en cuenta esa información más intangible, que a veces no está clara en la cabeza pero se siente en el cuerpo, aparecen dolores físicos, ansiedad, problemas de sueño, falta de vitalidad, etc.  

¿Qué es la bionergética y qué le suma, en tu caso, que la hayas unido a la psicología?

—La bioenergética es una técnica psico-terapéutica que integra el cuerpo, dentro de un marco de desarrollo personal. Fue desarrollada por un médico y psicoterapeuta estadounidense llamado Alexander Lowen, y se puede trabajar de modo individual o grupal. En mi caso, al ser psicólogo, me llegó en un momento en el que tenía la sensación de que a través de la palabra y conversando con los pacientes me quedaba corto, como que no llegaba a la raíz de muchas situaciones. Es más, a veces hasta era contraproducente seguir trabajando ciertas cosas de ese modo. Entonces, la bioenergética me dio la posibilidad de entrar a un nivel mucho más profundo y a la vez medio “transgresor”, porque a veces va muy en contra del relato que cada uno tiene de uno mismo.

¿Cómo se trabaja?

—Con respiración y movimientos. Hay ciertos movimientos y ejercicios que el paciente tiene que ir “practicando”, hasta poder habitarlos sin tanto control. Por supuesto que, al principio, se le pone mucha cabeza para poder hacerlo bien o entender. Pero una vez que más o menos está la base, el desafío es justamente entregarse.

¿Y qué pasa ahí?

—El cuerpo se abre. Parece muy abstracto, pero es así. A veces pasa que alguien que no era sensible, de pronto se empieza a sentir más vulnerable y se larga a llorar por más cosas. O alguien que no era tan enojón de repente se siente más expresivo en su enojo. Entonces se abre desde lo emocional, y en ocasiones también desde lo anatómico (porque hay movimientos que no se suelen hacer en lo cotidiano). Y al circular mejor la energía y las emociones, la persona se queda con una sensación de mayor liviandad, se va a sentir con los pies en la tierra, como más plantado, más pesado. Y con la cabeza despejada.

¿“Tenemos un cuerpo” o “somos un cuerpo”?  Esta es una pregunta que surgió hace poco en una de nuestras reuniones de sumario.

—Muy buena pregunta para hacernos. En mi caso, a mí me gusta pensar y vivir la segunda: soy un cuerpo. Y si bien yo tengo una concepción espiritual del ser humano, esa dimensión espiritual no me saca del cuerpo, me hace habitarlo más aún. Creo que somos un cuerpo, y en ese cuerpo se reúnen todas las dimensiones de nuestra existencia, desde lo más espiritual a lo más humano, desde lo más celestial a lo más terrenal.

¿Desde los pensamientos podemos curar el cuerpo?

—Todas las emociones se sienten en el cuerpo. La mente puede conectar o no conectar, pero la emoción es una sensación que nunca va a dejar de estar. Y por supuesto que desde los pensamientos podemos curar al cuerpo en cierta medida, siempre y cuando ese tipo de pensamientos sean “pensamientos con cuerpo”. Porque hay palabras o pensamientos que a veces están en el aire, y es muy posible que eso no transforme absolutamente nada.

¿Cómo sería esto?

—Si el pensamiento es un pensamiento real y genuinamente integrado, y el corazón está presente y habitando ese tipo de pensar, es muy probable que puedas hacer alguna transformación en el cuerpo. De todas maneras, para mí es mucho más posible que desde el cuerpo puedas transformar algunos pensamientos.

Pienso, por ejemplo, en cuando no me puedo levantar de la cama del agotamiento que siento. Y que al ser tan claro el síntoma, puedo hacer algo: descansar. Pero ¿qué pasa con las emociones que dan síntomas más sutiles y pasamos por alto?

