La flecha que apunta el camino del corazón

La flecha que apunta el camino del corazón

Todo el tiempo, en la vida, llega el momento de tomar una decisión. Entonces pensamos, analizamos las distintas variables, y aunque todo puede indicar que conviene ir por un lado, algo (no sabemos bien qué), nos dice que mejor tomemos el otro camino. “Es una locura, no veo cuáles serían los beneficios, ¿qué sentido tiene ir por ahí?” nos preguntamos internamente. 

Pero la intuición no da razones, solo indica. 

“La intuición es una certeza, arroja una verdad inexorable, la verdad que está en la sabiduría interna. La tenemos como guía, nos muestra por dónde es el camino de la alegría y del aprendizaje. Nos orienta y no ejerce presión para ser escuchada. Solo hace su parte”, explica la mentora en desarrollo personal y profesional, Carito Romero Álvarez

Es un desafío conectar con la intuición, porque se trata de una fuerza invisible, abstracta y subjetiva; es una energía potente, sutil, que no hace alarde, ni habla a los gritos. Y muchas veces se ve tan opacada por la razón, que se vuelve difícil escucharla. 

“La cháchara mental bloquea las sensaciones que nacen desde las tripas y el corazón”, señala en su charla Ted la oradora motivacional Cameo Gore, quien considera que la intuición es nuestro superpoder, y la luz verde hacia nuestro destino. 

Quizás sentimos un impulso interno, el envión para hacer algo, pero enseguida desenrollamos la larga lista de pros y contras que hemos escrito meticulosamente en nuestra cabeza, y, al final, ahogamos ese ímpetu inicial; la “cháchara mental” termina por ganar la batalla. Según Gore, la causa de esto es el miedo. ¿Y de dónde viene ese miedo? De nuestro enemigo y mejor aliado: el ego.

El ego y la intuición: las dos voces que nos habitan

¿Cuántas voces internas tenemos? Parecen miles, pero según la coach Leticia Arévalo, en realidad se reducen a dos: la de nuestro ego y la de nuestra intuición

En el capítulo “Intuición”, de su podcast “Mientras respires, estás a tiempo”, disponible en la plataforma Spotify, Arévalo explica que ambas voces son necesarias y constitutivas del ser humano, y que el gran desafío consiste en encontrar el equilibrio entre ambas. ¿Cómo? Aprendiendo a reconocer a cada una y hacerla consciente. 

El ego, explica Arévalo, busca nuestra supervivencia: trata de evitar riesgos y mantenernos dentro de los límites que considera seguros. Busca siempre tener el control, y a la hora de tomar decisiones se basa en análisis complejos, tomando en cuenta los riesgos y beneficios de cada situación y las posibles amenazas, siguiendo una lógica de tipo competitiva con el entorno. “El ego es como un padre o madre que sobreprotege, que te convence de que es mejor no arriesgarse, y se maneja desde el miedo. Está influenciado por nuestra crianza y las creencias externas. Vive con miedo al rechazo, al abandono. Su función es mantenernos protegidos”. 

En cambio la intuición se basa en una seguridad que no cuenta con argumentos racionales ni justificaciones que tengan sentido. Su energía está más asociada a la gratitud, el deseo y la presencia, y solo nos responde que “sí, porque sí”. Es un tipo de respuesta más inmediata e instintiva, que busca nuestro crecimiento y evolución.

Es habitual que dudemos de nuestra intuición. Muchas veces sentimos esas “corazonadas” y las descartamos por falta de argumentos lógicos que las avalen. Al fin y al cabo, pensamos que no es más que una sensación y la desmerecemos. Pero esas sensaciones (que pueden manifestarse como piel de gallina, tensión muscular, un cosquilleo en el estómago, un rapto de inspiración, una expansión del pecho o la sensación de bienestar), a menudo nos están tratando de indicar cuál es el camino de nuestra alma y cómo la intuición quiere que le prestemos atención, volviendo a hacerse ver una y otra vez, hasta que estemos listos para abrirnos y escucharla y salir de donde estamos.

“La intuición es nuestra alma hablando. Cuando el alma habla y atendemos, logramos un equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos y ¡la paz y la dicha están garantizados!”, asegura Álvarez Romero.

Aunque varios expertos coinciden en que a veces la intuición se equivoca, también aseguran que son muchas más las veces en que acierta. Para Álvarez Romero, en cambio, no erra nunca. “Desde mi punto de vista y sistemas de creencias, jamás se equivoca. Lo que sucede es que el ser humano espera resultados concretos y lo que considera mejor según el pensamiento racional, que no siempre está alineado con la intuición”, explica.

De cualquier modo, siempre, o casi siempre, seguir la intuición es un camino recomendado, ya que es la flecha que señala el norte hacia nuestra máxima expresión y autenticidad.

¿Por qué es tan difícil reconocer la voz de la intuición? 

Albert Einstein dijo que la mente intuitiva era un don sagrado, y la mente racional su fiel servidor. ¿Qué pasó, entonces, que parece que la ecuación actual fuera al revés? 

En su charla “Accediendo a la intuición como herramienta: tu sistema de guía interna”, la mentora en liderazgo regenerativo, Jannine Barron, comparte tres pistas históricas:

Primero, nos hace viajar al año 4000 a.C., cuando Sócrates y Platón discutían la existencia del alma, generando una batalla entre la emoción y la lógica. La que predominó, observa Barron, fue la lógica, y la Humanidad se dedicó a construir una sociedad basada en el progreso tecnológico e industrial, alejándose de su dimensión más espiritual e intuitiva. 

Por otro lado, bajo una organización mundial de tipo patriarcal, la intuición, asociada al mundo femenino, fue dejada de lado. Las percepciones sutiles, las “corazonadas” y los presentimientos, no obtuvieron validez ni fueron tomadas en serio. 

Por último, Barron señala que al distanciarnos cada vez más de la naturaleza y desconectarnos del entorno natural, fuimos perdiendo también la conexión con nosotros mismos. Esa fuente de vida, de quietud y de calma, se volvió algo ajeno, lejano, que buscamos controlar y explotar para nuestro beneficio material, olvidando su valor más profundo. 

La gran pregunta, entonces, es ¿cómo podemos darle lugar a esa voz interna —en un mundo que se mueve más veloz que nunca en toda su historia, donde nos encontramos sobrecargados de estímulos, y nos sentimos agobiados por nuestra propia discursividad mental—, que nos habla como un susurro?

Empezar a escuchar más a nuestra voz interior

Para Barron, no todo está perdido: podemos entrenarnos en escuchar nuestra intuición, empezar a reconocerla y darle lugar. Algunos de los caminos que ella propone son el yoga, la meditación y el contacto con la naturaleza, como maneras para empezar a bajar el volumen del ruido mental.

