Matías Muñoz: “Detrás de algunos síntomas físicos hay emociones no expresadas”

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Todos los que vimos la película Intensamente 1 seguramente recordemos la escena donde Alegría busca que Bing Bong (el elefante rosa) no llore por algo que lo tenía triste. Le dice que «todo va a estar bien» y que hay que seguir. Pero él no puede. Hasta que Tristeza se sienta a su lado, lo escucha, le permite «drenar» la angustia, y el viaje continúa. Entonces Alegría descubre que así como es importante reír, bailar y cantar, también es fundamental hacerle lugar a la tristeza.

Qué importante poder integrar lo que sentimos. Decirlo. Hacernos cargo. No disociarse. No querer aparentar. No fingir un personaje. Porque de lo contrario, el cuerpo termina diciendo lo que la boca calla.

Este mes entrevistamos a Matías Muñoz, psicólogo especializado en terapia sistémica relacional, y autor del libro El cambio está en la mirada (AZ Editora), para que nos cuente por qué es tan importante validar todas las emociones si queremos vivir de una manera más sana, congruente y amable con nosotros mismos.

—Matías, ¿qué son las emociones y para qué nos sirven?

—Las emociones son patrones de respuesta a estímulos que percibimos del mundo externo o de nosotros mismos. O sea, ocurre algo afuera o tenemos una idea dentro nuestro, y eso genera una emoción. La función que tiene la emoción es traducirle a la mente lo que está ocurriendo. Entonces podemos decir que cada emoción trae un mensaje: no es lo mismo sentir alegría ante alguien que me quiere y me lo dice, que sentir tristeza ante una pérdida de un ser querido. 

—¿Y esas emociones repercuten en el cuerpo?

—La reacción emocional que tenemos ante un hecho externo o algo interno, incluye respuestas físicas, tensiones musculares, liberación de hormonas, cambios en el sistema cardiovascular, se modifica la expresión de la cara, nos cambia el nivel de atención. La emoción está en el cuerpo, repercute en todos los órganos del cuerpo. 

—Dice la científica e investigadora española Nazareth Castellanos: “El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”. ¿Primero sentimos en el cuerpo?

—Las emociones están en el cuerpo; cada órgano puede albergar emociones (el corazón, los pulmones, el intestino, el cerebro, la garganta). Pero el hecho de que estemos en un permanente estado emocional, no significa que esas emociones sean conscientes para nosotros. Entonces, hay una idea que la neurobiología actual está sosteniendo, y es que “el cuerpo registra antes que la mente lo que sucede”, lo que significa que tenemos sentimientos inconscientes. 

—¿Nos ampliarías esta idea?

—Yo puedo ponerme rojo y no saber qué me está dando vergüenza. Puedo tener una acidez en el estómago y no saber qué me está generando ese estrés. Esto significa que hay emociones conscientes de las cuales yo me doy cuenta y las puedo expresar, pero también hay emociones inconscientes, que el cuerpo registra antes que la mente. Y aunque la persona no sabe conscientemente lo que está sintiendo, esa emoción existe dentro de ella como un estado emocional verdadero. Siempre estamos sintiendo. 

—¿Las emociones son lo mismo que los estados de ánimo?

—No. Un estado de ánimo es cuando una emoción empieza a permanecer más estable. Una cosa es que me irrumpa la tristeza en un momento del día ante una escena que veo (por ejemplo, con una película), y otra es que esté con un estado de ánimo triste hace un mes. Los estados de ánimo son más constantes en el tiempo; una emoción puede llegar e irse. 

—¿Somos responsables de nuestras emociones?

—Si partimos de la base de que no podemos no sentir, las personas no somos responsables de las emociones en términos de que no las podemos generar voluntariamente. No es que yo puedo decir “no me voy a entristecer” y no me entristezco. O “me voy a alegrar” y automáticamente me alegro. Las emociones existen, nos inundan, nos atrapan, irrumpen involuntariamente ante algo que nos sucede. De lo que sí podemos ser responsables es de lo que hacemos con ellas. 

—¿Cómo sería esto en la vida cotidiana?

