Aceptar y adaptarse, un camino hacia el bienestar

Aceptar y adaptarse, un camino hacia el bienestar

Desde que el hombre habita la Tierra se encontró con los cambios de la naturaleza a su alrededor. 

Las estaciones del año y, por ende, sus distintas temperaturas, con las consecuencias de ríos pequeños y ríos caudalosos, producto de las lluvias.

Praderas verdes o praderas cubiertas de nieve; lagos navegables y susceptibles de ser nadados o lagos helados, con capas de hielo de distinto espesor. 

La flora que cambiaba a medida que la temperatura también lo hacía. 

La fauna que se mostraba libre y sin límites, o se acurrucaba en cuevas buscando calor, a la espera de que pasen los fríos. 

Las plantas que enseñaban sus hojas caducas o perennes. Los frutos que, a su vez, se desarrollaban según la lejanía entre el sol y la Tierra.

El hombre tuvo que adaptarse a esos cambios, adquirir ciertos grados de flexibilidad para poder sobrevivir a los diferentes climas. Debió aprender de ellos para ser previsor y, a su vez, tuvo que ir generando cambios en su manera de vivir.

Ese es el punto de partida, el principio de lo que hoy se conoce como “flexibilidad”.

Así fue advirtiendo que todo ser que vive posee movimiento y todo ser que deja de vivir adquiere rigidez. 

Lo vivo se encuentra en permanente cambio; lo muerto está quieto, estático.

Afortunadamente, el ser humano contó con la “respuesta emocional”, que se convirtió en la herramienta de ayuda perfecta para protegerse del frío en invierno, del calor en el verano, de la sequía o de los aluviones producto de deshielos.

A su vez, cuidarse de las fieras de peligro también fue obra de percibir claramente sus emociones: se cuidó de ser atacado y transitó, en todo lo que pudo, por lugares que evitaban el encuentro con los animales que podían poner en peligro su integridad física. Pero luego se fue acercando, y comenzó a criar aquellos que le podían proveer acompañamiento, comida, cuero, etc.

Desde el nacimiento hasta la muerte, la vida del hombre requiere un proceso continuo destinado a ampliar permanentemente su capacidad de ser flexible.

Así nacieron los inventos que el ser humano empezó a desarrollar y, para eso, tuvo que incorporar conocimientos a fin de poder hacer uso de esos nuevos avances y acceder a su comprensión.

La modernidad y las postmodernidad y esta nueva era techie, en la que la velocidad de los avances se torna difícil de seguir, continuaron con el impulso de ampliar los grados de respuesta para adaptarse al cambio permanente a un ritmo cada vez mayor.

Desde ya que la denominada Inteligencia Artificial le ha dado un gigantesco impulso al desarrollo tecnológico, una realidad que nos somete como especie a una nueva barrera, a la que no sabemos aún si podremos sortear y hasta comprender.

Nos atemoriza y nos agrega incertidumbre: no sabemos, en realidad, hacia dónde vamos como raza humana. Se nos compele a agregar otro grado de conocimiento y a su vez a encontrar respuestas cada vez más flexibles.

Los comportamientos de los seres humanos —tan libres como imprevisibles a su vez en lo individual y grupal— hacen que su comprensión nuevamente nos sitúe delante de la misma primigenia disyuntiva: ¿estaré preparado para responder al cambio permanente y continuo de lo humano y de lo técnico?

A fines del siglo XIX el hombre empezó a estudiar su mente, cosa que no había ocurrido antes.

A partir de allí,comenzaron a sumarse grandes estudiosos, médicos y científicos, intentando describir los comportamientos psicológicos, buscando lograr el conocimiento de por qué el hombre actúa de tal o cual manera ante diferentes circunstancias y hechos.

Así fueron apareciendo numerosas corrientes que abordaban el tema desde distintos ámbitos y de diversas maneras.

Se empezaron a conocer los criterios para definir la salud y la enfermedad, y nunca se detuvieron las maneras de ir actualizándolos para que los enfoques sean siempre modernos y actuales.

Acá podemos hacer un stop y colocar un mojón.

La salud está asociada a la flexibilidad y la adaptabilidad a todo lo ocurre a nuestro alrededor, y la enfermedad a la rigidez y a la dificultad de reaccionar distinto ante situaciones distintas.

El estar quieto, inflexible, es algo más cercano al padecimiento, tanto que si la dolencia avanza y llega a la detención de la vida, entonces advertimos con facilidad que la muerte es absoluta rigidez.

Cuanto más flexible es el hombre, tanto en su pensamiento como en su acción, más cerca estará de ser una persona sana, y no solo eso, sino que podemos afirmar que también podrá acceder a ser una persona que sienta bienestar por vivir y pueda percibirse como un ser feliz.