Romero Álvarez sugiere generar espacios internos de silencio de forma práctica, antes de tomar una decisión. “Una manera, es hacernos preguntas sencillas… Por ejemplo: ¿quiero comer esto? y dejar que esa pregunta se asiente en silencio. La respuesta es sencilla, sí o no, y podés experimentarla en el cuerpo. A medida que vayas reconociendo esa voz, se puede complejizar la pregunta”, dice.

Empezar a prestar atención a las sensaciones de nuestro cuerpo, es otra manera. Podemos imaginar que tomamos determinada decisión y registrar qué nos produce. ¿Hay alivio, bienestar y paz? O, por el contrario, ¿sentimos que se nos cierra el estómago, el pecho? Al ejercitar la práctica de reconocer nuestras sensaciones, podremos distinguir cada vez más qué nos quieren decir, ya que para diferentes personas, las mismas respuestas fisiológicas pueden significar cosas distintas.

Y sobre todo: buscar el equilibrio. 

“La intuición te da alas, porque quiere que sientas lo que es volar. (…) Pero tampoco es posible vivir en las alturas, porque te perderías un montón de cosas que pasan acá, en la tierra”, reflexiona Arévalo.

La invitación, a fin de cuentas, es a buscar ese balance único y propio entre la voz más cauta y la más impulsiva, para reconocer, desde nuestro ser más genuino, la decisión que nos guiará en nuestra evolución.

Elisa Chapado: «Debemos volver a escuchar los verdaderos deseos del cuerpo y el alma»

Elisa Chapado: «Debemos volver a escuchar los verdaderos deseos del cuerpo y el alma»

“La alimentación intuitiva es poner la alimentación (incluyendo hábitos, rituales y prácticas holísticas), a favor de nuestras necesidades físicas, mentales, emocionales, espirituales y energéticas, momento a momento”, dice Elisa Chapado, nutricionista, coach ontológica, profesora de yoga, e instructora del método Heart Breath™. Y para despertar todo lo maravilloso que hay dentro nuestro, nos propone reconectar con la abundancia del cuerpo, la sabiduría de la ciclicidad y la medicina del alimento.

–Elisa, ¿cómo definirías a la intuición?

–Siento que es la conexión con la sabiduría innata que tenemos por el simple hecho de vivir esta experiencia humana. Es algo que nos pertenece, y que surge como resultado de la unión de todos nuestros cuerpos: físico, mental, emocional, espiritual y energético.

–¿Qué punto de encuentro hay entre la intuición y la alimentación?

–Nacemos siendo comedores intuitivos. Tenemos el instinto de acercarnos al pecho de nuestra madre, como primer impulso para recibir el alimento y mantenernos con vida. Así sucede a lo largo de toda la vida: comer es nuestro medio para estar en ella. El cuerpo sabe por naturaleza qué alimentos necesitamos momento a momento: los que son más nutritivos, los que dan soporte al hígado y a los intestinos, incluso lo que nos pide cuando sentimos sed. Pero debemos escucharnos con atención.

–¿Qué necesita el cuerpo para conectarse con su intuición?

–La intuición nos pide regulación. A un cuerpo que no se encuentre en estado de calma y relajación (al menos en ciertos momentos del día), le es prácticamente imposible escuchar su intuición. Justamente para esto, es necesario hablar su lenguaje sutil. Un lenguaje que nos invita a la suavidad, a estar en la naturaleza, a comer todo el alimento medicina de la tierra, las frutas, las plantas. Un lenguaje que nos invita al sentir, en todos sus matices, confiando en que cada emoción es pura información.

–¿Qué espacios/rutinas/hábitos pueden ayudarnos?  

–Los espacios de acercamiento a nuestra intuición pueden ser variados y van a ir dependiendo de la experiencia propia de la persona a lo largo de su vida. Una práctica muy hermosa para mí, es empezar a “romantizar cada momento de la comida”.

–¿Cómo sería?

–Como mujeres aprendimos que el alimento era una fuente de control, un enemigo al cual había que mantener controlado con esfuerzo para que no nos modificara el cuerpo. Aprendimos a odiar nuestro cuerpo, a reprimir sus emociones y a sacarnos el placer (sobre todo el placer de habitarlo y el placer de alimentarlo). Alimentarnos con romance, con amor, con alegría, es una forma de RECIBIR a la intuición, de recibir energía, nutrientes, seguridad, amor. Romantizar nuestra alimentación nos reconecta, nos despierta, nos devuelve a casa, nos sana, nos regula, nos alimenta. Es un largo camino, pero sin dudas vale la vida. 

–¿Qué pasa en el caso de los atracones, por ejemplo? Pienso que el “seguir nuestra intuición” puede llevarnos a “comer todo” sin registro. ¿Cómo es acá?

–En realidad, en estos casos no sería la intuición la que nos guía, sino mecanismos adaptativos creados para “gestionar” la emoción de alguna manera. El cuerpo siempre quiere protegernos (aunque muchas veces esos mecanismos no nos hagan bien a largo plazo). Los atracones tienen una inteligencia muy maravillosa: son mecanismos de protección, por lo que cuando aparecen necesitamos llegar a la raíz de esa conducta para transformarla. Recién ahí podremos volver a reconectar con nuestra intuición y escuchar los verdaderos deseos del cuerpo y del alma.

–¿Por qué los atracones son mecanismos de protección? ¿De qué nos protegemos?

–Porque quizás fue la forma que encontró el cuerpo para relajarse cuando sentir lo que había que sentir era muy intenso y desafiante. El atracón viene a convertirse en una especie de anestesia para no sentir. Aunque también puede deberse a un déficit de nutrientes en la alimentación, así como también a otras cuestiones psico-emocionales. Pero muchas veces es nuestra vía de escape, una protección por no tener el espacio seguro para sentir. Y en él está sumamente involucrado el sistema nervioso.

–¿Y por qué “nos la agarramos” con la comida?

–Sucede con la comida porque es uno de los primeros medios de gestión emocional que tenemos cuando somos niños. Ante cualquier emoción/sensación/acción había una comida que calmaba. ¿A quién no le dieron comida después de haberse caído de la bicicleta o después de ir al dentista?

–Muchas veces pensamos que lo mejor es “no escucharnos”, porque nuestra estructura mental puede llevarnos a tomar malas decisiones en cuanto a la alimentación. ¿Cómo lo ves acá?