—Yo puedo sentir el enojo ante alguien que me trata mal, pero tengo un montón de opciones: puedo hablar del enojo, puedo expresar ese enojo a través del arte, puedo salir a correr para liberar mi tensión, o puedo ponerme impulsivo y maltratar al otro. Por eso, si bien no somos responsables del sentimiento, sí somos responsables de lo que hacemos con él. Siempre tenemos distintas alternativas. La emoción nos viene a visitar, es involuntaria. Pero nosotros tenemos la autoconsciencia y la función cognitiva de la anticipación, que es poder pensar antes de hacer (y evaluar las distintas alternativas que tenemos frente a una emoción). Las personas que mejor gestionan sus emociones son aquellas que tienen la posibilidad de regularlas. 

—¿Cómo definirías regularlas?

—La regulación emocional no implica suprimir las emociones. No significa que yo “no voy a sentir”. Eso tiene más que ver con la represión, o con lo que llamamos en psicología la disociación: separar la emoción de los hechos o separar la emoción del pensamiento. La regulación emocional es que yo pueda tener la capacidad de que cuando sea visitado por un sentimiento, lo pueda mirar a los ojos y expresarlo. 

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, a mí me puede dar mucha envidia algo que hace un conocido. Pero si me puedo regular emocionalmente, esa envidia no me va a tomar completamente para que yo dañe a esa persona. Lo que seguramente puedo hacer, es pensar que tengo algún problema con mi autoestima. O sea: si yo quiero tener el cuerpo del otro, o la plata del otro, puede ser que esté peleado con mi propio cuerpo o con mi capacidad de ganar dinero. Entonces, puedo usar esa emoción para conocerme más a mí. Por eso la regulación emocional está muy vinculada a la autoconsciencia, a que yo me pueda dar cuenta de lo que siento. 

—¿Cuáles son los factores que favorecen la regulación emocional?

—Primero, la toma de consciencia. No puedo regular algo de lo que no me doy cuenta. Lo tengo que llamar miedo, alegría, enojo, tristeza, culpa. Después, tengo que poder expresar ese sentimiento. Siempre que expreso una emoción, esa expresión es más regulada. La puedo expresar con los gestos de mi cuerpo, con el arte, con las palabras. Poder darme cuenta de lo que siento y a partir de ahí poder expresarlo, es uno de los grandes factores que regulan el sentimiento. 

—¿Se trata de no callar lo que sentimos?

—Yo puedo estar muy asustado, por ejemplo, pero si le digo a alguien de confianza que tengo miedo y le cuento qué es lo que me asusta, probablemente ese miedo esté más regulado para mí y no me tome un ataque de pánico. Expresar la emoción es el gran factor de regulación. Cuando las emociones quedan dentro mío se agrandan, se convierten en fantasmas, me toman más impulsivamente, me hacen hacer cosas que no quiero. De alguna forma, primero tengo que tomar consciencia de lo que siento, para después poder expresarlo. 

—También hablaste de la “anticipación”…

—Es el tercer factor que regula las emociones, y tiene que ver con poder pensar antes de tomar una decisión. Poder pensar qué quiero hacer con ese sentimiento. La anticipación es una función muy compleja: me doy cuenta que si hago “esto” va a pasar “tal cosa”. Entonces, la idea es pensar la emoción, y poder tomar decisiones a partir de ella. Por ejemplo, si yo tengo culpa porque lastimé a alguien, poder tomar la decisión de pedir perdón. Eso favorece la regulación. 

—¿Por qué un vínculo de confianza nos ayuda a regular las emociones?

—El gran regulador de la emoción es lo que llamamos en psicología el vínculo de apego, que es el apego seguro; es que yo pueda tener a alguien que sea una persona estable para mí, que se conecte con mis sentimientos, que sea previsible, que me escuche sin juzgar y me cuide. En la adultez, el vínculo de apego pueden ser nuestras parejas, los amigos de siempre, o nuestro padre/madre. En la niñez, los padres. Si puedo estar en una relación donde el otro se conecta con lo que siento, me permite que lo exprese, y esa persona es previsible para mí (me genera confianza y seguridad para que yo me pueda respaldar), ese vínculo de apego seguro regula mi emocionalidad. 