Por el contrario, la dificultad para adaptarse a las acciones de los otros, para poder elegir los pensamientos o para comprender y acompañar los cambios, generará un malestar y, asimismo, también grados importantes de infelicidad, al no hallarse cómodo ante un ambiente en continua transformación.

Acá podemos hacer un nuevo stop, un nuevo mojón, para manifestar cuál es la razón que separa a una persona flexible de una no flexible; qué es lo que diferencia a una persona rígida de otra que no lo es.

Todos los caminos conducen al famoso “conócete a ti mismo”.

La tarea más importante del ser humano, desde que nace hasta que muere, es la de conocerse cada día un poco más.

En la medida que me conozca, podrá comprender y acceder a mayores grados de cambio, pues estaré en conocimiento y aceptación de lo que puede estar por ocurrir, o de la posibilidad de que otro ser humano cambie de forma de actuar y de pensar.

Aun caminando velozmente por esta reflexión, podemos sumar otro concepto.

Esto es: lucho y me quejo por lo que no me gusta, y por lo tanto adquiero un sentir de malestar o, por el contrario, busco todas las manera de aceptar los hechos tal como son, los comportamientos y pensamientos de los otros tal como son, y me adapto, o tomo decisiones, pero no elijo quedarme en la queja o en la lucha.

Obviamente, el grado de desarrollo personal y de madurez marcará la diferencia entre una y otra postura, entendiendo desde ya que podrá haber infinitas posiciones intermedias, con distintos grados de rigidez o de flexibilidad.

No está ni mal ni bien ser elástico o rígido, ni está ni mal ni bien ser estático o dinámico.

Lo que debemos tener claro es que mientras un camino me conduce hacia el malestar, el otro me lleva al bienestar.

El trabajo personal —que es necesariamente difícil, pero fructífero— es lo que marcará la diferencia.

Podés seguir a Guillermo García Arias en sus redes sociales @crisiscomplejas | @garciaariasguillermo

La vida es eso que pasa cuando no pensamos

La vida es eso que pasa cuando no pensamos

En 1637, el gran pensador René Descartes esbozó en su Discurso del Método el planteamiento filosófico en latín “Cogito ergo sum” (en español “Pienso entonces soy”), lo que quiere decir que “Pienso luego existo”, un concepto que sentó las bases para el racionalismo occidental. 

Según esta idea, el pensar me allana el camino a la existencia.

El pensar es una prueba de la preexistencia del Ser.

Por lo tanto, para existir hay que pensar.

La razón, lo racional —el camino del pensamiento, del intelecto— era la base de la existencia, según el gran filósofo holandés.

El funcionamiento cerebral era visto, desde esta mirada, como el sostén; la plataforma de la existencia misma.

Era preciso pensar, razonar, atravesar las ideas por el centro del intelecto. Y desde allí fue surgiendo una inmensa rama del pensamiento, que apuntaba a la razón.

La razón estaba por sobre todo lo demás del hombre; el hombre tenía que dedicarse a pensar y luego, y como consecuencia, existir.

En aquella época el órgano por excelencia era el cerebro, como torre de control absoluto de la vida.

Sin embargo, desde que tenemos memoria, en Oriente, en cambio, la base de la vida era otro aspecto muy diferente, que era el sentimiento.

Podríamos resumir esa filosofía como “Sentimos entonces existimos”.

Es que la Vida es eso que pasa cuando no pensamos, cuando las horas transcurren sin darnos cuenta, cuando miramos el reloj y nos asombramos porque nos encontramos enfrascados en algo que nos interesa mucho.

Una idea o un proyecto que estamos desarrollando, dejándonos llevar por el sentimiento imperante.

El enamoramiento por otra persona, otro ejemplo de cómo perdemos la noción de la hora, la dimensión del paso del tiempo.

Todo Oriente está sostenido en su funcionamiento por el Sentir.

Con el tiempo, en la década del 30 y el 40 del siglo XX, el Sentir y el Pensar empezaron a confluir con el florecimiento de la Filosofía Humanística. 

Muchos grandes pensadores, filósofos, médicos y psicólogos, simultáneamente en Europa y Estados Unidos, advirtieron que lo racional no alcanzaba para describir al hombre, puesto que el hombre también sentía. 

El dolor de los campos de batalla, el dolor de las pérdidas, la falta del sentido para vivir, la carencia de propósito…

Fue también otro filósofo holandés del siglo XVII, Baruch Spinoza, quien dio nacimiento a esta conjunción Sentir-Pensar, Pensar-Sentir, cuando afirmó que “El cuerpo cura a la mente y la mente cura al cuerpo”, allá por 1650.

Más avanzado el siglo XX se empezó a descubrir, a través de la ciencia, que el corazón y el intestino tienen células que se comportan como neuronas y comenzaron a hablar del segundo y tercer cerebro.