El tema de los trastornos alimentarios, al igual que la ansiedad, es complejo y requiere ser tratado con suavidad, amor y paciencia. Entran en juego muchos mecanismos: desde el sistema nervioso, el trauma corporal, la exigencia, el perfeccionismo, la no escucha. Una vez más, tengo la certeza de que nos fuimos alejando de la intuición y de nuestra propia soberanía, crecimos creyendo que era mejor no escucharnos, y que otra voz tenía más poder sobre lo que deberíamos ser/hacer (en vez de sentir lo que el cuerpo necesitaba). Por eso creo que hoy nos cuesta tanto.

–En una reunión de sumario en Sophia, alguien dijo que si queremos ponernos en contacto con nuestra intuición debemos habilitar un escenario para que esto suceda. ¿Cómo alimentamos ese lugar? 

–Lo que dijeron es que es importante escucharnos y elegir. Y coincido al cien por ciento. Crear espacios de reconexión y regulación es un paso vital para ponernos en contacto con nuestra intuición. Podemos tener en cuenta algunas de estas ideas:

·       Sumar cada vez más alimentos naturales. Si el alimento que incorporamos a nuestra vida se siente suave, fresco, liviano, conocido, fácil de digerir, el cuerpo puede aprovecharlo sin sobresaltos, generando más fluidez y armonía en cada parte del cuerpo.

·       Disminuir todo lo que nos estimule, como el café, el mate, el alcohol, las bebidas azucaradas, los ultra-procesados.

·       Elegir prácticas de regulación, como el movimiento corporal, la respiración y la meditación. También movernos cíclicamente en sintonía con nuestro ciclo menstrual, descansar, reducir estímulos de pantalla por la noche, tener una rutina suave y consciente.

·       Comer tranquila, sentada.

–Eli, ¿cómo se relaciona la alimentación con los ciclos femeninos?

–Siempre digo que el ciclo menstrual es el portal para crear una vida alineada al corazón, y crear hábitos amables para el cuerpo. Fuimos programadas para seguir un ritmo sin saber escuchar lo que el cuerpo necesita, por lo que reconocernos ser “cuatro mujeres en una” cada mes, nos parece una utopía, aunque lo somos.

–¿Podés ampliar esta idea?

–Como mujeres tenemos un ritmo infradiano de 28 días, a través de los cuales atravesamos cuatro fases, con fluctuaciones hormonales que repercuten a nivel de la alimentación, del hambre y la saciedad, la digestión, el sistema nervioso, el sueño, la manera en que creamos, nos inspiramos, e incluso nos vinculamos, es sumamente fascinante. Hace pocos meses se confirmó, a través de un estudio científico, que el cerebro de la mujer (la materia gris y blanca) fluctúa a lo largo del ciclo menstrual.

–¿Podrías detallar brevemente las características principales en cada etapa del ciclo menstrual? (Cómo nos sentimos y qué se recomienda elegir en alimentos).

·       La fase menstrual es el momento del sangrado. La energía es baja (claro, estamos desprendiendo un tejido: el endometrio), y por eso el cuerpo necesita descanso, ir a un ritmo más lento y suave. La alimentación va a tener el propósito de nutrir para recuperar nutrientes, y aportar anti-inflamación para aliviar dolor.

·       Luego tenemos las fases preovulatoria y ovulatoria del ciclo. En este momento empiezan a aumentar los estrógenos (hormonas yang) que nos dan energía y vitalidad. Tenemos más fuerza, más creatividad, más energía. Es un buen tiempo para socializar, inspirarnos y crear, así como para movernos y salir al aire libre. Desde la alimentación, el propósito será sostener y acompañar al hígado y a los intestinos para que puedan depurar y filtrar correctamente hormonas y toxinas, a fin de mantener un ciclo menstrual en armonía.

·       Sigue la fase premenstrual, una de las más largas del ciclo, y para mí, la que mayor información nos trae. Aquí nos encontramos con nuestro mundo interior. Los estrógenos empiezan a descender, por lo que la energía baja. También disminuye nuestra producción de serotonina y dopamina, razón por la cual podemos experimentar emociones más intensificadas. Honrar esta fase trae mucha liviandad al ciclo en general. El cuerpo nos pide comer más, y necesitamos sumar alimentos diuréticos para evitar retención de líquidos y dolores e inflamación durante la menstruación.

–¿Qué pasa en los casos de mujeres en fase menopáusica o sin útero u ovarios?

También poseen, por naturaleza, una ciclicidad femenina. Sé que resulta muchas veces desafiante, porque vivimos en un mundo donde se promueve una constante cultura “anti edad”, y parecería que las mujeres en ciertas fases o sin útero u ovarios no tienen derecho a ser cíclicas. Pero la cuestión es que lo son. Cada caso es particular, y lo que buscamos es a través de diferentes herramientas holísticas honrar los ritmos femeninos. También incluimos alimentos que potencien el bienestar, y suplementos, movimientos y hábitos para conectar con el cuerpo, la mente, el alma y las emociones. 

–¿Por qué es importante integrar cuerpo, mente, alma, alimento y ciclicidad?

–Porque somos seres íntimamente interconectados. Cada célula de mi cuerpo tiene información de todas las demás, y lo que sucede en una parte se ve reflejado en otra. Como mujeres poseemos una medicina reguladora fascinante que es nuestra ciclicidad. Honrarla trae mucho bienestar, liviandad y suavidad a nuestra vida.

–¿Qué consejo nos das para poder conectarnos cada vez más con nuestra intuición?

–Si tuviera que elegir solo uno sería: pasá tiempo con vos. Conocete, explorate, cuestionate, mimate, permitite descansar, agredecete, date amor.

–¿Tenés algún posteo de IG relacionado al tema que quieras compartir?

–Sí, este: https://www.instagram.com/p/CvxLg5ftana/

–Eli, contame de tus próximos talleres y modalidad con las sesiones individuales.

–Hace unos días lancé un programa online de tres meses sobre digestión, ciclicidad y sistema nervioso. Se llama “The Reset Cycle”, e inicia el 9 de abril. Además, doy sesiones 1:1 de coaching en nutrición holística & ciclicidad femenina (online). Y tengo el programa “Ciclicidad Consciente” (grabado), que se adquiere por única vez, y es sobre entrenamiento cíclico y alimentación. Por último, estoy brindando procesos de sistema nervioso y trauma a través del método “Heart Breath Method”, que es una técnica de respiración somática.

