Desplegarnos en el mundo

Desplegarnos en el mundo

La belle verte (Planeta libre en su traducción al español), es una película francesa que se estrenó en 1996, y que goza de un halo de misterio gracias al rumor (no corroborado), de haber sido prohibida por la Unión Europea debido a su propuesta radical, lejos de la lógica capitalista, sobre cómo conformar una sociedad. 

El film comienza mostrando las colinas verdes del planeta libre, mientras suena un coro que parece cantado por ángeles. Se ve a un grupo de personas con túnicas y vestidos sencillos saludándose por el año nuevo. Es el momento donde toda la comunidad se reúne para intercambiar bienes (lana, frutos secos), transmitir sus necesidades (“¿Alguien sabe de un profesor de telepatía?”) y discutir sobre los asuntos que atañen a todos. El tiempo es el futuro —tres mil años después de la Revolución Industrial—, y lo que se presenta es un mundo de seres evolucionados, que viven en armonía, pueden cumplir más de doscientos años y no sienten apego por las cosas materiales.

En una parte de la reunión, el vocero principal anuncia que hace mucho que nadie visita el planeta Tierra, y que es necesario volver. Pregunta si alguien quiere ir, pero nadie levanta la mano. “Están más jugando con sus ordenadores que ocupándose de su cabeza, van a su ritmo”, exclama uno del grupo. “¿Aún tendrán dinero? ¿Y automóviles?” se preguntan otros. Finalmente una mujer llamada Mila, se ofrece como voluntaria. 

Sin spoilear la película —que a quienes les interese ver, pueden encontrar gratis en Internet—, el viaje de Mila nos invita a reflexionar sobre varias cuestiones, como nuestra relación con la naturaleza, la explotación de sus recursos, los estándares de belleza que nos gobiernan y la forma de alimentarnos. En palabras del filósofo alemán Martin Heidegger, propone revisar nuestra forma de ser-en-el-mundo; de habitar. 

“La manera según la cual los hombres somos en la tierra, es el habitar (…) El hombre es en la medida en que habita”, dice Heidegger en Construir, habitar, pensar, un texto breve reunido en la compilación Conferencias y artículos, publicado en 1994.

La palabra habitar es una palabra en sí misma poética. Si cerramos los ojos un momento y pensamos en ella, ¿a dónde viaja nuestra mente?¿Qué otras palabras se le asocian? ¿Hay aromas, colores, paisajes? ¿Hay sensaciones? ¿Aparece una experiencia determinada?

Amante del lenguaje, Heidegger se dedicó a revisar la raíz etimológica de esta palabra, y encontró que existe una íntima conexión entre habitar y construir, entendida ésta última como abrigar y cuidar.  

Cuando Mila llega al planeta Tierra y aterriza en el París de los años noventa, se sorprende de muchas maneras: hay cosas que la espantan y algunas que le agradan, actitudes humanas que resultan terribles y otras que observa con curiosidad. Aunque para muchos la película presenta una visión demasiado utópica e incluso exagerada, lo cierto es que nos guía hacia una pregunta esencial: ¿de qué manera habitamos el mundo? 

Heidegger presentó un bellísimo concepto que es el de Cuaternidad, que define como la unidad del cielo, la tierra, los divinos y los mortales. Escribe: “En el salvar la tierra, en el recibir el cielo, en la espera de los divinos, en el conducir de los mortales, acaece de un modo propio el habitar como el cuádruple cuidar (velar por) de la Cuaternidad.”

La manera en que el filósofo revisa el sentido de la palabra habitar, nos abre la puerta a muchísimas preguntas: ¿cómo cuidamos del mundo? ¿De qué forma nos cobijamos en él? Y también, ¿cómo somos para con nosotros mismos? ¿De qué manera velamos por nuestra mente, nuestro cuerpo, nuestro espacio interior? ¿Cuidamos de nuestros sueños, dones y talentos? 

Son este el estilo de preguntas que se hizo Heidegger y que se hacía el personaje de Mila en Francia. Preguntas que han atravesado a los seres humanos en todas las épocas. Si nos tomamos el tiempo y nos damos el lugar, quizás las respuestas empezarán a sonar en el silencio de nuestro corazón. 

La ilusión (quizás real) de un planeta libre

A veces pareciera que el día a día pasa frente a nuestros ojos como una manada de caballos salvajes. El actual mundo moderno —el mundo al que llega Mila—, nos arrastra a una velocidad impensada. Cuando camina por las calles de París, la enviada del planeta libre nota el apuro de la gente, su falta de empatía y su forma de vivir “en piloto automático”. Apuradas, cansadas, sin tiempo, las personas parecen perderse los detalles, los pequeños sabores diarios, lo esencial. Y es justamente en la experiencia de todos los días, en la vida cotidiana, dice Heidegger, que construimos y habitamos. 

