Ser posibilidad para alguien

Ser posibilidad para alguien

Por Laura Aguirre

Tomó el último sorbo de leche chocolatada y me devolvió la taza sosteniéndome la mirada.

Transcurrían esos días en que debíamos quedarnos en casa, aunque cada mañana sus golpecitos en la puerta me recordaban que ese era un privilegio de algunos. 

E. empezó a llamar a nuestra puerta en busca del desayuno, su única comida diaria. Por ese entonces desconocíamos que su visita significaría tantas cosas más. 

Poder elegir las galletitas y tomar la taza con sus manos limpias. El banquito para sentarse tranquilo, mientras tanto. Algo de alimento para Huesito, su perro. Una charla cuando su estómago dejaba de rugir. 

La pregunta: ¿cómo estás? Y esa escucha atenta acompañando su respuesta. Una palabra cuando el miedo, el hambre, el frío invadían sus sueños y la oscuridad teñía sus vivencias. 

Saber cómo le había ido en la escuela, que útiles le faltaban, ayudarlo con alguna tarea y que nos expresara qué necesitaba. Podía ser abrigarse los pies con medias secas, jugar un rato, hojas blancas para poder dibujar o cortarse las uñas. 

Mi hija sentada en otro banquito al lado aprendía a compartir y conocía una historia tan distinta a la suya. 

En nuestra casa recibió su primera torta con velitas, se la llevó para compartirla con sus hermanos, preparamos bolsitas con golosinas. Recuerdo que muy tarde por la noche volvió con la fuente vacía:

-¡Gracias! Estaba muy rica y no te olvides  el próximo año que el 14 de julio es mi cumpleaños.

Una mañana vino, ya le habían dado comida en la casa del vecino y me dijo que quería charlar. Simplemente eso. Recién ahí caí en la cuenta de lo que les estoy contando. 

Para E. éramos una posibilidad.

Y así pasaron los años, acopiamos anécdotas, se animó a manifestarnos sus deseos, ideas a concretar proyectos. Fabricaron con mi esposo un avión con un viejo motorcito que encontraron desechado, recolectaron botellas, palitos de helado para las hélices, una pila bien cargada. ¡Funcionaba! 

Sus ojos tomaban brillo con cada experiencia compartida. 

Pintamos su bici con aerosol, aprendimos los nombres de su familia, dónde y cómo vivía. 

Un día mientras mencionaba especies que aparecían en el jardín y recitaba las características, me contó sobre su pasión por los pájaros. Quería un libro, anhelaba saber mucho más sobre ellos. 

Fui a una librería y elegí uno muy lindo, de tapa dura e ilustraciones coloridas, compartimos ese gesto con una amiga y se lo regalamos para Navidad con dedicatoria.   

¡Le gustó tanto! Era su tesoro. Decidió dejarlo en mi casa, dijo que en la suya nadie lo iba a cuidar. Cuando el sol bajaba aparecía con su perrito y lo leía un rato en el banquito de siempre. Sus visitas se hacían cada vez más extensas. 

Una tarde le propuse ponerle su nombre y guardarlo en una mochila, de esa manera -pensé- encontraría un lugar seguro y lo podía tener con él siempre. 

No fue una buena idea.

El libro desapareció la mañana siguiente. Se angustió y abrió su alma para contarme mucho más.

El avión estaba destrozado, su perro no estaba. Tampoco las medias ni el abrigo. 

Pasaron un par de semanas y recibí el llamado de otra amiga: en la escuela a la que asistía habían dado intervención al equipo interdisciplinario y la asistente social quería ponerse en contacto con nosotros para charlar sobre la posibilidad de ser familia de contención, de esa manera iban a aislarlo un par de días del núcleo familiar. 

Teníamos que contestar a la brevedad, la cosa era urgente. 

Charlamos con Ale en la cocina, hicimos muchas preguntas, nos abrazamos y lloramos. 

Decidimos que hasta ahí había llegado nuestro rol en la vida de E., traerlo a nuestra casa iba a ser muy difícil. Lo queríamos y él a nosotros. 