Más info:
IG: @elisachapado
Mail: chapadoelisa@gmail.com
Web: https://elisachapado.tiendup.com/page/home
The Reset Cycle: https://elisachapado.tiendup.com/page/the-reset-cycle-digestin-sistema-nervioso-ansiedad-trauma-ciclicidad

Cintia Roberts: «La escritura intuitiva es una invitación a encontrarnos con nuestra esencia»

Cintia Roberts: «La escritura intuitiva es una invitación a encontrarnos con nuestra esencia»

“La intuición nos guía a eso que sentimos que nos hace bien”. “Es como si hubiera una corazonada que nos dice: ‘es por ahí’”. “Si bien no existe una certeza absoluta, se trata de confiar y habitar ese lugar”. Estas son algunas de las ideas que fueron apareciendo en una de nuestras reuniones de sumario, cuando decidimos la palabra guía de marzo.

Y enseguida nos acordamos del hermoso taller de Escritura Intuitiva que dictó Cintia Roberts (@cintia.roberts) en noviembre del año pasado, para nuestra comunidad de Círculo Sophia. Entonces decidimos que era una buena oportunidad para charlar con ella y profundizar en el tema. Porque estamos convencidas de que escribir —cuando se hace desde un lugar de autoexploración—, nos abre una gran puerta hacia la escucha atenta; la clave para conectar con la intuición. 

—Cintia, ¿qué es la intuición para vos?

—La intuición es algo que percibimos con mucha suavidad y en voz muy bajita; una verdad propia y personal, un pálpito que nos indica una dirección. La intuición nos conduce a una sabiduría más profunda, es algo que muchas veces se nos presenta como evidente, pero es tan sutil y delicada, que si estamos aturdidas por el ruido externo (prejuicios culturales, adquiridos, transferidos, por el deber ser, etc.), no somos capaces de oír. “La intuición es nuestro sexto sentido”, dice la antropóloga Margared Meed. 

—¿Y qué sería la escritura intuitiva?

—Es algo en lo que vengo pensando hace tiempo desde mi oficio de editora, pero después de haber hecho “El camino del artista” de la mano de Dani Villalba, algo de lo aprendido allí se hizo evidente: cuando nos abrimos a la intuición, nos vamos volviendo más sincrónicos, nos dejamos guiar por esa brújula interna. Mientras escribimos aparecen deseos o se abren canales asociativos, y se deja ver algo que se puede utilizar como materia creativa, como inspiración y punto de partida para lo que deseemos escribir.

—¿Es una voz interna?

—Es esa voz que nos susurra: “Tirá del hilo y seguilo”, como hizo Teseo con el ovillo que le dio Ariadna. Hay que seguir el rastro de esa voz para ir encontrando el camino y la salida del laberinto. Es un compromiso con la propia esencia porque, como diría Virginia Woolf, “solo se me ocurre decir breve y prosaicamente que es más importante ser uno mismo, que ser cualquier otra cosa”. Y esto vale también para la escritura. 

—¿Se trata de escribir con todo lo que somos?

—La voz narrativa se construye con quienes somos. Es nuestro acopio personal lo que nos otorga originalidad en esa voz. La escritura intuitiva no imposta nada, no quiere refinar un estilo para parecerse a otra escritura: deja que las inquietudes, la incertidumbre y la curiosidad nos atraviesen, porque escribimos también con la materia que somos, con el cuerpo y con la emoción. La etimología de la palabra «emoción» dice que este hermoso vocablo viene del latín emovere formado por ex (‘hacia fuera’) y moveré (‘sacar de un lugar’, pero también ‘sacudir’). Y muchas veces, la mayoría de las veces, la escritura nos sacude y nos hace movernos. Así en la ficción como en la vida.

—Se trata entonces de soltar la mano…

—La escritura intuitiva es una invitación a soltar la mano, explorar nuestra creatividad, nuestra parte más original (en el sentido de genuina), dejar fluir los pensamientos y sentimientos, para encontrarnos con nuestra esencia y poder accionar a partir de ella.

—Mucha gente se pregunta ¿y para qué sirve escribir de esta manera?

—Me gusta el valor de las cosas inútiles. Me parece que aquello que no es productivo para el mundo capitalista y globalizado en el que vivimos y habitamos, nos hace conservar la singularidad de los propios intereses, y le da sentido a nuestra existencia. Sin embargo, sí creo que tiene una utilidad, aunque es muy personal. La escritura intuitiva nos ayuda a acceder al conocimiento que está dentro nuestro, con el propósito de volvernos más perceptivos, intuitivos y escuchadores. Llevando nuestros pensamientos, deseos, emociones desde la opacidad a la luz.

—¿Cómo lo vivís vos? ¿Cómo es tu experiencia con este tipo de escritura?

—Voy a contarte algo que me pasó a mí en relación con la escritura. El día que le conté a mi hija que su hermano tenía síndrome de Down, esa charla no fue todo lo ideal que había imaginado. Fue en un momento de desborde. La intuición me dijo: “debés escribir sobre esto”. Lo hice. Con la misma dosis de impulso e ingenuidad lo subí a mis redes. La editora en jefe de Penguin Random House, que en ese momento era Mariana Vera, me llamó por teléfono desde el subte mientras regresaba a su casa y me dijo: “Cintia, acabo de leer tu posteo, tenés que escribir esta historia”. Ella vino a apoyar una fuerte necesidad mía. Después de esas pocas líneas, trabajé muy duro un año. Y el libro salió. Hace poco me escribieron para notificarme que saldrá también en Corea del Sur. ¿Por qué te cuento esto? Porque este libro es el ejemplo claro para mí de que las cosas funcionan porque hay una fuerza arrolladora que viene de dentro, algo que puja por salir, y que si estamos atentos, podemos escuchar. Esa es la intuición que dice: acá hay algo. Y aunque yo no escribí esta historia para ayudar a nadie, es una historia que termina acompañando a muchos.

—¿Qué necesitamos para poder escribir?

—Escucha propia, y sobre todo no juzgarse. Ya habrá tiempo para mejorar, para corregir, para pulir. Y tener muy en claro que nadie necesita permiso para escribir. Todos estamos autorizados para hacerlo, todos tenemos una historia digna de ser contada. Llevo 20 años como editora, y en el transcurso de mi carrera vi a autores tanto noveles como consagrados frustrados, siguiendo una idea. La idea es una abstracción del pensamiento y su escritura una traducción a otro lenguaje. No hay necesidad de esperar que una gran idea llegue a nosotros, hay pocos temas sobre los que escribir, pero lo que hace una obra original es nuestra mirada, que es única y singular si podemos ser honestos con nosotros mismos. Esa es nuestra riqueza y lo que es imposible de copiar, lo propio.

—En el taller que diste en noviembre para Círculo Sophia, dijiste que para escribir necesitamos atención plena, estar en el aquí y ahora. ¿Por qué?