De hecho, hay algunos científicos que afirman que, en realidad, vamos a encontrar neuronas en todos los órganos del cuerpo.

Por lo tanto, era verdad lo que había dicho Spinoza trescientos años atrás: la mente está distribuida en el cuerpo y no ya solo en el cerebro.

Hoy es muy difícil o imposible separar la mente del cuerpo y el cuerpo de la mente.

Eugene Gendlin, un gran pensador y filósofo estadounidense que fue discípulo de Carl Rogers, uno de los psicólogos que constituyeron la Psicología Humanista, afirmó que “el cuerpo es el inconsciente y posee todas las respuestas que necesitamos”. 

El cuerpo tiene registrado todo lo que ha pasado por nuestra vida, y lo que decimos es que ese inconsciente es el cuerpo.

El inconsciente se manifiesta siempre a través de algún efecto corporal; algo en el cuerpo me da cuenta de algo que está pasando en la mente, y cómo la mente también es el cuerpo: hay un correlato inmediato y un todo que se manifiesta simultáneamente.

Nos dice la Real Academia Española que la intuición es una facultad para comprender instantáneamente sin necesidad del razonamiento.

Es un sexto sentido que es bien sentido, ya que es una percepción extremadamente personal sobre algo que va a ocurrir de una manera que yo intuyo, y no de otra, y a la que responderé de una u otra forma.

Porque, en realidad, la intuición está basada en la capacidad de percibir y de sentir de cada uno de los seres humanos. 

Sin embargo, no todas las personas se manifiestan intuitivas: algunos lo son mucho, otros menos, y otros nada.

La Vida nos va enseñando que con el tiempo y la experiencia, con los kilómetros existenciales recorridos, lo que antes mencionamos como intuición ya pasa a ser una parte de nuestra seguridad y confianza ante la toma de decisiones.

Sin avisar nos aparece una sutil sensación a la que llamamos intuición, que nos sugiere tomar este camino o aquel, o que nos anticipa cómo actuará una persona.

A medida que recorremos el sendero de la vida, esta sensación pasa a constituirnos, a ser parte de nosotros.

Es una intuición que sabe

Es una sensación que afirma y que sostiene, y que luego los acontecimientos refrendan una y otra vez.

También se le suele llamar presentimiento, corazonada, pálpito, instinto, visión, etc.

Y está muy bien, porque en verdad un presentimiento sería un sentimiento previo al sentimiento en sí: la intuición se anticipa al razonamiento y al pensamiento.

Es muy interesante cómo cada una de las distintas acepciones de la intuición nos va dando más información.

Cuando hablamos de corazonada, por ejemplo, se expresa que es el corazón el que interviene claramente en la vida.

Lo hace desde su cerebro incorporado al corazón, desde las neuronas del corazón.

A medida que avanza la investigación, advertimos cómo todo está entrelazado y se hace más difícil cualquier diferencia entre mente y cuerpo.

Desde Candance Pert, la científica canadienese que en su gran libro Las Moléculas de las Emociones afirma que no hay afección física del cuerpo que no tenga una connotación emocional, hasta los que vinieron después, como el Dr. Janos Selye, el Dr Soma Weiss, el Dr. Bruce McEwen, el Dr Gabor Mate, y tantos otros, que le dan un lugar central al tránsito emocional en las afecciones del soma.

Como señalamos antes,  también se lo menciona como pálpito, visión, olfato, y todo apunta a algo previo al sentimiento o a la razón.

Como si fuera un don al que acceden muchos hombres y mujeres, y que deambula por una zona tal vez no del todo explorada del sistema biopsicosocial, y que ocupa un lugar destacado en el transitar del hombre en este mundo.

Personas que no arrastran los pies

Personas que no arrastran los pies

Intentar. Este verbo muy utilizado por el ser humano desde siempre, en verdad ha ido mutando hasta ingresar a un giro por demás interesante, que tiene que ver con la posibilidad de que nos acerquemos a la congruencia y nos alejemos del suponer, de generar en nuestra mente ideas que no se ajustan a la realidad. 

Y con esto me refiero a esos pensamientos que no se adaptan a los hechos concretos de nuestras vidas.

En realidad, muchas de las veces en que los hombres esgrimimos “lo estoy intentando”, lo que hacemos es solo expresar un pensamiento que está bien lejos de la acción. Respondemos refiriéndonos a ese supuesto intento y, en realidad, lo que estamos haciendo es solo pensar en un tema determinado.

Aquellos que nos sentimos cómodos en el segmento de la acción, percibimos claramente la diferencia —absolutamente clara— de hacerlo o de intentarlo. Puedo agregar acá la frase que dice “lo estoy haciendo”, que se suma al gran barril de lo no concreto, de lo vacuo, de la ilusión.