Aceptar que hasta ahí llegaba nuestra posibilidad de sostenerlo fue un golpe duro. 

Los años pasaron y E. dejó de golpear la puerta de casa. 

Desde el verano pasado no supimos más de él pero tenemos la certeza que siempre sabrá de nosotros: lo que nos dimos quedó tatuado en su alma.

La belleza del intento: historias que nos invitan a creer

La belleza del intento: historias que nos invitan a creer

En una hoja de papel escribimos algunas palabras. Las releemos, no nos gustan. Hacemos del papel un bollo, el bollo lo tiramos al tacho, y tiramos así, también, cualquier intento de escribir. 

O quizás nos pase tejiendo: empezamos esa bufanda de colores, vamos lento. Hacemos una, dos, tres líneas y se nos escapan uno, dos, tres puntos. Pensamos que, seguramente, tejer no sea para nosotros. Lo mismo con un instrumento: nos llama la atención, nos encanta su sonido, pero… ¿cómo llegar a ejecutar alguna nota? Lo creemos imposible y ahogamos entonces las ganas de aprender a tocar. 

Los ejemplos son infinitos. Muchas veces desistimos de hacer algo que “nos llama” porque no soportamos la idea de fracasar. Olvidamos que aprender es el fin máximo y, agobiados por los “imposibles”, ignoramos la belleza de su opuesto: la posibilidad del intento.

A continuación, compartimos algunas historias que nos invitan a creer, y a convertir el “intentar” en un gesto de fe, perseverancia e infinito amor. 

Una lapicera que se convierte en varita mágica

En una servilleta de papel, unas pocas palabras empiezan a componer una historia. El nombre “Harry” se imprime en tinta y caligrafía desprolija. Aparece un amigo incondicional, una amiga inteligente. Aparece la magia, la hechicería y una escuela de magos. Aparece, a fin de cuentas, el principio de una historia que cambiará el rumbo de la literatura juvenil.

Joanne Rowling no tenía trabajo, vivía de pensiones del Estado y cuidaba de su hija sin ayuda del padre. “Bajo todos los estándares usuales, yo era el mayor fracaso que conocía”, dijo años después la autora, en un discurso en la Universidad de Harvard, Estados Unidos. “No voy a decirles que el fracaso es divertido. Ese periodo de mi vida fue oscuro (…) no tenía ni idea cuánto iba a extenderse, y por mucho tiempo, cualquier idea de una luz al final del túnel era más una esperanza que una realidad”.

Esa oscuridad se convirtió, sin embargo, en la oportunidad de su vida: envuelta en la sensación de fracaso, Rowling entendió que ya no tenía nada que perder, y decidió concentrar todas sus energías en el único proyecto que, en su fuero interno, aún le daba sentido a su vida. “El fracaso significaba una eliminación de lo no esencial (…) Me sentí libre porque mi mayor miedo se había hecho realidad y todavía estaba viva, todavía tenía una hija a la que adoraba y tenía una vieja máquina de escribir y una gran idea. Así fue que tocar fondo se convirtió en la sólida base sobre la que reconstruí mi vida”, dijo. 

Rowling tardó seis años en escribir “Harry Potter y la piedra filosofal”, el primer libro de la exitosa saga que conocemos hoy. En un principio, la historia de los jóvenes aprendices magos no parecía seducir a nadie: antes de ser aceptado, el manuscrito fue rechazado por doce editoriales. Pero no se dio por vencida, y lo siguió presentando, hasta que finalmente el texto fue acogido. (Una curiosidad: la autora tomó la sugerencia de la editorial de publicar bajo el nombre “J.K. Rowling” para disimular que se trataba de una escritora mujer, lo cual podría disminuir el interés en el libro).

El resto ya lo sabemos: las historias de Harry Potter fueron una revolución. Abrieron una ventana en el ámbito literario, que encontró un nicho de adolescentes interesados en la lectura, y cada uno de los libros fue adaptado para cine. La saga le devolvió la magia a un mundo tal vez escéptico y desencantado, y Rowling se convirtió en la escritora mejor paga de todos los tiempos.