—Porque si estamos aturdidos por el ruido externo no podemos escucharnos. Si estamos contaminados por tantos estímulos externos, no podemos agudizar la mirada. En mis talleres de escritura recomiendo llevar una bitácora de pequeñeces (como le llama mi amiga Lucía Marroquín), o bitácora doméstica de algo en particular (por ejemplo, del jardín): acercarte a ver las nervaduras de una hoja, cómo la luz o la sombra filtran su color, el comportamiento de un insecto y sus movimientos. Eso es la atención plena, estar conectado con lo que ocurre aquí y ahora, tan simple pero tan complejo al mismo tiempo que debemos reaprenderlo.

—También en el taller hablaste de aprender a “vivir en poesía”. ¿De quién es este término?

—Es una frase preciosa que utilizo como filosofía de vida y es una deriva que inventé de una idea de una autora que admiro mucho y que es coterránea mía, por haber nacido en los confines del litoral, en una ciudad llamada Reconquista, a orillas del río Paraná. Ella tiene un texto ensayístico que se llama “Estar en poesía”. Allí nos dice: “La disponibilidad para percibir o expresarse a través de cualquier arte reside quizá en ser o estar sensible, o sea, en poder dejar libres a los sentidos para que cumplan sus funciones de descubridores del mundo. Pero no solamente para procesar datos por la vía racional y práctica, sino a través de la emotividad”. Su nombre es Laura Devetach, y sus lecturas me han acompañado desde la infancia; también tuve el honor de conocerla, editarla y nutrirme de ella de cerquita.

—¿Y qué sería para vos “vivir en poesía?

—La poesía descubre el lenguaje, lo hace vibrar y sonar de un modo distinto. Porque las palabras se ubican en el verso para provocar goce estético e imágenes. Si lo trasladamos a la vida, el goce es constante. Vivir en poesía es lo que hacen los niños y las niñas, en estado de asombro constante. Vivir en poesía es dejarse deslumbrar por la belleza de los gestos mínimos, de los detalles, de aquello que pasa desapercibido para el ojo del que está apurado.

—Cintia, ¿por qué practicás vos esta escritura intuitiva?

—Yo escribo para saber quién soy, qué siento realmente; escribo para sacarme el velo, para volverme más honesta, más real, porque hay algo que no sé y la escritura viene a completarlo. Y porque encuentro goce en hacerlo. Porque descubro que la forma (el hecho estético) también es capaz de conmoverme.

—¿Y esa es tu invitación?

—Esta es la gran invitación, pero no hay una sola respuesta a esta pregunta. Yo siempre recomiendo en mis espacios de taller “escribe y el propósito se expresará en la página”. Cada uno encontrará su propio propósito de escritura, algunos escriben para soñar, otros para sanar, otros para crear nuevos mundos y entender el propio a través de las metáforas y del distanciamiento que se provoca en ese salirse de uno mismo para crear algo nuevo.

—Me gustaría repasar acá algunos de los consejos de Lydia Davis que diste en el taller.

—Sí, son muy lindos e interesantes. Voy a sintetizar tres de sus consejos.

1. Toma notas con regularidad. Mejorará tu capacidad de observación y expresión. Se crea un círculo productivo: gracias a la práctica de tomar notas observas más, y al observar más, tendrás más para anotar.

2. Trabaja a partir del interés propio y jamás a partir de lo que en tu opinión deberías estar observando. Confía en lo que te interesa.

3. Si quieres ser original no busques ser original. Más bien dedícate a trabajar en tus ideas. Y luego, cuando escribas, di lo que piensas y sientes, lo que tengas ganas de decir.

—¿Qué sería bitacorear/documentar/journalear (algo que está muy de moda)? ¿Estas prácticas tienen que ver con la escritura intuitiva?

—La bitácora no tiene una forma precisa y eso es bueno, porque no limita. Si vas caminando y se te ocurre una frase y tenés un cuaderno a mano, la anotás. O si algo te inspira a escribir en un formato poético o carta, o simplemente un post-it a modo de nota mental. También puede funcionar como un diario, y a menudo se utilizan imágenes, dibujos, collage para enriquecer un modo de vivir más atentas, de guardar registro de lo que nos pasa, atraviesa, alimenta la curiosidad y deja testimonio de lo vivido. Para mí la bitácora es una forma de acopio, como las páginas matutinas. 

—Claro, distinto es cuando ya escribimos con un propósito…

—Exacto. Cuando nos sentamos a escribir con un propósito es diferente: se nos presenta un tema, una inquietud, una idea, y escribimos sobre eso. Mi recomendación es darle una forma: reflexión, ensayo, microrrelato, cuento, novela (aquí se sostiene un propósito de escritura y es un proceso más largo). Si hay ganas de dar el paso a la ficción, con ese acopio del que hablamos antes vamos a tener mucho material para organizarlo y luego trabajar con el lenguaje.

La vida es eso que pasa cuando no pensamos

La vida es eso que pasa cuando no pensamos

En 1637, el gran pensador René Descartes esbozó en su Discurso del Método el planteamiento filosófico en latín “Cogito ergo sum” (en español “Pienso entonces soy”), lo que quiere decir que “Pienso luego existo”, un concepto que sentó las bases para el racionalismo occidental. 

Según esta idea, el pensar me allana el camino a la existencia.

El pensar es una prueba de la preexistencia del Ser.

Por lo tanto, para existir hay que pensar.

La razón, lo racional —el camino del pensamiento, del intelecto— era la base de la existencia, según el gran filósofo holandés.

El funcionamiento cerebral era visto, desde esta mirada, como el sostén; la plataforma de la existencia misma.

Era preciso pensar, razonar, atravesar las ideas por el centro del intelecto. Y desde allí fue surgiendo una inmensa rama del pensamiento, que apuntaba a la razón.

La razón estaba por sobre todo lo demás del hombre; el hombre tenía que dedicarse a pensar y luego, y como consecuencia, existir.

En aquella época el órgano por excelencia era el cerebro, como torre de control absoluto de la vida.

Sin embargo, desde que tenemos memoria, en Oriente, en cambio, la base de la vida era otro aspecto muy diferente, que era el sentimiento.

Podríamos resumir esa filosofía como “Sentimos entonces existimos”.

Es que la Vida es eso que pasa cuando no pensamos, cuando las horas transcurren sin darnos cuenta, cuando miramos el reloj y nos asombramos porque nos encontramos enfrascados en algo que nos interesa mucho.

Una idea o un proyecto que estamos desarrollando, dejándonos llevar por el sentimiento imperante.

El enamoramiento por otra persona, otro ejemplo de cómo perdemos la noción de la hora, la dimensión del paso del tiempo.

Todo Oriente está sostenido en su funcionamiento por el Sentir.