—A raíz de la película Intensamente 2, se despertó mucho esta idea de la importancia de integrar todas las emociones. ¿Cómo lo ves?

—Si pensamos que no hay emociones buenas y malas, o sea que no podemos poner sobre la emoción una categoría moral, sino que hay emociones que siento más agradables y otras más desagradables (la alegría es sentida más agradablemente y el miedo o la angustia más desagradablemente), lo que muestra la película es la posibilidad de que podamos recorrer el vasto mundo emocional. En psicología consideramos que la salud mental está asociada a la capacidad de recorrer el abanico de las emociones y poder expresarlas, tomando buenas decisiones, anticipándonos, y en vínculos de apego. 

—¿Tenemos que ser cada día más honestos con lo que somos y sentimos?

—Voy a tomar a Donald Winicott, un autor inglés, que dice que la salud mental tiene que ver con que la persona se sienta real, se sienta ella misma, se sienta espontánea. Y el gesto real tiene que ver con esa expresión de la emoción. Poder expresar las emociones y poder ponerlas en vínculos seguros, es un rasgo de salud mental. 

—Muchas veces disfrazamos lo que sentimos para “no quedar mal”…

—A veces lo que hacemos es disfrazar las emociones, encapsularlas, negarlas, disociarlas o reprimirlas, porque nos han dicho que mostrarse vulnerable no está bien. Y muchas investigaciones hoy están dando a conocer que la vulnerabilidad es un acto de salud mental. Esto significa: expresar un sentimiento, tolerar la incertidumbre cuando lo hago, y correr un riesgo. Si yo digo “te necesito” o “te quiero”, o “tengo miedo”, estoy haciendo un acto de vulnerabilidad. Lo que dice la gente en las investigaciones es que cuando logra hacer eso se siente más plena, vital, creativa y con más ganas de vivir. 

—¿Qué pasa cuando reprimimos o bloqueamos ciertas emociones?

—Cuando las personas no expresamos los sentimientos o mostramos lo contrario de lo que sentimos (estamos tristes y mostramos una alegría falsa), ese personaje tiene un costo para nosotros. Eso significa que la emoción va a ir al cuerpo, porque en algún lado tiene que estar. Y si esto pasa, puede tener efectos sobre alguno de los órganos o generar una tensión física (contractura muscular, dolor estomacal o problemas gástricos). A veces, detrás de algunos síntomas físicos hay emociones no expresadas. 

—¿Por qué la alegría es la que tiene “mejor prensa”?  

—Yo creo que hoy hay como un cierto culto al bienestar. Como si fuera posible pensar una vida en la que siempre estemos alegres. Pero esto es una ilusión. Cuando hablamos de bienestar o felicidad, tenemos que poder dejar en claro, o por lo menos es mi postura, que eso también incluye la conexión con los miedos o con la tristeza. O sea, que la felicidad viene de la mano de poder expresar la vulnerabilidad humana y sentirnos con derecho a hacerlo. Y eso nos va a dar realmente un arraigue a la vida. Si no, hay un cierto riesgo de que confundamos bienestar con ausencia de angustia o con ausencia de tristeza. Y eso es una utopía o un modelo demasiado ilusorio. 

—¿Cómo podemos gestionar mejor nuestras emociones?

—La clave es que podamos empezar a trabajar la expresión emocional, teniendo ese permiso interno para decir lo que sentimos en vínculos seguros. Y cuando no encontramos este tipo de personas disponibles, tenemos otros vehículos para mí maravillosos y de mucha utilidad, como la actividad física, el arte, escribir, pintar. 

—Matías, ¿algo más que quieras agregar?

—Me gustaría agregar que nos cuidemos del perfeccionismo. Hay una idea de tener cuerpos perfectos, de ser perfectos en la ganancia económica, perfectos en el amor, en la forma de moverse, de pensar. El perfeccionismo ilusorio va en contra de la manifestación y expresión emocional, porque tengo que disociar mis emociones para poder mostrar una imagen ideal. Ojalá podamos aprender que somos personas imperfectas, y que eso nos hace profundamente emocionales. Y que el gran recurso es poder sentir y pensar la vida desde lo que uno es.

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