En una de sus charlas desde Plum Village, su lugar de residencia, el monje vietnamita Thich Naht Hanh expresó: “Cuando inhalas y traes tu mente de regreso a casa a tu cuerpo, creas la paz entre tu mente y tu cuerpo (…) Y no debes luchar ni forzarte para hacer eso (…) No hay ninguna violencia, ningún forzar: solo despertar. Te despiertas de un sueño largo, al hecho de que la vida está disponible en el aquí y ahora, que estás vivo; de que hay maravillas de la vida en tí y alrededor tuyo.”

Habitar va de la mano de estar presentes. Parece que esta última idea la escuchamos cientos de veces. Sin embargo, ¿cuántas veces el pensar demasiado nos desconecta del aquí y ahora, el mismísimo acontecer de la vida? A través de la respiración, explica el monje, volvemos a casa: nuestro interior. Estar presentes, dice, es estar en casa.

Si me encuentro, por ejemplo, en un jardín: ¿qué flores veo? ¿Qué sonidos aparecen? ¿Hay algo bueno que yo pueda aportar en ese jardín? ¿Presto atención a la postura de mi cuerpo, mientras me muevo por el espacio? Podemos aplicar el mismo ejercicio apenas nos despertamos: ¿qué es lo primero que hago por la mañana? ¿Soy consciente de cómo se siente mi cuerpo, de cuáles son los pensamientos que tengo? ¿Comprendo que, estar vivo hoy, es un milagro y un regalo?

“Habitamos un lugar cuando le damos algo y cuando nos abrimos a recibir lo que tiene para ofrecer”, escribe Thomas Moore en El placer de cada día. A cada momento tenemos la oportunidad de habitar con consciencia, la oportunidad de ser-en-el mundo, como señala Heidegger, de encontrarnos con él y en él; de desplegarnos. Sea en un jardín, o apenas nos despertamos; sea en el encuentro con un amigo, en la observación de las nubes, en el trabajo manual enfocado, en una caminata, en el sentir el pasto en los pies, o en el escuchar con atención a otro, en todo momento tenemos la posibilidad de abrirnos a habitarlo con consciencia. Aplica para uno mismo, para nuestros vínculos con los demás, y para nuestra relación con el mundo.

“Si nos sintiéramos en casa en este planeta y amásemos nuestro hogar, haríamos todo lo posible por mantenerlo vibrante y saludable, y tendríamos una base para una comunidad humana (…) solo nos damos cuenta de quiénes somos en comunidad con nuestros semejantes seres humanos y en íntima relación con el mundo de los seres no-humanos”, dice Thich Naht Hanh, acercándose a la idea de Cuaternidad de Heidegger.

Retomando la idea de Moore, a cada momento podríamos preguntarnos: ¿qué tiene este lugar para ofrecerme? ¿Qué tengo yo para aportar? Vivir de esta manera es una forma de salir del piloto automático. En constante movimiento, en una convivencia infinita, cada uno de nosotros somos la conjunción mágica que se da entre uno mismo, el entorno y las personas. Abrirnos conscientemente a esos momentos, es una de las llaves maestras del habitar. 

Vivimos en un planeta en esencia libre, un planeta no demasiado alejado de las colinas verdes donde vive Mila. El mundo, que para Heidegger no es solo un lugar, sino un horizonte de sentido, se nos presenta como el escenario donde podemos ser tanto individual como colectivamente. ¿Cómo desplegarnos en él? Descubrir esa respuesta, se traduce en el propio accionar del día a día.

Esteban Padilla: «Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana»

Esteban Padilla: «Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana»

Que somos un todo (cuerpo-mente-espíritu), ya lo sabemos. Pero que nuestro bienestar depende de que el cuerpo le haga lugar a la mente, y de que la mente registre al cuerpo, es algo que hoy queremos recordar.

En esta charla, Esteban Padilla, psicólogo, terapeuta de Bioenergética y director de la Escuela de Bioenergética Integral (que forma parte del espacio “Sens Desarrollo Humano”), nos cuenta por qué es tan importante habitar (y mover) el cuerpo, para vivir con más gozo y liviandad.

Esteban, ¿qué significa “habitar el cuerpo”?

—Habitar el cuerpo es estar en contacto con él. Hoy muchas personas se desconectan de sus movimientos anímicos, sensaciones, y sentires. Y todo esto los lleva a que sea difícil vivir en un estado de bienestar profundo. Porque si no tenemos en cuenta esa información más intangible, que a veces no está clara en la cabeza pero se siente en el cuerpo, aparecen dolores físicos, ansiedad, problemas de sueño, falta de vitalidad, etc.  

¿Qué es la bionergética y qué le suma, en tu caso, que la hayas unido a la psicología?

—La bioenergética es una técnica psico-terapéutica que integra el cuerpo, dentro de un marco de desarrollo personal. Fue desarrollada por un médico y psicoterapeuta estadounidense llamado Alexander Lowen, y se puede trabajar de modo individual o grupal. En mi caso, al ser psicólogo, me llegó en un momento en el que tenía la sensación de que a través de la palabra y conversando con los pacientes me quedaba corto, como que no llegaba a la raíz de muchas situaciones. Es más, a veces hasta era contraproducente seguir trabajando ciertas cosas de ese modo. Entonces, la bioenergética me dio la posibilidad de entrar a un nivel mucho más profundo y a la vez medio “transgresor”, porque a veces va muy en contra del relato que cada uno tiene de uno mismo.