Con el tiempo, en la década del 30 y el 40 del siglo XX, el Sentir y el Pensar empezaron a confluir con el florecimiento de la Filosofía Humanística. 

Muchos grandes pensadores, filósofos, médicos y psicólogos, simultáneamente en Europa y Estados Unidos, advirtieron que lo racional no alcanzaba para describir al hombre, puesto que el hombre también sentía. 

El dolor de los campos de batalla, el dolor de las pérdidas, la falta del sentido para vivir, la carencia de propósito…

Fue también otro filósofo holandés del siglo XVII, Baruch Spinoza, quien dio nacimiento a esta conjunción Sentir-Pensar, Pensar-Sentir, cuando afirmó que “El cuerpo cura a la mente y la mente cura al cuerpo”, allá por 1650.

Más avanzado el siglo XX se empezó a descubrir, a través de la ciencia, que el corazón y el intestino tienen células que se comportan como neuronas y comenzaron a hablar del segundo y tercer cerebro.

De hecho, hay algunos científicos que afirman que, en realidad, vamos a encontrar neuronas en todos los órganos del cuerpo.

Por lo tanto, era verdad lo que había dicho Spinoza trescientos años atrás: la mente está distribuida en el cuerpo y no ya solo en el cerebro.

Hoy es muy difícil o imposible separar la mente del cuerpo y el cuerpo de la mente.

Eugene Gendlin, un gran pensador y filósofo estadounidense que fue discípulo de Carl Rogers, uno de los psicólogos que constituyeron la Psicología Humanista, afirmó que “el cuerpo es el inconsciente y posee todas las respuestas que necesitamos”. 

El cuerpo tiene registrado todo lo que ha pasado por nuestra vida, y lo que decimos es que ese inconsciente es el cuerpo.

El inconsciente se manifiesta siempre a través de algún efecto corporal; algo en el cuerpo me da cuenta de algo que está pasando en la mente, y cómo la mente también es el cuerpo: hay un correlato inmediato y un todo que se manifiesta simultáneamente.

Nos dice la Real Academia Española que la intuición es una facultad para comprender instantáneamente sin necesidad del razonamiento.

Es un sexto sentido que es bien sentido, ya que es una percepción extremadamente personal sobre algo que va a ocurrir de una manera que yo intuyo, y no de otra, y a la que responderé de una u otra forma.

Porque, en realidad, la intuición está basada en la capacidad de percibir y de sentir de cada uno de los seres humanos. 

Sin embargo, no todas las personas se manifiestan intuitivas: algunos lo son mucho, otros menos, y otros nada.

La Vida nos va enseñando que con el tiempo y la experiencia, con los kilómetros existenciales recorridos, lo que antes mencionamos como intuición ya pasa a ser una parte de nuestra seguridad y confianza ante la toma de decisiones.

Sin avisar nos aparece una sutil sensación a la que llamamos intuición, que nos sugiere tomar este camino o aquel, o que nos anticipa cómo actuará una persona.

A medida que recorremos el sendero de la vida, esta sensación pasa a constituirnos, a ser parte de nosotros.

Es una intuición que sabe

Es una sensación que afirma y que sostiene, y que luego los acontecimientos refrendan una y otra vez.

También se le suele llamar presentimiento, corazonada, pálpito, instinto, visión, etc.

Y está muy bien, porque en verdad un presentimiento sería un sentimiento previo al sentimiento en sí: la intuición se anticipa al razonamiento y al pensamiento.

Es muy interesante cómo cada una de las distintas acepciones de la intuición nos va dando más información.

Cuando hablamos de corazonada, por ejemplo, se expresa que es el corazón el que interviene claramente en la vida.

Lo hace desde su cerebro incorporado al corazón, desde las neuronas del corazón.

A medida que avanza la investigación, advertimos cómo todo está entrelazado y se hace más difícil cualquier diferencia entre mente y cuerpo.

Desde Candance Pert, la científica canadienese que en su gran libro Las Moléculas de las Emociones afirma que no hay afección física del cuerpo que no tenga una connotación emocional, hasta los que vinieron después, como el Dr. Janos Selye, el Dr Soma Weiss, el Dr. Bruce McEwen, el Dr Gabor Mate, y tantos otros, que le dan un lugar central al tránsito emocional en las afecciones del soma.

Como señalamos antes,  también se lo menciona como pálpito, visión, olfato, y todo apunta a algo previo al sentimiento o a la razón.

Como si fuera un don al que acceden muchos hombres y mujeres, y que deambula por una zona tal vez no del todo explorada del sistema biopsicosocial, y que ocupa un lugar destacado en el transitar del hombre en este mundo.

Glennon Doyle: «¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?»

Glennon Doyle: «¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?»

Nunca desaparecí del todo. Mi chispa siempre estuvo dentro de mí, latente. Pero les aseguro que la creí extinta durante mucho tiempo. La bulimia de mi infancia mudó en alcoholismo y consumo de drogas, y permanecí embotada durante dieciséis años. Más tarde, a los veintiséis, me quedé embarazada y dejé de consumir. La abstinencia fue el prado en el que empecé a recordar mi naturaleza salvaje.

Sucedió de la manera siguiente: empecé a construir la clase de vida que en teoría deben construir las mujeres. Me convertí en una buena esposa, madre, hija, cristiana, ciudadana, escritora, mujer. Sin embargo, mientras preparaba almuerzos para el cole, escribía libros testimoniales, me apresuraba por los aeropuertos, charlaba de trivialidades con las vecinas y sacaba adelante mi vida exterior, notaba un desasosiego eléctrico que zumbaba dentro de mí. Era como un trueno constante que vibrara allí mismo, a flor de piel: un trueno hecho de alegría, dolor, rabia, anhelo y un amor demasiado profundo, hirviente y tierno para este mundo. Se me antojaba como agua muy caliente que amenazase siempre con romper a hervir.

Sentía miedo de lo que había dentro de mí. Me parecía tan poderoso como para destruir hasta el último pedazo de la maravillosa vida que había construido. Algo parecido a que nunca me sienta segura en un balcón, porque ¿y si salto?

No pasa nada, me decía. Siempre y cuando mantenga mis sensaciones internas a buen recaudo, mi gente y yo seguiremos a salvo. Me sorprendía que me resultase tan fácil. Llevaba dentro una tormenta eléctrica, agua al borde de la ebullición, oro y rojo vivo, pero me bastaba con sonreír y asentir para que el mundo me tomara por apacible azul. En ocasiones me preguntaba si acaso yo no sería la única que usaba su piel para contenerse. Puede que todas fuéramos fuego envuelto en piel, aunque aparentásemos frialdad.