Porque para los que buceamos muy confortablemente en el terreno de lo concreto, el “lo estoy haciendo” o “lo estoy intentando” no significa nada. Pero nada de nada. Ahora bien: si estoy empujando una mesa pesada mientras manifiesto que estoy empujando la mesa, o estoy intentando mover la mesa al hacerlo, la acción sumada a mis palabras sí encuentra su grado de asertividad.

Entonces, si en el preciso instante en que lo digo las personas que me miran se dan cuenta de que mi cuerpo está en una actitud y en una puja física de concretar eso que manifiesto, nos encontramos en presencia de una circunstancia de congruencia.

Por supuesto que, si estoy enfrascado en resolver un problema, buscando en la computadora y tratando de encontrar la manera de resolverlo, puedo aseverar que el verbo intentar se acerca a una realidad. Pero debemos separar el verbo o concepto “intentar” en dos grandes grupos.

El primero de esos grupos sería ese gigantesco lugar en el cual se colocan las intenciones. A muchas de las personas con las que interactuamos, cuando les preguntamos acerca de algo que suponemos que deben terminar de hacer, nos dicen: “Estoy intentando… estoy tratando de terminarlo”. Y es ahí donde se aglomeran infinidad de excusas y justificaciones.

En el terreno de la empresa, de la organización, por lo general, a los que somos ejecutores o actores principales de la acción, nos satisface una respuesta como la siguiente: “El viernes próximo está listo”, o bien: “Para el día 3 del mes que viene te lo entrego”. Ese sí es un lenguaje que suena a concreción, y que resulta claro y asertivo.

Sin darme cuenta, ya me metí en el segundo grupo, que está compuesto por las personas que no utilizan la procrastinación, la demora. Gente que no arrastra los pies.

Es interesante consignar, también, que las grandes empresas que por fin llegaron a la concreción, antes pasaron por una etapa de intentos que pudo haber sido muy larga. Por ejemplo, aquellos que cruzaron a nado el Canal de la Mancha, lo lograron luego de muchas pruebas, en las cuales los intentos anteriores se malograron por alguna razón. Pero si sus intentos fueron puestos en práctica, en lo concreto, y no alcanzaron el objetivo, igual dieron pie a seguir intentando.

Thomas Alva Edison manifestó que antes de lograr que se mantuviera en ignición el fragmento de tungsteno dentro del vacío de una ampolla de vidrio, dando lugar a la luz eléctrica, realizó como un millón de pruebas o de intentos que resultaron fallidos. De tal suerte, que podemos seguir desgranando innumerables situaciones en las cuales se logra advertir si los intentos fueron reales acciones fallidas, o simplemente enunciados de intención carentes de acción.

Intentar nos habla de tratar de hacer haciendo; de probar, de testear.

Un atleta con su garrocha va haciendo saltos continuados hasta lograr superar una cierta altura; por lo tanto realiza varios intentos en pos de lograr su meta, aunque no lo consiga esta ni la próxima vez.  

Es por eso que, en el terreno de intentarlo, siempre hay variantes. Algunas se quedan ancladas en la mente, pero otras en la implicación de una acción que va acercándose paulatinamente a un objetivo.

Hay situaciones en las que, ante una emergencia o un accidente, el personal de bomberos hace varios intentos por rescatar a algún damnificado hasta que lo logra o, cuando la situación lo supera, cesa en el mencionado intento. Son casos, como tantos, en los cuales los seres humanos prueban varias veces tratando de lograr algo, pero no solo pensándolo, sino poniéndose en movimiento.

El intento puede ser concreto, real, asociado a una acción manifiesta, o puede quedar simplemente en una intención que permanece en la mente, y se esgrime como excusa. 

La prudencia y la preservación de la salud física nos lleva a hacer pruebas o intentos previos a un momento crítico, o a reaccionar ante un gran peligro. Y también nos informa que no se tiene la certeza de lograr ese algo que se quiere, porque cada intento tiene adosada la incertidumbre de lograr (o no) lo que se pretende.

Si estoy completamente seguro, manifestaré: “Lo voy a hacer hoy, a determinada hora” o “mañana emprenderé una acción para obtener tal otra”.

El hecho de decir que lo voy a intentar significa, en algunas ocasiones, que no soy portador de la seguridad necesaria para esgrimir que lo voy a concretar. Porque intentar es casi un sinónimo de probar, de chequear o de chequearme a mí mismo, refiriendo algo de lo que no estoy seguro de lograr si no lo intento o lo pruebo antes, como una condición necesaria para hacerlo realidad.

En definitiva, esto fue solo un intento de escribir sobre intentar. Y espero haberlo concretado.