“Lo que logramos internamente cambiará nuestra realidad externa”, dijo la escritora citando al autor griego Plutarco. Convicción, imaginación y la certeza de que, aunque todo parezca perdido, siempre existe una chispa de esperanza para volver a intentar.

Un ratón que hace sonreír a niños y adultos

El pequeño Walt era uno de cinco hermanos. Nació en 1901, y desde temprana edad trabajó para ayudar a su familia, que vivía en situación de pobreza: repartía el diario de madrugada antes de entrar a la escuela, vendía golosinas en el tren, y dibujos que pintaba a mano para sus vecinos. En los exámenes, sacaba muy malas notas porque se quedaba dormido en clase, aunque su interés por las materias era, de todas formas, escaso. 

La obsesión de Walt, era dibujar. De adulto, consiguió un trabajo en el diario local del cual fue despedido por “falta de imaginación y buenas ideas”. Siguió una etapa de búsqueda laboral hasta que decidió crear una empresa de dibujos animados junto a su hermano Ron. Pese a la popularidad que ganaron las caricaturas, la empresa no se sostuvo económicamente y quebró. Con cuarenta dólares en el bolsillo, viviendo de latas de arvejas, Walt probó suerte como actor en Hollywood. Tampoco le fue bien. 

La serie de tropiezos continuó, con más de una crisis económica. Pero Walt creía profundamente en el arte y en su sueño de ser artista, y continuó trabajando sin ceder al desánimo. En 1928, llevó a la pantalla grande el cortometraje animado “El barco de vapor Willie”, introduciendo al ratón Mickey. El corto fue un éxito y su personaje principal enamoró al público.

A lo largo de toda su vida, pese al éxito y al rechazo, Walt Disney siempre continuó intentando. Su proyecto para crear Disneylandia, siendo él ya reconocido, fue rechazado más de 300 veces por distintos bancos y entidades financieras. Cumplir con su visión de crear “el lugar más feliz del mundo” no fue fácil, pero finalmente Disneylandia abrió sus puertas en julio de 1955, convirtiéndose en el primer parque temático del mundo.  

Optimista, talentoso, Walt Disney nunca dejó torcer sus ideas por los fracasos. Siguió apostando sin respiro a sus sueños y llegó a ganar 22 premios Oscar, manteniendo hasta el día de hoy, el récord en cantidad de nominaciones y premios obtenidos. 

¿Qué podemos aprender de ellos?

Joanne Rowling y Walt Disney son solo dos, de los tantos que personifican la belleza del intento. 

Para dar otros ejemplos podemos mencionar a Rupi Kaur, quien convirtió el dolor de su traumática infancia, marcada por el abuso, en poesía, y es actualmente una de las jóvenes poetas contemporáneas más reconocidas a nivel mundial. 

También Nadia Ghulam, hoy escritora y conferencista, que a los once años adoptó la identidad de su hermano, fallecido en un bombardeo en la ciudad de Kabul, para poder estudiar y trabajar en un país donde las mujeres no accedían a ninguna oportunidad de progreso. 

Steven Spielberg, uno de los mejores directores de cine del mundo, fue rechazado tres veces por la Universidad del Sur de California, donde quería estudiar Artes Cinematográficas. 

En el ámbito de la ciencia, podemos destacar a Albert Einstein, que comenzó a hablar recién a los cuatro años y quien, según sus maestras, “no llegaría a mucho”. 

Por último, Oprah Winfrey; pese a ser criticada por el color de su piel, su cuerpo y su forma “demasiado emotiva” de expresarse, se convirtió en una exitosa conductora de televisión. “Cada decisión, cada fracaso o triunfo, es una oportunidad para identificar las semillas de la verdad que te convierten en el maravilloso ser humano que eres”, ha dicho Winfrey.

