Donde vive el asombro

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Por Fabiana Fondevila

Las plantas de las veredas tienen una historia más antigua que la nuestra. Los pájaros comunican sus noticias a viva voz. Los insectos horadan espacios para la vida. Las nubes dibujan la geografía del cielo y las estrellas hablan con el idioma de la luz. Nos rodea un mundo vivo y vibrante que apenas conocemos, y que rara vez sentimos como propio.

En un día cualquiera puede que conectemos con la naturaleza que nos rodea en algún instante azaroso. Quizás echemos una mirada rápida al cielo, admiremos la luna cuando traza un arabesco perfecto en la negrura o nos detengamos a admirar algún puesto de flores. En vacaciones nos permitimos vivir un amorío fugaz con el mar, el río, el silencio verde de la sierra. Pero si somos sinceros pensamos a la naturaleza más como un lugar para visitar que como propone el poeta naturalista Gary Snyder- como el único y verdadero hogar.

¿Qué es la naturaleza? Quizás convenga empezar con una definición por la vía negativa. La naturaleza no es:

> El paisaje lejano que espiamos por la ventanilla, camino a alguna parte. No es algo «ahí afuera», no es una idea ni un horizonte, no es un otro.

> No es la Tierra del Nunca Jamás (que les dio a Peter Pan y sus amigos el don de permanecer niños para siempre); no es bucólica ni perfecta. 

> No es cruel, sangrienta y del todo impredecible. No es un recurso diseñado a la medida de las necesidades humanas. En palabras del teólogo naturalista Thomas Berry: «El mundo no es una colección de objetos, sino una comunidad de sujetos».

> No es «lo único verdadero» mientras que todo lo creado por el ser humano es «falso» o «artificial».

No es sencillo dar una definición positiva, precisa y completa de una realidad tan amplia y fundante, pero quizás se aproxime decir que la naturaleza es la fuerza vital y primigenia que nos atraviesa a cada instante, la que nos anima y nos mantiene vivos. Somos naturaleza y lo somos todo el tiempo, sin importar cuán lejos o cuán cerca la percibamos en cada momento. Somos naturaleza, aunque nos encontremos encerrados entre muros de cemento, sin una ventana ni una estampilla de cielo a la vista. Y la lámpara, la cama, las pantuflas y hasta la computadora —dicen algunos autores— son “naturaleza secundaria”, porque no creamos nada si no es a partir de esa materia prima. 

¿Dónde reside la naturaleza en nosotros? Kathleen Dean Moore, docente de Filosofía Moral y Filosofía de la Naturaleza, lo dijo así en una conversación que compartimos acerca del concepto de «lo salvaje: «En la luz que calienta nuestra piel, en el aire que respiramos, en el agua que tomamos, en el hierro en nuestra sangre. Estamos hechos de tierra y la tierra está hecha de las estrellas. Creo que esto nos convierte en criaturas de la naturaleza».

¿Algo puede cercenarnos de este vínculo? «Nada puede suprimir lo salvaje en nosotros. Lo que sí puede perderse es la conciencia de ello. Y esta es una pérdida importante», sostiene Dean Moore.

Nada puede escindirnos del vínculo porque nuestros vínculos nos definen, incluso desde el punto de vista biológico. Así lo asevera David Haskell, profesor de Biología de la Universidad de Tennessee y autor de Las canciones de los árboles:

“Somos todos (árboles, humanos, insectos, pájaros, bacterias) pluralidades. La vida es una trama encarnada. Estos sistemas vivos no son lugares de unicidad benevolente. En vez, son lugares donde las tensiones ecológicas y evolutivas entre cooperación y conflicto son negociadas y resueltas. Estas luchas muchas veces terminan no en la evolución de individuos más fuertes y desconectados, sino en la disolución del individuo en el vínculo”.

Dado que la vida es trama, no existe una «naturaleza» o un «entorno» separado de los humanos —subraya Haskell—, ni somos los seres «caídos» de la naturaleza, como sugirieron poetas románticos como William Blake. «Nuestros cuerpos y nuestras mentes, ‘nuestra ciencia y nuestro arte’, son tan naturales y salvajes como lo fueron siempre», declara Haskell.

Así y todo, siendo hijos de la tierra y las estrellas, creamos una cultura ambiciosa que nos convenció de nuestra propia autonomía. Nos sentimos y actuamos como seres poderosos, superiores, autosuficientes. Nuestra interacción con el planeta se parece cada vez más a la de señores feudales con su señorío: le otorgamos migajas de nuestra atención y a cambio le pedimos todo.

Esta visión no solo está agotando las reservas del planeta, también nos está erosionando el alma. El vínculo entre la naturaleza y el alma está presente hasta en el lenguaje. El ya citado Bill Plotkin, guía de búsquedas de visión chamánicas, señala que «naturaleza» viene de natus, «ser nacido» o «nacer», y que la naturaleza de una cosa es «el principio dinámico que mantiene unida a una cosa y le da identidad». En otras palabras, es la esencia. «Dado que el alma humana es el núcleo esencial de nuestra naturaleza, entonces, cuando somos guiados por el alma, somos guiados por la naturaleza», dice Plotkin. ¿Hay algo que podamos hacer para enmendar este vínculo? ¿Estamos a tiempo de restablecer nuestro parentesco?

Mucho. Viviremos en casas de cemento, nos moveremos de un lado al otro en cajas de metal, pero el aroma de la tierra nos encuentra al fin donde vamos. Indica el poeta y granjero Wendell Berry: «La tierra bajo el césped sueña con un bosque joven, y bajo el pavimento la tierra sueña con céspeď. 

Podemos dar curso a ese anhelo, podemos volver a pertenecer. Veamos las maneras.

Fabiana Fondevila es escritora, oradora y facilitadora de talleres de auto-transformación, cuya propuesta principal es pasar “de la inspiración a la acción”. Este fragmento forma parte de Donde vide el asombro. Prácticas para cultivar lo sagrado en nuestra vida, un libro que busca ayudar a vivir con aprecio y gratitud los pequeños momentos de cada día. Más información en www.fabianafondevila.com

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