La flecha que apunta el camino del corazón

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Todo el tiempo, en la vida, llega el momento de tomar una decisión. Entonces pensamos, analizamos las distintas variables, y aunque todo puede indicar que conviene ir por un lado, algo (no sabemos bien qué), nos dice que mejor tomemos el otro camino. “Es una locura, no veo cuáles serían los beneficios, ¿qué sentido tiene ir por ahí?” nos preguntamos internamente. 

Pero la intuición no da razones, solo indica. 

“La intuición es una certeza, arroja una verdad inexorable, la verdad que está en la sabiduría interna. La tenemos como guía, nos muestra por dónde es el camino de la alegría y del aprendizaje. Nos orienta y no ejerce presión para ser escuchada. Solo hace su parte”, explica la mentora en desarrollo personal y profesional, Carito Romero Álvarez

Es un desafío conectar con la intuición, porque se trata de una fuerza invisible, abstracta y subjetiva; es una energía potente, sutil, que no hace alarde, ni habla a los gritos. Y muchas veces se ve tan opacada por la razón, que se vuelve difícil escucharla. 

“La cháchara mental bloquea las sensaciones que nacen desde las tripas y el corazón”, señala en su charla Ted la oradora motivacional Cameo Gore, quien considera que la intuición es nuestro superpoder, y la luz verde hacia nuestro destino. 

Quizás sentimos un impulso interno, el envión para hacer algo, pero enseguida desenrollamos la larga lista de pros y contras que hemos escrito meticulosamente en nuestra cabeza, y, al final, ahogamos ese ímpetu inicial; la “cháchara mental” termina por ganar la batalla. Según Gore, la causa de esto es el miedo. ¿Y de dónde viene ese miedo? De nuestro enemigo y mejor aliado: el ego.

El ego y la intuición: las dos voces que nos habitan

¿Cuántas voces internas tenemos? Parecen miles, pero según la coach Leticia Arévalo, en realidad se reducen a dos: la de nuestro ego y la de nuestra intuición

En el capítulo “Intuición”, de su podcast “Mientras respires, estás a tiempo”, disponible en la plataforma Spotify, Arévalo explica que ambas voces son necesarias y constitutivas del ser humano, y que el gran desafío consiste en encontrar el equilibrio entre ambas. ¿Cómo? Aprendiendo a reconocer a cada una y hacerla consciente. 

El ego, explica Arévalo, busca nuestra supervivencia: trata de evitar riesgos y mantenernos dentro de los límites que considera seguros. Busca siempre tener el control, y a la hora de tomar decisiones se basa en análisis complejos, tomando en cuenta los riesgos y beneficios de cada situación y las posibles amenazas, siguiendo una lógica de tipo competitiva con el entorno. “El ego es como un padre o madre que sobreprotege, que te convence de que es mejor no arriesgarse, y se maneja desde el miedo. Está influenciado por nuestra crianza y las creencias externas. Vive con miedo al rechazo, al abandono. Su función es mantenernos protegidos”. 

En cambio la intuición se basa en una seguridad que no cuenta con argumentos racionales ni justificaciones que tengan sentido. Su energía está más asociada a la gratitud, el deseo y la presencia, y solo nos responde que “sí, porque sí”. Es un tipo de respuesta más inmediata e instintiva, que busca nuestro crecimiento y evolución.

Es habitual que dudemos de nuestra intuición. Muchas veces sentimos esas “corazonadas” y las descartamos por falta de argumentos lógicos que las avalen. Al fin y al cabo, pensamos que no es más que una sensación y la desmerecemos. Pero esas sensaciones (que pueden manifestarse como piel de gallina, tensión muscular, un cosquilleo en el estómago, un rapto de inspiración, una expansión del pecho o la sensación de bienestar), a menudo nos están tratando de indicar cuál es el camino de nuestra alma y cómo la intuición quiere que le prestemos atención, volviendo a hacerse ver una y otra vez, hasta que estemos listos para abrirnos y escucharla y salir de donde estamos.

“La intuición es nuestra alma hablando. Cuando el alma habla y atendemos, logramos un equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos y ¡la paz y la dicha están garantizados!”, asegura Álvarez Romero.