—Esto que decís es justamente lo que empieza a suceder cuando alguien hace un proceso medianamente consistente de bioenergética. Porque uno de los pilares que se va adquiriendo es la autoconsciencia, la autopercepción (uno empieza a estar más presente en las sensaciones sutiles, pequeñas, que van ocurriendo constantemente). Por lo general, a la espalda no la sentís hasta que no tenés un dolor del omóplato, por ejemplo. Pero cuando llegás a ese dolor con intensidad, es porque probablemente hubo algo que fue ocurriendo antes y, dada tu desconexión, no lo registraste.  

Qué importante es tomarnos momentos de pausa, ¿no?

—Totalmente. La prisa, el acelere y el ritmo en el que vivimos, no ayudan a la presencia en absoluto. Tenemos que tratar de ir contrapelo de lo propuesto, para generarnos espacios que promuevan un contacto más profundo con nosotros mismos. Y aquí tiene que haber algo de movimiento corporal, o puede ser una simple meditación. Haciendo una meditación consciente, también vas a ir percibiendo movimientos corporales, emocionales. Uno de los primeros beneficios de la bioenergética es afinar la escucha de lo que voy sintiendo y de cómo esa emoción me hace estar de una u otra manera (se me puso la panza dura, me empezó a doler la cabeza, etc.). Son todas reacciones energéticas y corporales a algo que viví.

¿De qué manera podemos ir entrenándonos cada vez más en esto?

—Requiere de consistencia en el tiempo, cierta periodicidad y mucha consciencia (como cualquier posible cambio que uno quiera realizar en la propia vida). Necesitamos generar espacios conscientes de movimiento corporal. Puede ser el Chi Kung o el Tai Chi (desde la medicina china), algunas técnicas de yoga, y por supuesto la bioenergética. Lo que me parece importante, es que tienen que ser movimientos corporales conscientes, porque estamos muy acostumbrados también a usar el cuerpo como una máquina.

Dice la científica e investigadora española Nazareth Castellanos: “El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”. ¿Creés que es así?

—No me cabe ninguna duda de que es así. En muchas circunstancias, la primera reacción es corporal. Tenemos reacciones corporales sutiles, de las que la cabeza ni se entera. A veces, alguien puede estar tan desconectado, que yo puedo percibir tristeza en sus ojos y decirle “che, estás triste”, y que la persona me diga que no. Y no está haciendo un esfuerzo por mentirme o por ocultarme lo que siente. Eso nos ocurre con cualquier tipo de emoción. No por nada en la Biblia se habla tanto de las entrañas. La panza es un lugar donde uno siente profundamente ciertas convicciones de o no.

—¡Fundamental escucharnos!

—Escuchar esa dimensión del propio ser nos evitaría muchísimos conflictos. Pero no es sencillo, porque a veces son esas intuiciones de “es por acá”, y no sabemos muy bien por qué. La mente necesita entender, necesita la explicación, necesita hacer los pros y contras, necesita estar segura. ¿Y después qué pasa? Necesita más certeza, necesita más control, y todas esas cosas que necesita la mente, a fin de cuentas, son accesorias. Lo que necesitamos, para ir tomando las mejores decisiones posibles para nuestro bienestar, es escuchar al cuerpo y sus pequeños o no tan pequeños movimientos internos.

En un video hablás sobre la desproporción que hay, a veces, entre la reacción que tenemos desde el cuerpo, con respecto a las cuestiones que lo provocaron. Como que hay un exceso, desde el cuerpo, frente a algo que “no era para tanto”. ¿Por qué pasa esto?

—Observar las reacciones desproporcionadas me parece un muy buen hábito para alguien que quiera echar luz en algo que todavía no está pudiendo ver. Las emociones se asocian por dentro, y debemos observar en qué situaciones o circunstancias, o frente a qué personas y qué tipo de emoción, tenemos esas reacciones desproporcionadas. Si tiramos de ese hilo y vamos jugando y explorando, es muy probable que podamos llegar a develar cuál era el verdadero motivo de ese desborde. A veces son cargas que vienen de mi historia, que están inconscientes. Entonces, al sacarlas hacia afuera en un espacio terapéutico, sin lastimar a nadie, me libero y puedo vivir el conflicto con mayor liviandad.