Estos casos, marcados por intentar una y otra vez, nos animan a ampliar nuestro abanico de posibilidades. Aunque no busquemos abrir el parque temático más grande del mundo, ni queramos aparecer en la televisión, son historias que inspiran. Recordarlas nos sirve de empujón para escribir ese cuento, tejer esa bufanda o tocar aquel instrumento que mencionamos al principio. 

Sea por incursionar en un nuevo hobbie o por lanzarnos con un emprendimiento propio de joyería o pastelería, las historias compartidas reflejan que, incluso ante la adversidad, se puede seguir intentando. Ante el fracaso, ante el “no”, ante las crisis, mantener la cabeza en alto y seguir apostando por lo que queremos no es una locura. Podemos seguir probando una y mil veces, recordando que no necesariamente debe haber un punto de llegada, sino que la belleza del camino reside, justamente, en la posibilidad del intento.

Calendario de autocuidado

Calendario de autocuidado

No es una lista de tareas. No pasa nada si no cumplís con todas las propuestas. No tenés que ir tachando los días, ni cargarte con obligaciones. Son tan solo pequeños recordatorios para que puedas empezar el año sintiéndote mejor. Y agradeciendo estar acá.  

Nada está bien, nada está mal. Podés elegir hacer las actividades que más te gusten, y descartar las que no. Podés hacer las 31 o nada más que 1 (seamos más compasivas con nosotras mismas). Intentalo “solo por hoy”. Y al terminar la semana, hacé un registro y preguntate: ¿Lo hice cada día? ¿Cómo me sentí? ¿A cuáles de todas estas propuestas podría convertirlas en hábitos diarios?

¡Feliz comienzo para este 2024!

Lunes 1: Caminá descalza. (Hábito conocido como “grounding”). Sentir el pasto fresco en la planta de los pies ayuda a recargar energías.

Martes 2: Inventá un nuevo licuado de frutas. Elegí tus piezas preferidas y disfrutalo con hielo y muchas ganas. (¿Una idea? Frutillas + banana + durazno).

Miércoles 3: Hacé una meditación cortita. Puede ser en cualquier momento del día, hay varias guiadas acá: www.marianoelanchorena.com/recursos/

Jueves 4: No mires el celular al levantarte. Conectate con vos misma primero. Agradecé un nuevo día.

Viernes 5: Comprate flores. Podés ponerlas en un jarrón, en la mesa del comedor.

Sábado 6: Sostené tu mirada en el espejo y decite algo lindo. Louise L Hay trabaja mucho con esta práctica. Googleá su libro El poder del espejo

Domingo 7: Regalate algo que te encante. Unos lápices de colores, un libro, una taza con algún mensaje positivo, un cuaderno para tus anotaciones diarias. ¿Qué elegís?

Lunes 8: Cometé errores (y no te retes). Siempre podemos equivocarnos. ¿Y si hacemos de cada error la oportunidad de aprender algo nuevo, en vez de enojarnos con nosotras mismas?

Martes 9: Estimulá tu olfato. Oler una flor, elegir un perfume o un aceite esencial siempre es un mimo al alma. 

Miércoles 10: Fundite en un abrazo con alguien. Nunca sabés lo bien que puede hacerle a otra persona (¡y a vos también!).

Jueves 11: Hoy hay luna llena. Salí a la plaza, al patio o al balcón a verla (y llenate de su energía).

Viernes 12: Cocinate algo rico. Elegí la receta que quieras y poné música. ¡Es un momento para vos!

Sábado 13: Agradecé. Podés hacerlo a la noche, pensando (y si querés poniendo por escrito) cinco cosas lindas que te hayan pasado durante el día.

Domingo 14: Prepará un café/mate tranquila, saboreando el momento. Tratá de desayunar sin ningún estímulo externo.

Lunes 15: Elegí un ringtone inspirador de alarma. ¿Cómo te querés despertar mañana?

Martes 16: Esperá a que se caliente el agua del mate sin hacer otra cosa. ¿Podés quedarte unos minutos así, aquí y ahora?

Miércoles 17: Contale a alguien por qué es importante en tu vida. No des nada por sentado: siempre viene bien sentirnos queridos. 