¿Cómo se trabaja?

—Con respiración y movimientos. Hay ciertos movimientos y ejercicios que el paciente tiene que ir “practicando”, hasta poder habitarlos sin tanto control. Por supuesto que, al principio, se le pone mucha cabeza para poder hacerlo bien o entender. Pero una vez que más o menos está la base, el desafío es justamente entregarse.

¿Y qué pasa ahí?

—El cuerpo se abre. Parece muy abstracto, pero es así. A veces pasa que alguien que no era sensible, de pronto se empieza a sentir más vulnerable y se larga a llorar por más cosas. O alguien que no era tan enojón de repente se siente más expresivo en su enojo. Entonces se abre desde lo emocional, y en ocasiones también desde lo anatómico (porque hay movimientos que no se suelen hacer en lo cotidiano). Y al circular mejor la energía y las emociones, la persona se queda con una sensación de mayor liviandad, se va a sentir con los pies en la tierra, como más plantado, más pesado. Y con la cabeza despejada.

¿“Tenemos un cuerpo” o “somos un cuerpo”?  Esta es una pregunta que surgió hace poco en una de nuestras reuniones de sumario.

—Muy buena pregunta para hacernos. En mi caso, a mí me gusta pensar y vivir la segunda: soy un cuerpo. Y si bien yo tengo una concepción espiritual del ser humano, esa dimensión espiritual no me saca del cuerpo, me hace habitarlo más aún. Creo que somos un cuerpo, y en ese cuerpo se reúnen todas las dimensiones de nuestra existencia, desde lo más espiritual a lo más humano, desde lo más celestial a lo más terrenal.

¿Desde los pensamientos podemos curar el cuerpo?

—Todas las emociones se sienten en el cuerpo. La mente puede conectar o no conectar, pero la emoción es una sensación que nunca va a dejar de estar. Y por supuesto que desde los pensamientos podemos curar al cuerpo en cierta medida, siempre y cuando ese tipo de pensamientos sean “pensamientos con cuerpo”. Porque hay palabras o pensamientos que a veces están en el aire, y es muy posible que eso no transforme absolutamente nada.

¿Cómo sería esto?

—Si el pensamiento es un pensamiento real y genuinamente integrado, y el corazón está presente y habitando ese tipo de pensar, es muy probable que puedas hacer alguna transformación en el cuerpo. De todas maneras, para mí es mucho más posible que desde el cuerpo puedas transformar algunos pensamientos.

Pienso, por ejemplo, en cuando no me puedo levantar de la cama del agotamiento que siento. Y que al ser tan claro el síntoma, puedo hacer algo: descansar. Pero ¿qué pasa con las emociones que dan síntomas más sutiles y pasamos por alto?

—Esto que decís es justamente lo que empieza a suceder cuando alguien hace un proceso medianamente consistente de bioenergética. Porque uno de los pilares que se va adquiriendo es la autoconsciencia, la autopercepción (uno empieza a estar más presente en las sensaciones sutiles, pequeñas, que van ocurriendo constantemente). Por lo general, a la espalda no la sentís hasta que no tenés un dolor del omóplato, por ejemplo. Pero cuando llegás a ese dolor con intensidad, es porque probablemente hubo algo que fue ocurriendo antes y, dada tu desconexión, no lo registraste.  

Qué importante es tomarnos momentos de pausa, ¿no?

—Totalmente. La prisa, el acelere y el ritmo en el que vivimos, no ayudan a la presencia en absoluto. Tenemos que tratar de ir contrapelo de lo propuesto, para generarnos espacios que promuevan un contacto más profundo con nosotros mismos. Y aquí tiene que haber algo de movimiento corporal, o puede ser una simple meditación. Haciendo una meditación consciente, también vas a ir percibiendo movimientos corporales, emocionales. Uno de los primeros beneficios de la bioenergética es afinar la escucha de lo que voy sintiendo y de cómo esa emoción me hace estar de una u otra manera (se me puso la panza dura, me empezó a doler la cabeza, etc.). Son todas reacciones energéticas y corporales a algo que viví.

¿De qué manera podemos ir entrenándonos cada vez más en esto?

—Requiere de consistencia en el tiempo, cierta periodicidad y mucha consciencia (como cualquier posible cambio que uno quiera realizar en la propia vida). Necesitamos generar espacios conscientes de movimiento corporal. Puede ser el Chi Kung o el Tai Chi (desde la medicina china), algunas técnicas de yoga, y por supuesto la bioenergética. Lo que me parece importante, es que tienen que ser movimientos corporales conscientes, porque estamos muy acostumbrados también a usar el cuerpo como una máquina.

Dice la científica e investigadora española Nazareth Castellanos: “El cuerpo sabe lo que la mente aún no se ha dado cuenta”. ¿Creés que es así?