Decís en otro video que llegamos a la vida de adultos con mucha tensión crónica (hablás de miedo) y con energía estancada. ¿Cómo hacemos para soltar?

—Hay tensiones de la vida adulta que tienen más que ver con algo circunstancial: alguna postura, un trabajo que me hizo estar de una u otra manera. Pero hay otro nivel de tensiones, que son más profundas y crónicas, que responden al modo en el que me he parado frente al mundo. Lowen dice que cualquier lugar del cuerpo que tiene una tensión crónica es un lugar con miedo. Por alguna razón, un aspecto mío ha decidido no sentir, no escuchar, no expresar, no tocar, no integrar algo de mi propio ser. Por la razón que sea, le temo: porque va a ser demasiado intenso, o porque creo que me voy a volver loco, o porque me va a dar sensación de no control. Y esto se hace consciente a medida que se va expandiendo el cuerpo. No somos conscientes de esa tensión y lo que ella guarda, hasta que de repente realizamos algunos movimientos o ejercicios de respiración.

¿Hay alguna práctica que nos puedas dar para cuando nos sintamos muy cargados?

—Te dejo acá tres propuestas:

Ejercicios para volver a vos: www.youtube.com/watch?v=izAlWvYWjNs

Secuencia de movimiento simples para cambios profundos: www.youtube.com/watch?v=kDBbSrTX0jU

Desde la cabeza a todo tu ser: www.youtube.com/watch?v=SpqdeVm2qv4

¿Y algún consejo extra?

—Lo que aconsejamos siempre desde la bioenergética, es hacer los ejercicios descalzos. Y si pudiéramos tocar la tierra con los pies, mejor aún. Los pies deben ir en el ancho de las caderas, y las rodillas levemente flexionadas. Algo a lo que siempre invito, es a que la gente haga respiraciones conscientes, extensas, poniendo mucho más foco en la exhalación que en la inhalación. Si una persona sostiene durante diez minutos una respiración de pie, sentado o acostado, en el que el ritmo de la exhalación duplique el tiempo de la inhalación, no hay modo de que el cuerpo no se relaje y la cabeza no se vacíe.

¿Cómo se relaciona la aceptación, con esto de habitar el cuerpo de una manera más saludable?

—Hoy en día, mucha gente habla de la importancia de la aceptación y de cómo una verdadera aceptación te permite vivir con más paz. Pero del dicho al hecho, como dice el refrán, hay un largo trecho. Y a veces está la intención de la aceptación, pero todavía internamente, a nivel más corporal, energético, el cuerpo está a la defensiva o muy cargado con determinado tema. Entonces, me puedo contar a mí mismo que estoy aceptando, pero adentro todavía me resisto. Ese es el lugar donde la bioenergética trae mucha oportunidad. Porque a veces queremos aceptar, y de alguna manera hacer como un puente y llegar del otro lado, pasando por arriba lo que implica aceptar lo que me dolió, lo que me angustia. Y parte de la aceptación tiene que ver con hacerse cargo de todo lo que ocurrió, o lo que está dentro mío en relación a ese hecho, sea el que fuere.

Hay que atravesar el proceso…

—Necesitamos pasar por ahí, para verdaderamente después poder estar en un grado genuino y auténtico de aceptación. Lo que no quiere decir que “nos quedemos pegados a eso”. La verdad es que a los seres humanos nos cuesta mucho vivir en una aceptación auténtica y profunda. La vida no siempre es gozosa. Hay muchos momentos que son crudos, duros, injustos, dolorosos, trágicos. Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana. Y cuanto antes podamos aceptar el correr de la vida con lo que quiera traer la marea, más en paz vamos a vivir.

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