Jueves 18: Tomate un vino con vos misma. Abrí la botella despacio, servite una copa y saboreá ese instante de calma y conexión.

Viernes 19: Encendé un sahumerio o vela aromática. Los aromas siempre nos conectan con las emociones.

Sábado 20: Reservá tiempo para... Puede ser algo que hace tiempo postergás, como cortarte el pelo, que te hagan masajes o una limpieza facial. Vale mimarse.

Domingo 21: Dormí una siesta reparadora. Una linda manera de terminar el fin de semana. 

Lunes 22: Enumerá tres virtudes tuyas. ¿Te resulta difícil encontrarlas? ¡A veces nos cuesta tanto reconocernos lo bueno! 

Martes 23: Mirá fotos viejas. Volvé a pasar por el corazón aquellos momentos y personas queridos.

Miércoles 24: Elegí tu próximo libro. Que febrero no te encuentre sin una buena lectura sobre la mesita de luz. 

Jueves 25: Escribí todo lo que se te venga a la cabeza. Completá tres páginas. Vaciá el cerebro, y empezá el día más liviana.

Viernes 26: Dale espacio a tu hobbie. Pintar, dibujar, tejer, bordar, cuidar las plantas, escribir, hacer origami. ¿Cuál es el tuyo?

Sábado 27: Sentate a ver una película, serie o documental. O aprovechá para ir al cine y armar una salida diferente.  

Domingo 28: Ordená el placard. Recordá que orden externo es orden interno. Si te cuesta, empezá por un cajón.

Lunes 29: Escuchá tu música preferida. Podés armarte una buena playlist en Spotify y hacerla colaborativa, para que otros sumen sus canciones y puedas descubrir bandas y cantantes nuevos. 

Martes 30: Salí a caminar a la plaza más cercana. Mirá el cielo, dejate llevar por la belleza de las plantas y los pájaros, prestando atención a todo lo que pasa a tu alrededor.

Miércoles 31: Animate a hacer algo distinto. ¿Hay algo más lindo que dejarnos llevar por la espontaneidad y cambiar un poco la rutina? ¡A nunca dejar de intentar!

Personas que no arrastran los pies

Personas que no arrastran los pies

Intentar. Este verbo muy utilizado por el ser humano desde siempre, en verdad ha ido mutando hasta ingresar a un giro por demás interesante, que tiene que ver con la posibilidad de que nos acerquemos a la congruencia y nos alejemos del suponer, de generar en nuestra mente ideas que no se ajustan a la realidad. 

Y con esto me refiero a esos pensamientos que no se adaptan a los hechos concretos de nuestras vidas.

En realidad, muchas de las veces en que los hombres esgrimimos “lo estoy intentando”, lo que hacemos es solo expresar un pensamiento que está bien lejos de la acción. Respondemos refiriéndonos a ese supuesto intento y, en realidad, lo que estamos haciendo es solo pensar en un tema determinado.

Aquellos que nos sentimos cómodos en el segmento de la acción, percibimos claramente la diferencia —absolutamente clara— de hacerlo o de intentarlo. Puedo agregar acá la frase que dice “lo estoy haciendo”, que se suma al gran barril de lo no concreto, de lo vacuo, de la ilusión.

Porque para los que buceamos muy confortablemente en el terreno de lo concreto, el “lo estoy haciendo” o “lo estoy intentando” no significa nada. Pero nada de nada. Ahora bien: si estoy empujando una mesa pesada mientras manifiesto que estoy empujando la mesa, o estoy intentando mover la mesa al hacerlo, la acción sumada a mis palabras sí encuentra su grado de asertividad.

Entonces, si en el preciso instante en que lo digo las personas que me miran se dan cuenta de que mi cuerpo está en una actitud y en una puja física de concretar eso que manifiesto, nos encontramos en presencia de una circunstancia de congruencia.

Por supuesto que, si estoy enfrascado en resolver un problema, buscando en la computadora y tratando de encontrar la manera de resolverlo, puedo aseverar que el verbo intentar se acerca a una realidad. Pero debemos separar el verbo o concepto “intentar” en dos grandes grupos.