—No me cabe ninguna duda de que es así. En muchas circunstancias, la primera reacción es corporal. Tenemos reacciones corporales sutiles, de las que la cabeza ni se entera. A veces, alguien puede estar tan desconectado, que yo puedo percibir tristeza en sus ojos y decirle “che, estás triste”, y que la persona me diga que no. Y no está haciendo un esfuerzo por mentirme o por ocultarme lo que siente. Eso nos ocurre con cualquier tipo de emoción. No por nada en la Biblia se habla tanto de las entrañas. La panza es un lugar donde uno siente profundamente ciertas convicciones de o no.

—¡Fundamental escucharnos!

—Escuchar esa dimensión del propio ser nos evitaría muchísimos conflictos. Pero no es sencillo, porque a veces son esas intuiciones de “es por acá”, y no sabemos muy bien por qué. La mente necesita entender, necesita la explicación, necesita hacer los pros y contras, necesita estar segura. ¿Y después qué pasa? Necesita más certeza, necesita más control, y todas esas cosas que necesita la mente, a fin de cuentas, son accesorias. Lo que necesitamos, para ir tomando las mejores decisiones posibles para nuestro bienestar, es escuchar al cuerpo y sus pequeños o no tan pequeños movimientos internos.

En un video hablás sobre la desproporción que hay, a veces, entre la reacción que tenemos desde el cuerpo, con respecto a las cuestiones que lo provocaron. Como que hay un exceso, desde el cuerpo, frente a algo que “no era para tanto”. ¿Por qué pasa esto?

—Observar las reacciones desproporcionadas me parece un muy buen hábito para alguien que quiera echar luz en algo que todavía no está pudiendo ver. Las emociones se asocian por dentro, y debemos observar en qué situaciones o circunstancias, o frente a qué personas y qué tipo de emoción, tenemos esas reacciones desproporcionadas. Si tiramos de ese hilo y vamos jugando y explorando, es muy probable que podamos llegar a develar cuál era el verdadero motivo de ese desborde. A veces son cargas que vienen de mi historia, que están inconscientes. Entonces, al sacarlas hacia afuera en un espacio terapéutico, sin lastimar a nadie, me libero y puedo vivir el conflicto con mayor liviandad.

Decís en otro video que llegamos a la vida de adultos con mucha tensión crónica (hablás de miedo) y con energía estancada. ¿Cómo hacemos para soltar?

—Hay tensiones de la vida adulta que tienen más que ver con algo circunstancial: alguna postura, un trabajo que me hizo estar de una u otra manera. Pero hay otro nivel de tensiones, que son más profundas y crónicas, que responden al modo en el que me he parado frente al mundo. Lowen dice que cualquier lugar del cuerpo que tiene una tensión crónica es un lugar con miedo. Por alguna razón, un aspecto mío ha decidido no sentir, no escuchar, no expresar, no tocar, no integrar algo de mi propio ser. Por la razón que sea, le temo: porque va a ser demasiado intenso, o porque creo que me voy a volver loco, o porque me va a dar sensación de no control. Y esto se hace consciente a medida que se va expandiendo el cuerpo. No somos conscientes de esa tensión y lo que ella guarda, hasta que de repente realizamos algunos movimientos o ejercicios de respiración.

¿Hay alguna práctica que nos puedas dar para cuando nos sintamos muy cargados?

—Te dejo acá tres propuestas:

Ejercicios para volver a vos: www.youtube.com/watch?v=izAlWvYWjNs

Secuencia de movimiento simples para cambios profundos: www.youtube.com/watch?v=kDBbSrTX0jU

Desde la cabeza a todo tu ser: www.youtube.com/watch?v=SpqdeVm2qv4

¿Y algún consejo extra?

—Lo que aconsejamos siempre desde la bioenergética, es hacer los ejercicios descalzos. Y si pudiéramos tocar la tierra con los pies, mejor aún. Los pies deben ir en el ancho de las caderas, y las rodillas levemente flexionadas. Algo a lo que siempre invito, es a que la gente haga respiraciones conscientes, extensas, poniendo mucho más foco en la exhalación que en la inhalación. Si una persona sostiene durante diez minutos una respiración de pie, sentado o acostado, en el que el ritmo de la exhalación duplique el tiempo de la inhalación, no hay modo de que el cuerpo no se relaje y la cabeza no se vacíe.

¿Cómo se relaciona la aceptación, con esto de habitar el cuerpo de una manera más saludable?

—Hoy en día, mucha gente habla de la importancia de la aceptación y de cómo una verdadera aceptación te permite vivir con más paz. Pero del dicho al hecho, como dice el refrán, hay un largo trecho. Y a veces está la intención de la aceptación, pero todavía internamente, a nivel más corporal, energético, el cuerpo está a la defensiva o muy cargado con determinado tema. Entonces, me puedo contar a mí mismo que estoy aceptando, pero adentro todavía me resisto. Ese es el lugar donde la bioenergética trae mucha oportunidad. Porque a veces queremos aceptar, y de alguna manera hacer como un puente y llegar del otro lado, pasando por arriba lo que implica aceptar lo que me dolió, lo que me angustia. Y parte de la aceptación tiene que ver con hacerse cargo de todo lo que ocurrió, o lo que está dentro mío en relación a ese hecho, sea el que fuere.