Aunque varios expertos coinciden en que a veces la intuición se equivoca, también aseguran que son muchas más las veces en que acierta. Para Álvarez Romero, en cambio, no erra nunca. “Desde mi punto de vista y sistemas de creencias, jamás se equivoca. Lo que sucede es que el ser humano espera resultados concretos y lo que considera mejor según el pensamiento racional, que no siempre está alineado con la intuición”, explica.

De cualquier modo, siempre, o casi siempre, seguir la intuición es un camino recomendado, ya que es la flecha que señala el norte hacia nuestra máxima expresión y autenticidad.

¿Por qué es tan difícil reconocer la voz de la intuición? 

Albert Einstein dijo que la mente intuitiva era un don sagrado, y la mente racional su fiel servidor. ¿Qué pasó, entonces, que parece que la ecuación actual fuera al revés? 

En su charla “Accediendo a la intuición como herramienta: tu sistema de guía interna”, la mentora en liderazgo regenerativo, Jannine Barron, comparte tres pistas históricas:

Primero, nos hace viajar al año 4000 a.C., cuando Sócrates y Platón discutían la existencia del alma, generando una batalla entre la emoción y la lógica. La que predominó, observa Barron, fue la lógica, y la Humanidad se dedicó a construir una sociedad basada en el progreso tecnológico e industrial, alejándose de su dimensión más espiritual e intuitiva. 

Por otro lado, bajo una organización mundial de tipo patriarcal, la intuición, asociada al mundo femenino, fue dejada de lado. Las percepciones sutiles, las “corazonadas” y los presentimientos, no obtuvieron validez ni fueron tomadas en serio. 

Por último, Barron señala que al distanciarnos cada vez más de la naturaleza y desconectarnos del entorno natural, fuimos perdiendo también la conexión con nosotros mismos. Esa fuente de vida, de quietud y de calma, se volvió algo ajeno, lejano, que buscamos controlar y explotar para nuestro beneficio material, olvidando su valor más profundo. 

La gran pregunta, entonces, es ¿cómo podemos darle lugar a esa voz interna —en un mundo que se mueve más veloz que nunca en toda su historia, donde nos encontramos sobrecargados de estímulos, y nos sentimos agobiados por nuestra propia discursividad mental—, que nos habla como un susurro?

Empezar a escuchar más a nuestra voz interior

Para Barron, no todo está perdido: podemos entrenarnos en escuchar nuestra intuición, empezar a reconocerla y darle lugar. Algunos de los caminos que ella propone son el yoga, la meditación y el contacto con la naturaleza, como maneras para empezar a bajar el volumen del ruido mental.

Romero Álvarez sugiere generar espacios internos de silencio de forma práctica, antes de tomar una decisión. “Una manera, es hacernos preguntas sencillas… Por ejemplo: ¿quiero comer esto? y dejar que esa pregunta se asiente en silencio. La respuesta es sencilla, sí o no, y podés experimentarla en el cuerpo. A medida que vayas reconociendo esa voz, se puede complejizar la pregunta”, dice.

Empezar a prestar atención a las sensaciones de nuestro cuerpo, es otra manera. Podemos imaginar que tomamos determinada decisión y registrar qué nos produce. ¿Hay alivio, bienestar y paz? O, por el contrario, ¿sentimos que se nos cierra el estómago, el pecho? Al ejercitar la práctica de reconocer nuestras sensaciones, podremos distinguir cada vez más qué nos quieren decir, ya que para diferentes personas, las mismas respuestas fisiológicas pueden significar cosas distintas.

Y sobre todo: buscar el equilibrio. 

“La intuición te da alas, porque quiere que sientas lo que es volar. (…) Pero tampoco es posible vivir en las alturas, porque te perderías un montón de cosas que pasan acá, en la tierra”, reflexiona Arévalo.

La invitación, a fin de cuentas, es a buscar ese balance único y propio entre la voz más cauta y la más impulsiva, para reconocer, desde nuestro ser más genuino, la decisión que nos guiará en nuestra evolución.

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