Mi punto de ebullición fue el instante en que Abby cruzó aquel umbral, La miré y ya no pude contenerme. Perdí el control. Turbulentas burbujas de oro y rojo vivo hechas de dolor, amor y anhelo me inundaron, me pusieron de pie, abrieron mis brazos de par en par según insistían: es ella.

Durante mucho tiempo consideré lo sucedido aquel día como una especie de cuento de hadas. Pensé que el cielo me sopló las palabras “es ella”. Ahora sé que venían de mi interior. Ese revuelo salvaje que llevaba tanto tiempo bullendo en mí y que después se tradujo en palabras y me levantó era yo. La voz que por fin escuché aquel día era la mía —era la niña a la que encerré cuando tenía diez años, la chica que yo era antes de que el mundo me dijera quién debía ser— y declaró: “Aquí estoy. A partir de ahora yo me hago cargo”.

Durante la infancia, sentía lo que necesitaba sentir, me dejaba llevar por mis instintos y solamente hacía planes a partir de la imaginación. Fui salvaje hasta que la vergüenza me domesticó. Hasta que empecé a esconderme y adormecer mis sentimientos por miedo a resultar excesiva. Hasta que empecé a dejarme guiar por el consejo ajeno en lugar de confiar en mi propia intuición. Hasta que me convencí de que mi imaginación era absurda y mis deseos, egoístas. Hasta que me sometí a las jaulas de las expectativas ajenas, de los imperativos culturales y de las lealtades institucionales. Hasta que enterré a la persona que era con el fin de convertirme en la que debía ser. Me perdí a mí misma cuando aprendí a complacer.

La abstinencia fue mi concienzuda resurrección. Fue mi regreso a la naturaleza. Fue un largo acto de recordar. Fue darme cuenta de que la ardiente tormenta eléctrica cuyo chisporroteo notaba dentro era yo tratando de llamar mi atención, suplicándome que recordase, insistiendo: “Sigo aquí”.

Así que por fin abrí el candado y la desaté. Liberé mi hermoso, revoltoso y auténtico yo salvaje. Tenía razón acerca de su poder. Era demasiado grande para la vida que yo llevaba, así que la desmantelé pieza a pieza, sistemáticamente.

A continuación me construí una vida propia.

Lo hice resucitando esas partes de mí que había aprendido a mirar con desconfianza, a ocultar y abandonar para que el resto el mundo se sintiera cómodo:

Mis emociones

Mi intuición

Mi imaginación

Mi valor

Esas son las llaves de la libertad.

Todo eso somos nosotras.

¿Tendremos el valor de abrir nuestros cerrojos?

¿Tendremos el valor de liberarnos?

¿Saldremos por fin de nuestras jaulas y nos diremos a nosotras mismas, a nuestra gente y al mundo: “Aquí estoy”?

Llaves

Llaves, fragmento del ibro Indomable (Urano), de la escritora estadounidense Glennon Doyle.

Dos pretendientes, una parábola

Dos pretendientes, una parábola

Por Richard Tarnas*

Imaginá, por un momento, que sos el universo. Pero para los propósitos de este experimento mental, imaginemos que no sos el universo mecanicista desencantado de la cosmología moderna convencional, sino más bien un cosmos de alma profunda, sutilmente misterioso, de gran belleza espiritual e inteligencia creativa. E imaginá que se te acercan dos epistemologías diferentes: dos pretendientes, por así decirlo, que buscan conocerte. ¿A quién le abrirías tu realidad más profunda? ¿A qué enfoque sería más probable que revelaras tu naturaleza auténtica? ¿Te abrirías más profundamente al pretendiente (la epistemología, la forma de conocer) que se acerca a vos como si esencialmente carecieras de inteligencia o propósito, como si no tuvieras ninguna dimensión interior de la cual hablar, ni capacidad o valor espiritual? Quien te veía como fundamentalmente inferior a él (démosles a los dos pretendientes, no del todo arbitrariamente, el género masculino tradicional); alguien que se relacionaba contigo como si tu existencia fuera valiosa principalmente en la medida en que pudiera desarrollar y explotar tus recursos para satisfacer sus diversas necesidades. Y cuya motivación para conocerte fue impulsada en última instancia por un deseo de mayor dominio intelectual, certeza predictiva y control eficiente sobre vos para su propia superación personal.

¿O vos, el cosmos, te abrirías más profundamente a ese pretendiente que te viera al menos tan inteligente y noble, como un ser digno, impregnado de mente y alma, imbuido de aspiraciones y propósitos morales, dotado de capacidad espiritual, profundidades y misterio, como él? Este pretendiente busca conocerte no para explotarte mejor, sino para unirse contigo y así generar algo nuevo, una síntesis creativa que surja de las profundidades de ambos. Desea liberar aquello que ha estado oculto por la separación entre conocedor y conocido. Su objetivo final en materia de conocimiento no es aumentar el dominio, la predicción y el control, sino más bien una participación más ricamente receptiva y empoderada en un desarrollo co-creativo de nuevas realidades. Busca una realización intelectual que esté íntimamente ligada con la visión imaginativa, la transformación moral, la comprensión empática y el deleite estético. Su acto de conocimiento es esencialmente un acto de amor e inteligencia combinados, de asombro y discernimiento, de apertura a un proceso de descubrimiento mutuo. ¿A quién sería más probable que le revelaras tus verdades más profundas?

Esto no quiere decir que vos, el universo, no revelarías nada al primer pretendiente, bajo la presión de su enfoque objetivador y desencantador. Sin duda, ese pretendiente provocaría, filtraría y constelaría una cierta “realidad” que naturalmente consideraría como conocimiento auténtico del universo real: conocimiento objetivo, “los hechos”, en comparación con los engaños subjetivos del enfoque de todos los demás. Pero podríamos permitirnos dudar de cuán profunda es la verdad que este enfoque podría ser capaz de proporcionar, cuán genuinamente refleja la realidad más profunda del universo. Tal conocimiento podría resultar profundamente engañoso. Y si esta visión desencantada fuera elevada al rango de única visión legítima de la naturaleza del cosmos sostenida por toda una civilización, ¡qué pérdida incalculable, qué empobrecimiento, qué deformación trágica, qué dolor sufrirían en última instancia tanto el conocedor como el otro, el conocido!

Creo que el desencanto del universo moderno es el resultado directo de una epistemología simplista y una postura moral espectacularmente inadecuada para las profundidades, la complejidad y la grandeza del cosmos. Asumir a priori que el universo entero es, en última instancia, un vacío sin alma dentro del cual nuestra conciencia multidimensional es un accidente anómalo, y que el propósito, el significado, la inteligencia consciente, la aspiración moral y la profundidad espiritual son atributos exclusivos del ser humano, refleja una larga tradición. inflación invisible por parte del yo moderno. Y la arrogancia heroica todavía está indisolublemente ligada, como lo estaba en la tragedia griega antigua, a la caída heroica.