Hay que atravesar el proceso…

—Necesitamos pasar por ahí, para verdaderamente después poder estar en un grado genuino y auténtico de aceptación. Lo que no quiere decir que “nos quedemos pegados a eso”. La verdad es que a los seres humanos nos cuesta mucho vivir en una aceptación auténtica y profunda. La vida no siempre es gozosa. Hay muchos momentos que son crudos, duros, injustos, dolorosos, trágicos. Hay mucho más de misterio que de control en la vida humana. Y cuanto antes podamos aceptar el correr de la vida con lo que quiera traer la marea, más en paz vamos a vivir.

Ideas para una vida más sencilla

Ideas para una vida más sencilla

“Si el mundo no funciona como tú quieres, quizá lo mejor sea que cambies tú”, dice el monje zen Shunmyo Masuno en su libro El arte de vivir con sencillez. Según el autor, hábitos tan sencillos como dejar los zapatos bien alineados cada vez que nos los sacamos, unir las manos cuando estamos enojados, crear un pequeño jardín en el balcón u ordenar el escritorio al concluir la jornada, pueden traernos esa paz y felicidad que tantas veces creemos que sólo está reservada para los monjes budistas.

Por eso, queremos proponerte siete prácticas que nos permitirán transformar lo cotidiano en extraordinario, para poder habitarnos con mayor consciencia, presencia y registro: “Intenta no dejarte arrastrar por los valores de los demás, y no te inmutes ante preocupaciones innecesarias. Procura vivir una vida infinitamente sencilla, despojada de todo lo prescindible. Este es el espíritu del estilo de vida zen (…) Precisamente porque el mundo es muy complejo, el estilo zen te da las claves para saber vivir en él”, señala Masuno.

Aquí resumimos algunas de sus enseñanzas, y te las compartimos. Ojalá te ayuden a arrancar el mes de una manera más calma y feliz.

1. Reservate tiempo para el vacío: En estos tiempos modernos pasamos los días más ocupados que nunca. Sumidos en esta especie de rutina, perdemos de vista nuestro auténtico yo, y también la auténtica felicidad. La propuesta es que hoy te reserves 10 minutos, no necesitas más. Intentá buscar un espacio para el vacío, para dejar de pensar. Sólo procurá despejar la mente. Pensamientos de toda índole te asaltarán, pero deberás intentar alejarlos uno a uno. A medida que lo consigas, empezarás a tener consciencia del momento presente y de los cambios sutiles que se dan en la naturaleza, que te permiten estar vivo. Cuando no te distraiga lo demás, tu yo puro y honesto podrá revelarse. Dedicá unos minutos a no pensar en nada. Es el primer paso para alcanzar una vida sencilla.

2. Despertate 15 minutos antes: Cuando vamos escasos de tiempo, esto influye en nuestro corazón. Pero ¿estamos tan ocupados en realidad? ¿No seremos nosotros mismos los que nos obligamos a ir de prisa? En Japón, el carácter que significa “ocupado” se escribe con los símbolos “perder” y “corazón”. Entonces, no es cierto que vayamos tan atareados porque nos falta tiempo para hacer las cosas. Vamos tan atareados porque no queda espacio en nuestro corazón. El consejo: en esos períodos en que sientas estar sumido en el caos, intentá despertarte quince minutos antes de lo habitual. Estirá la columna vertebral y respirá lentamente. Cuando tu respiración se haya acompasado, tu mente también se acomodará a la quietud. Más tarde, disfrutando de una taza de té o café, mirá por la ventana y contemplá el cielo. Intentá escuchar el canto de los pájaros. Es extraño, pero justo así es como creamos espacio en la mente.

3. Deshacete de lo que no necesites:  Cuando las cosas no nos salen bien, tendemos a pensar que nos falta algo. Pero si queremos cambiar nuestra situación actual, primero deberíamos deshacernos de algunas cosas. Este es el principio fundamental para vivir con sencillez. Eliminá tus apegos. Limitá tus pertenencias. Vivir simple también es liberarte de las cargas físicas y mentales. El acto de eliminar, de desapegarte del peso abrumador de tu mochila, es extremadamente difícil. Pero si querés que las cosas mejoren, si querés vivir con una actitud despreocupada, tenés que empezar eliminando. En el momento en que te desapegues, habrá más abundancia en tu vida.