El primero de esos grupos sería ese gigantesco lugar en el cual se colocan las intenciones. A muchas de las personas con las que interactuamos, cuando les preguntamos acerca de algo que suponemos que deben terminar de hacer, nos dicen: “Estoy intentando… estoy tratando de terminarlo”. Y es ahí donde se aglomeran infinidad de excusas y justificaciones.

En el terreno de la empresa, de la organización, por lo general, a los que somos ejecutores o actores principales de la acción, nos satisface una respuesta como la siguiente: “El viernes próximo está listo”, o bien: “Para el día 3 del mes que viene te lo entrego”. Ese sí es un lenguaje que suena a concreción, y que resulta claro y asertivo.

Sin darme cuenta, ya me metí en el segundo grupo, que está compuesto por las personas que no utilizan la procrastinación, la demora. Gente que no arrastra los pies.

Es interesante consignar, también, que las grandes empresas que por fin llegaron a la concreción, antes pasaron por una etapa de intentos que pudo haber sido muy larga. Por ejemplo, aquellos que cruzaron a nado el Canal de la Mancha, lo lograron luego de muchas pruebas, en las cuales los intentos anteriores se malograron por alguna razón. Pero si sus intentos fueron puestos en práctica, en lo concreto, y no alcanzaron el objetivo, igual dieron pie a seguir intentando.

Thomas Alva Edison manifestó que antes de lograr que se mantuviera en ignición el fragmento de tungsteno dentro del vacío de una ampolla de vidrio, dando lugar a la luz eléctrica, realizó como un millón de pruebas o de intentos que resultaron fallidos. De tal suerte, que podemos seguir desgranando innumerables situaciones en las cuales se logra advertir si los intentos fueron reales acciones fallidas, o simplemente enunciados de intención carentes de acción.

Intentar nos habla de tratar de hacer haciendo; de probar, de testear.

Un atleta con su garrocha va haciendo saltos continuados hasta lograr superar una cierta altura; por lo tanto realiza varios intentos en pos de lograr su meta, aunque no lo consiga esta ni la próxima vez.  

Es por eso que, en el terreno de intentarlo, siempre hay variantes. Algunas se quedan ancladas en la mente, pero otras en la implicación de una acción que va acercándose paulatinamente a un objetivo.

Hay situaciones en las que, ante una emergencia o un accidente, el personal de bomberos hace varios intentos por rescatar a algún damnificado hasta que lo logra o, cuando la situación lo supera, cesa en el mencionado intento. Son casos, como tantos, en los cuales los seres humanos prueban varias veces tratando de lograr algo, pero no solo pensándolo, sino poniéndose en movimiento.

El intento puede ser concreto, real, asociado a una acción manifiesta, o puede quedar simplemente en una intención que permanece en la mente, y se esgrime como excusa. 

La prudencia y la preservación de la salud física nos lleva a hacer pruebas o intentos previos a un momento crítico, o a reaccionar ante un gran peligro. Y también nos informa que no se tiene la certeza de lograr ese algo que se quiere, porque cada intento tiene adosada la incertidumbre de lograr (o no) lo que se pretende.

Si estoy completamente seguro, manifestaré: “Lo voy a hacer hoy, a determinada hora” o “mañana emprenderé una acción para obtener tal otra”.

El hecho de decir que lo voy a intentar significa, en algunas ocasiones, que no soy portador de la seguridad necesaria para esgrimir que lo voy a concretar. Porque intentar es casi un sinónimo de probar, de chequear o de chequearme a mí mismo, refiriendo algo de lo que no estoy seguro de lograr si no lo intento o lo pruebo antes, como una condición necesaria para hacerlo realidad.

En definitiva, esto fue solo un intento de escribir sobre intentar. Y espero haberlo concretado. 