¿Cuál es la cura para la visión arrogante? Quizás sea escuchar , escuchar de forma más sutil, más perceptiva y más profunda. Nuestro futuro bien puede depender del grado preciso de nuestra voluntad de ampliar nuestras formas de conocimiento. Necesitamos un empirismo y un racionalismo más amplios y verdaderos. Las estrategias epistemológicas establecidas desde hace mucho tiempo por la mente moderna han estado limitando implacablemente y “construyendo” inconscientemente un mundo que luego concluye que es objetivo. El racionalismo y el empirismo ascéticos objetivadores que surgieron durante la Ilustración sirvieron como disciplinas liberadoras para la naciente razón moderna, pero aún hoy dominan la ciencia dominante y el pensamiento moderno en una forma rígidamente no desarrollada. En su miopía simplista y unilateralidad, limitan seriamente nuestra gama completa de percepción y comprensión.

Se puede decir que la estrategia desencantadora sirvió bien a los propósitos de su época: diferenciar el yo, empoderar al sujeto humano, liberar la experiencia humana del mundo de estructuras incuestionables de significado y propósito preestablecidas, heredadas de la tradición e impuestas por una autoridad externa. . Proporcionó una nueva y poderosa base para la crítica y el desafío a los sistemas de creencias establecidos que a menudo inhibían la autonomía humana. También logró, al menos en parte, disciplinar la tendencia humana a proyectar en el mundo necesidades y deseos subjetivos. Pero se ha luchado por lograr esta diferenciación y empoderamiento del ser humano con tanta determinación que ahora resulta hipertrófica y patológicamente exagerada. En su austero reduccionismo universal, la postura objetivadora de la mente moderna se ha convertido en una especie de tirano. El conocimiento que proporciona es literalmente estrecho de miras. Semejante conocimiento es a la vez extremadamente potente y profundamente deficiente. Un poco de conocimiento puede ser algo peligroso, pero una enorme cantidad de conocimiento basado en un conjunto limitado y aislado de suposiciones puede ser realmente muy peligroso.

Se debe preservar la notable capacidad moderna de diferenciación y discernimiento que se ha forjado con tanto esfuerzo, pero nuestro desafío ahora es desarrollar y subsumir esa disciplina en un compromiso intelectual y espiritual más abarcador y magnánimo con el misterio del universo. Tal compromiso sólo puede ocurrir si nos abrimos a una variedad de epistemologías que juntas proporcionen un alcance de conocimiento más multidimensionalmente perceptivo. Para encontrar las profundidades y la rica complejidad del cosmos, necesitamos formas de conocimiento que integren plenamente la imaginación, la sensibilidad estética, la intuición moral y espiritual, la experiencia reveladora, la percepción simbólica, los modos de comprensión somáticos y sensoriales, y el conocimiento empático. Por encima de todo, debemos despertar y superar la gran proyección antropocéntrica oculta que virtualmente ha definido la mente moderna: la proyección omnipresente de la falta de alma en el cosmos por parte de la propia voluntad de poder del yo moderno.

Cosificar el mundo ha dado un inmenso poder pragmático y dinamismo al yo moderno, pero a expensas de su capacidad para registrar y responder a las profundidades potenciales de significado y propósito del mundo. Contrariamente a la autoimagen fríamente distante de la razón moderna, las necesidades y deseos subjetivos han impregnado inconscientemente la visión desencantada y han reforzado sus supuestos. Un mundo de objetos sin propósito y procesos aleatorios ha servido como base y justificación muy eficaz para el autoengrandecimiento humano y la explotación de un mundo que se considera indigno de preocupación moral. El cosmos desencantado es la sombra de la mente moderna en todo su brillo, poder e inflación.

A medida que asimilamos los conocimientos cada vez más profundos de nuestro tiempo sobre la naturaleza del conocimiento humano, y a medida que discernimos más lúcidamente las intrincadas implicaciones mutuas entre sujeto y objeto, yo y mundo, debemos preguntarnos si esta cosmología radicalmente desencantada es, en última instancia, todo eso plausible. Quizás no fue tan verdaderamente neutral y objetivo como suponíamos, sino que en realidad fue un reflejo de imperativos evolutivos y necesidades inconscientes históricamente situados, como cualquier otra cosmología en la historia de la humanidad. Quizás el desencanto sea en sí mismo otra forma de encantamiento, otro modo de experiencia altamente convincente que ha hechizado la mente humana y desempeñado su papel evolutivo pero que ahora no sólo es limitante para nuestra comprensión cosmológica sino también insostenible para nuestra existencia. Quizás sea hora de adoptar, como hipótesis y punto de partida heurístico potencialmente más fructífero, el enfoque del segundo pretendiente sobre la naturaleza del cosmos.

El “progreso del conocimiento” y la “evolución de la conciencia” de la humanidad se han caracterizado con demasiada frecuencia como si nuestra tarea fuera simplemente ascender una escalera cognitiva muy alta con escalones jerárquicos graduados que representan etapas de desarrollo sucesivas en las que resolvemos acertijos mentales cada vez más desafiantes, como problemas avanzados en un examen de posgrado en bioquímica o lógica. Pero para comprender mejor la vida y el cosmos, tal vez debamos transformar no sólo nuestra mente sino también nuestro corazón. Porque todo nuestro ser, cuerpo y alma, mente y espíritu, está implicado.

Quizás debamos ir no sólo alto y lejos sino también abajo y profundamente. Nuestra visión del mundo y nuestra cosmología, que define el contexto de todo lo demás, se ven profundamente afectadas por el grado en que todas nuestras facultades (intelectuales, imaginativas, estéticas, morales, emocionales, somáticas, espirituales y relacionales) entran en el proceso de nuestro conocimiento. La forma en que nos acerquemos al “otro” y cómo nos acerquemos unos a otros dará forma a todo, incluido nuestro propio yo en evolución y el cosmos en el que participamos. No sólo nuestra vida personal sino la naturaleza misma del universo puede exigir de nosotros ahora una nueva capacidad de autotrascendencia, tanto intelectual como moral, para que podamos experimentar una nueva dimensión de belleza e inteligencia en el mundo, no una proyección de nuestro propio deseo de belleza y dominio intelectual, sino un encuentro con la belleza y la inteligencia del conjunto que se desarrollan de manera impredecible.

Texto original en ingles, publicado por Jung Society of Washington www.jung.org