4. Organizá tu escritorio: Tu mesa de trabajo es el espejo que refleja tu mente interior. Las personas con un escritorio ordenado, probablemente rindan mejor. Por el contrario, quienes tienen una mesa siempre llena, en general tienen problemas para concentrarse. Antes de terminar la jornada laboral, limpiá y ordená tu mesa de trabajo. El acto de limpiar ayuda a “pulir la mente”. Cada vez que pasás la escoba, le estás sacando el polvo a tu mente. Cada vez que pasás el trapo, vas sacando brillo a tu corazón. No permitas que la angustia o las preocupaciones te alteren: la clave para conservar una mente fuerte es ordenar los objetos que te rodean.

5. Comé y bebé con todo el corazón: Cuando comés, ¿te centrás en el acto de comer? En general, cuando desayunamos tomamos algo deprisa. Para almorzar nos reunimos con los compañeros de la oficina y hablamos de trabajo. Y cenamos mirando la televisión. En el budismo zen hay un dicho: «Come y bebe con todo el corazón». Y esto significa que cuando tomamos una taza de té, debemos centrarnos tan solo en tomar el té. Cuando comemos, comer. Cuando disfrutamos de un plato, pensar en las personas que lo cocinaron, visualizar el campo en el que crecieron las verduras, y dejarnos envolver por la sensación de gratitud que nos embarga al contemplar ese regalo de la naturaleza. Todos nuestros alimentos pasan por las manos de un centenar de personas antes de llegar a nosotros. Adoptando esta actitud mental, cuando preparemos las comidas, quizá terminemos siendo conscientes de lo afortunados que somos.

6. Ponele puertas a tu mente (es la mejor manera de paliar el estrés): Por la mañana, al despertarnos, vamos directo a la computadora, o leemos las noticias en nuestro teléfono. Vivimos en una época de información constante, disponible en cualquier momento y lugar. Por eso, la invitación es a ponerle puertas a nuestra mente. Y que cuando a la tarde terminemos la jornada laboral y regresemos a casa, cerremos la puerta y dejemos el trabajo atrás. Es tiempo para descansar y disfrutar de la vida hogareña. Esta es la mejor manera de combatir el estrés.

7. Sacale el máximo partido a la vida: Si bien tu vida es tuya, no es una posesión. En el budismo, la palabra jomyo significa el período de la vida que tenemos predestinada, aunque nadie sabe lo que durará. Esto quiere decir que estar vivo significa que hemos de aprovechar al máximo la vida que se nos ha confiado. Porque no es una pertenencia. Es un regalo maravilloso que debemos tratar como si lo hubieran dejado a nuestro cargo. Y dure lo que dure, hemos de esforzarnos al máximo para devolver lo que se nos ha dado. El budismo enseña que el valor de la vida no se mide por lo que dure, sino por cómo la usemos.

¿Cómo vas a usar tu vida hoy?

Habitar la pausa

Habitar la pausa

Por María Guadalupe Díaz Usandivaras*

La pausa es una aliada. En épocas donde acelerar audios pareciera ser una ganancia, el tiempo se transforma en una carrera. Y el tiempo es oro, en eso creo que todos coincidimos. La sutileza está en cómo habitar el tiempo, cómo ser y estar en lo que hacemos de una manera que nos permita disfrutar y, a la vez, capitalizar ese disfrute, es decir, ser conscientes de lo que estamos haciendo y darnos cuenta si lo estamos disfrutando o no.

Dar espacio y tiempo para identificar y volver a elegir, o no, lo que hacemos, es saludable. Identificar nos permite corregir y prevenir situaciones no deseadas que puedan afectar nuestra salud. La pausa, entonces, puede ser una oportunidad. Una oportunidad para el bienestar, el autoconocimiento y el autocuidado.

Existen varios autores que se toman el trabajo de escribir sobre el tiempo y cómo ser y estar en él. En su libro Elogio de la lentitud, Carl Honoré refiere que lentitud significa que uno es quien controla los ritmos de su vida y decide qué celeridad conviene en un determinado contexto. No pretende que se haga todo a paso de tortuga sino encontrar un equilibrio para ir rápido cuando es necesario y lento cuando lo considero, y describe dos formas de pensamiento: uno rápido y uno lento. El primero, es racional, analítico, lineal y lógico, y súper necesario para muchas cosas y el segundo, dice, es intuitivo, borroso y creativo. Sucede cuando desaparece la presión y tenemos tiempo para dejar que las ideas fluyan a su ritmo en el fondo de la mente. El ser humano piensa más creativamente cuando está sereno, libre de estrés y apuros. 

En su libro Pausa, no eres una lista de tareas pendientes, Robert Poynton se dedica a estudiar la pausa, sus formas y efectos. Concluye que la idea de velocidad está asociada a la de productividad y que, por eso, se asocia la pausa a retraso y procrastinación y no a reflexión o sabiduría. Poynton piensa la pausa como una presencia activa, no con ausencia de pensamiento o acción, ya que dice que algo sucede en una pausa o en consecuencia de ella. Lo que allí sucede, si no la hacemos, no ocurrirá y nunca nos enteraríamos qué podía pasar. La pausa es importante para la creatividad, la comunicación y las relaciones sociales. Para el bienestar y la salud mental (para organizarnos, enfatizar, conectar con otros, cambiar de perspectiva). Es importante hacerle espacio diario, darse tiempo al llegar a un lugar para conectar con lo que ya está sucediendo ahí y percibir a los otros. La pausa tiene que ver con el ritmo y no importa tanto su duración como sí la actitud y consciencia hacia ella. 