«Educar desde el arte, un puente a la posibilidad»

«Educar desde el arte, un puente a la posibilidad»

Por Victoria Llorente

“Las posibilidades se presentan cuando estamos atentos. Atentos a lo que leemos, atentos a la información que consumimos, atentos a saber con quiénes nos relacionamos, atentos a lo que comemos y a los hábitos que practicamos. Mirarnos, reconocernos, nos abre a descubrir posibilidades”. La que habla es Claudia Iturralde, abogada, socia fundadora de la consultora Iturralde y Asociados, y presidente de Arte con Voz, una de las excusas que nos reúne en esta entrevista. 

Cuando nos encontramos, pantalla de por medio, vamos directo al grano. O directo a lo profundo. No hablamos de política, ni del clima, ni de banalidades. Hay algo en su manera de conversar que me lleva a entrar de lleno a Imán, su primer libro, publicado en octubre por editorial Dunken. “Todo lo que planteo allí surge de mi propia experiencia y de mis búsquedas”, cuenta la autora de este pequeño tesoro con consejos para tener una vida más saludable. Los tiempos de pandemia le dieron el espacio para poder escribir y llevar al papel muchos de los escritos que tenía registrados entre sus diarios, que tomaron forma de libro (Imán es la primera parte de una serie de tres libros más).

Pero una de las cosas que me impulsó a buscar un encuentro con Claudia, como ese magnetismo que ella menciona, fue su trabajo en Arte con Voz. La misma voz que le da forma a las palabras, con la que dice, con la que se lanza de la mano del arte para generar ecos y réplicas en los más chicos. La organización, de la que ella es socia fundadora, nació cerca de 2003 y trabaja, desde entonces, en la zona del delta del Tigre. “En ese momento la idea era llevar artistas emergentes que trabajan con la posibilidad de educar en el arte a chicos entre los 5 y los 14 años. Como dice el investigador estadounidense Howard Gardner, vos les das arte y ellos pueden trabajar lo que es su don, que es la posibilidad de desarrollar aquello para lo que vinimos a este mundo”, cuenta Claudia.

—¿Con qué se encontraron cuando llegaron por primera vez a aquellas escuelas tan alejadas? ¿Cuál fue el punto de partida para empezar a trabajar con los chicos?

—Queríamos mostrarles que había otra posibilidad. Cuando entramos en una de las escuelas, se había hecho una estadística sobre qué era lo que querían ser cuando fueran mayores y todos querían ser lancheros. Para ellos significaba ocupar un rol fuerte en la sociedad. Con el tiempo pudimos ir mostrándoles que podían ser otra cosa. Que podían ser veterinarios, que podían ser músicos. Los talleres que dábamos no eran solo de plástica. Empezamos a dar circo, filosofía, escultura y materias que en las escuelas no se solían destacar, porque siempre estaban con las materias básicas.

¿De qué manera pudieron plantear la propuesta en las escuelas?

—Teníamos un plan de acción que nos admitieron en la currícula escolar en 2007 y trabajamos hasta 2017 en forma  ininterrumpida. Después vinieron talleres más esporádicos que aún seguimos haciendo, aunque con la pandemia tuvimos que cambiar un poco la dinámica. En muchos casos los chicos nunca habían trabajado el color y se encontraban, por primera vez, con las témperas y miraban cómo se generaban. Las materias de arte, en general, habían sido excluidas en la currícula escolar porque era muy caro darlas. Nunca pasamos al secundario. La idea siempre fue hacerlos de primero a tercer grado para ver qué efectos provocaba en los años posteriores, y revisar estadísticamente qué pasaba cuando habían tenido arte y cuando no habían tenido. Y ahí es donde veíamos la posibilidad de generar algo distinto en ellos.

Carencia no es tener poco

“Yo creo que cuando uno educa en la caricia, cuando uno educa en contemplar lugares cálidos y en hacer pequeños hogares en las escuelas, está dando una nueva posibilidad, aunque no se tenga nada”, señala Claudia cuando hablamos sobre educar a pesar de las faltas materiales. Durante todo estos años de trabajo en la fundación, fue testigo de cómo chicos de 8, 9, 10 años se abrían a nuevas posibilidades al descubrir cómo los colores cambiaban al mezclarse y cómo cambiaba la mirada cuando uno —valga la redundancia— mira con atención sabiendo lo que busca, aunque lo sorprenda lo que encuentre. “Descubrimos, nosotros también, cómo se amplía la consciencia de los chicos sobre lo que suponían que eran sus posibilidades y, de pronto, se daban cuenta de que el abanico de posibilidades era tan grande como quisieran plantearlo”, resume.