El hygge (N. de la R.: En español significa “divertido») es un concepto danés que tiene mucho que ver con esto, con valorar el bienestar en las pequeñas cosas y dedicar un poco de tiempo en hacer extraordinario lo cotidiano. Este concepto propone una filosofía de vida que lleva a Dinamarca a ser uno de los países con mayor bienestar y calidad de vida del mundo, al generar espacios y momentos simples con condimentos confortables, apelando a la comodidad, el placer, la calidez, la gratitud y el encuentro. Porque, para pasar un buen momento, importa mucho el ambiente y la comodidad, haciendo algo o simplemente contemplando. En el tiempo “porque sí” también pasan cosas, hay encuentro, hay sensaciones, hay ideas, hay recuerdos, hay serenidad de pensamiento, hay oportunidades silentes para el autodescubrimiento.

Algunas ideas para implementar la pausa en la vida cotidiana

Al principio puede que sea necesario agendarla, hasta que logremos habitarla y pensarla como necesaria, como una elección en el estilo de vida:

  • Organizá tu agenda e intentá espaciar las actividades dejando pequeños (¡o grandes!) márgenes para poder pausar. Planificá tu pausa para que suceda.
  • Buscá momentos hygge, aunque sean cortos, donde puedas hacer eso que te gusta mucho, pero no priorizás. Puede ser comprarte algo rico o hacerte un buen té y leer un par de hojas al sol; puede ser tomar una copa de vino en el sillón sola o con alguien; lo que sea para vos. Recordá que se trata de hacer especial algo cotidiano. También podría ser regalarte momentos para leer sobre esta filosofía, para tomar ideas.
  • Armá tu refugio: ¿Tenes tu espacio/ rincón refugio? Algún hueco de tu casa donde tengas un par de almohadones, una mantita, velas, flores, o lo que sea que tenga que ver con vos que te invite a querer estar allí un rato. ¿Qué le falta para que cumpla con lo que te gustaría?
  • Armá un rompecabezas. Aunque, para mí, es en realidad un lava cabezas: no se rompe nada, sino que se aliviana. La mente cuelga de una soga y la atención está ahí, solo ahí, en la dirección de la pieza, el color, la forma… Y no importa si no lo terminás, lo que importa es que hagas una pausa consciente. Que seas consciente de que estás haciendo una pausa con el fin que la necesites. Te invito a conocer mi propuesta para pausar en @modochai y @muy_chai y que regales o te regales un momento hygge completo.
  • Conectá con el arte de alguna manera. No se trata de aprender o desarrollar habilidades, sino de tratar de fluir a través de alguna técnica que te llame la atención. Explorar, pero con el fin de desconectar. Acuarela, collage, dibujo, pintar mandalas, manualidades, tejido, etc.
  • Escuchá dos canciones favoritas con los ojos cerrados. Cuando no hay mucho tiempo, podemos recurrir a cosas breves pero significativas y restauradoras.
  • Hacé 3 respiraciones conscientes bien hechas, donde estés. Hay muchas técnicas para respirar, pero aun si no conocés ninguna en profundidad, podés buscar fácilmente de qué se trata alguna de ellas y comenzar a explorar. ¡Usá tu pausa para buscar!

Todo cambio o incorporación a la rutina requiere un poco de tiempo para asimilarlo y apropiárselo, no te culpes si no resulta tan sencillo. Lo importante es proponérselo, bajar de la moto y animarse a ver qué pasa en una pausa. ¡Ojalá la disfrutes!

*Es licenciada en Terapia Ocupacional y autora del libro Vida normal.

Donde vive el asombro

Donde vive el asombro

Por Fabiana Fondevila

Las plantas de las veredas tienen una historia más antigua que la nuestra. Los pájaros comunican sus noticias a viva voz. Los insectos horadan espacios para la vida. Las nubes dibujan la geografía del cielo y las estrellas hablan con el idioma de la luz. Nos rodea un mundo vivo y vibrante que apenas conocemos, y que rara vez sentimos como propio.

En un día cualquiera puede que conectemos con la naturaleza que nos rodea en algún instante azaroso. Quizás echemos una mirada rápida al cielo, admiremos la luna cuando traza un arabesco perfecto en la negrura o nos detengamos a admirar algún puesto de flores. En vacaciones nos permitimos vivir un amorío fugaz con el mar, el río, el silencio verde de la sierra. Pero si somos sinceros pensamos a la naturaleza más como un lugar para visitar que como propone el poeta naturalista Gary Snyder- como el único y verdadero hogar.

¿Qué es la naturaleza? Quizás convenga empezar con una definición por la vía negativa. La naturaleza no es:

> El paisaje lejano que espiamos por la ventanilla, camino a alguna parte. No es algo «ahí afuera», no es una idea ni un horizonte, no es un otro.