¿Cómo se hace para dar un mensaje de “que es posible” cuando hay tanta carencia, cuando hay chicos que llegan a la escuela con zapatillas prestadas y con apenas algo en la panza?

—Aunque la frustración que viene de la casa sea dura y a pesar de no tener elementos para poder trabajar, sigo creyendo que educar desde el arte es un puente de posibilidad. Porque cuando no tengo nada, los recursos son los que salen desde mi interior. De esa luz que tengo adentro, de esa posibilidad de verme un poquito mejor que lo que estoy hoy. 

Ese es el mensaje que das en Imán

Imán, justamente, busca darle fuerza a las posibilidades a partir del compromiso con uno mismo, que se genera al poner atención plena a nuestros actos, al celebrar el ser único que cada uno es, al observarse, al darse la oportunidad de redireccionar la consciencia. Somos lo que atraemos. Somos los que nos permitimos. Somos lo que posibilitamos. Somos la gracia que atrae nuestra voluntad.

Desear bien

Hay que desear mucho, pero también hay que tener cuidado con lo que uno desea”, comenta Claudia. Imán tiene que ver con los deseos, pero también es un libro que apela a la experiencia, a las rutinas. Algo así como un manual donde ella logró reunir herramientas prácticas para que esto de “imantar” lo que uno anhela no quede en el aire. Hay rutinas, hay prácticas, hay cuidados que nos habilitan para estar dispuestos (y más atentos) a recibir aquello que queremos de verdad y a consciencia. “Muchas veces creemos que deseamos cosas, pero en realidad estamos buscando algo que no es tan clave”, comenta.

¿Cómo reconocemos esas posibilidades? ¿Quiénes creés que nos pueden ayudar en esa tarea?

—Yo creo que las posibilidades se presentan cuando estamos atentos. Atentos a lo que leemos, atentos a la información que consumimos, atentos a saber con quiénes nos relacionamos, atentos a lo que comemos, atentos a los hábitos que practicamos. Nos ayuda nuestro entorno, nos ayudan los maestros que nos presenta la vida. Nos ayuda ponernos en el lugar del otro y entender que todos tenemos problemas, preocupaciones, pero que todos también tenemos siempre la alternativa de elegir en qué lugar nos ponemos. Si nos quedamos en la queja o nos posicionamos en lugar de resolución; si nos quedamos en el sufrimiento o agradecemos las enseñanzas que puede traernos; si nos quedamos en el enojo o nos movemos hacia el perdón…

¿Qué lugar ocupan en ese proceso el arte y la esperanza? 

—A mí me ha ayudado mucho el arte en todas sus disciplinas. Contemplarlo y producirlo. Animarme a hacer. A poner manos a la obra y pintar, escribir, esculpir, tejer. 

En tu libro también hay un capítulo dedicado a la escritura…

—Sí. Yo creo que cuando uno escribe puede elegir las máscaras que necesita, salir de las que no y evitar las que nos conducen a un grado de culpa interior. Escribir sana. El arte sana. 

¿Qué creés que podemos enseñar como adultos a los chicos y a los jóvenes sobre este tema? 

—Creo que tenemos la responsabilidad de enseñar con el ejemplo, más allá de la palabra. Los actos desinteresados son el verdadero milagro. Un pequeño acto de bondad vale más que la intención más grande.

Fundación Arte con Voz
Comenzó a trabajar formalmente en 2006 en 12 escuelas de Tigre y San Fernando con artistas emergentes y la intención de dar tres bases:
✓ Dejar cultura instalada
✓ Formar formadores
✓ Generar oficios