> No es la Tierra del Nunca Jamás (que les dio a Peter Pan y sus amigos el don de permanecer niños para siempre); no es bucólica ni perfecta. 

> No es cruel, sangrienta y del todo impredecible. No es un recurso diseñado a la medida de las necesidades humanas. En palabras del teólogo naturalista Thomas Berry: «El mundo no es una colección de objetos, sino una comunidad de sujetos».

> No es «lo único verdadero» mientras que todo lo creado por el ser humano es «falso» o «artificial».

No es sencillo dar una definición positiva, precisa y completa de una realidad tan amplia y fundante, pero quizás se aproxime decir que la naturaleza es la fuerza vital y primigenia que nos atraviesa a cada instante, la que nos anima y nos mantiene vivos. Somos naturaleza y lo somos todo el tiempo, sin importar cuán lejos o cuán cerca la percibamos en cada momento. Somos naturaleza, aunque nos encontremos encerrados entre muros de cemento, sin una ventana ni una estampilla de cielo a la vista. Y la lámpara, la cama, las pantuflas y hasta la computadora —dicen algunos autores— son “naturaleza secundaria”, porque no creamos nada si no es a partir de esa materia prima. 

¿Dónde reside la naturaleza en nosotros? Kathleen Dean Moore, docente de Filosofía Moral y Filosofía de la Naturaleza, lo dijo así en una conversación que compartimos acerca del concepto de «lo salvaje: «En la luz que calienta nuestra piel, en el aire que respiramos, en el agua que tomamos, en el hierro en nuestra sangre. Estamos hechos de tierra y la tierra está hecha de las estrellas. Creo que esto nos convierte en criaturas de la naturaleza».

¿Algo puede cercenarnos de este vínculo? «Nada puede suprimir lo salvaje en nosotros. Lo que sí puede perderse es la conciencia de ello. Y esta es una pérdida importante», sostiene Dean Moore.

Nada puede escindirnos del vínculo porque nuestros vínculos nos definen, incluso desde el punto de vista biológico. Así lo asevera David Haskell, profesor de Biología de la Universidad de Tennessee y autor de Las canciones de los árboles:

“Somos todos (árboles, humanos, insectos, pájaros, bacterias) pluralidades. La vida es una trama encarnada. Estos sistemas vivos no son lugares de unicidad benevolente. En vez, son lugares donde las tensiones ecológicas y evolutivas entre cooperación y conflicto son negociadas y resueltas. Estas luchas muchas veces terminan no en la evolución de individuos más fuertes y desconectados, sino en la disolución del individuo en el vínculo”.

Dado que la vida es trama, no existe una «naturaleza» o un «entorno» separado de los humanos —subraya Haskell—, ni somos los seres «caídos» de la naturaleza, como sugirieron poetas románticos como William Blake. «Nuestros cuerpos y nuestras mentes, ‘nuestra ciencia y nuestro arte’, son tan naturales y salvajes como lo fueron siempre», declara Haskell.

Así y todo, siendo hijos de la tierra y las estrellas, creamos una cultura ambiciosa que nos convenció de nuestra propia autonomía. Nos sentimos y actuamos como seres poderosos, superiores, autosuficientes. Nuestra interacción con el planeta se parece cada vez más a la de señores feudales con su señorío: le otorgamos migajas de nuestra atención y a cambio le pedimos todo.

Esta visión no solo está agotando las reservas del planeta, también nos está erosionando el alma. El vínculo entre la naturaleza y el alma está presente hasta en el lenguaje. El ya citado Bill Plotkin, guía de búsquedas de visión chamánicas, señala que «naturaleza» viene de natus, «ser nacido» o «nacer», y que la naturaleza de una cosa es «el principio dinámico que mantiene unida a una cosa y le da identidad». En otras palabras, es la esencia. «Dado que el alma humana es el núcleo esencial de nuestra naturaleza, entonces, cuando somos guiados por el alma, somos guiados por la naturaleza», dice Plotkin. ¿Hay algo que podamos hacer para enmendar este vínculo? ¿Estamos a tiempo de restablecer nuestro parentesco?

Mucho. Viviremos en casas de cemento, nos moveremos de un lado al otro en cajas de metal, pero el aroma de la tierra nos encuentra al fin donde vamos. Indica el poeta y granjero Wendell Berry: «La tierra bajo el césped sueña con un bosque joven, y bajo el pavimento la tierra sueña con céspeď. 

Podemos dar curso a ese anhelo, podemos volver a pertenecer. Veamos las maneras.

Fabiana Fondevila es escritora, oradora y facilitadora de talleres de auto-transformación, cuya propuesta principal es pasar “de la inspiración a la acción”. Este fragmento forma parte de Donde vide el asombro. Prácticas para cultivar lo sagrado en nuestra vida, un libro que busca ayudar a vivir con aprecio y gratitud los pequeños momentos de cada día. Más información en www.fabianafondevila.com